Bragança, un tesoro a visitar en el nordeste transmontano
"Foi aquí, en Vilarinho da Furna e em Rio de Onor que vi pela primeira vez ao natural criaturas de Deus na sua plenitude livre e solidária" (Miguel Torga, 1946). Ahora, 72 años después, el viajero, en un Trip Press de la Câmara de Bragança con periodistas especializados en información turística, regresa, otra vez, a ese paraíso natural, al tesoro de piedra y sierra que aprieta por la cintura a la ciudad de Bragança, un cofre en el nordeste portugués.
El viajero cruza la frontera por Aliste y, por caminos serpenteantes se dirige a Bragança. En su libro ‘Tras os Montes’, Julio Llamazares diferencia entre turista, quien viaja por capricho, y viajero, quien lo hace por condición. Me gusta creer que pertenezco al segundo grupo. Me lo confirma que, en cuanto descanso de la última salida, me entra una especie de remusguillo, un deseo de ponerme en camino, dondequiera que sea, porque cualquier lugar de Portugal me parece bueno.
En los valles se ven castaños, viñas y olivos de los que se extrae un aceite muy característico oloroso y con sabor. Los caseríos del camino son espejo de sus vecinos alistanos, sanabreses, gallegos y astures, edificios de piedra con amplias balconadas de madera. De los transmontanos se dice que son austeros y callados. No les queda más remedio, pero el viajero también advierte que son gente sana, abierta y de amistad cabal. Trás-os-Montes es una región al margen, con vida propia, con ciudades provincianas y aldeas casi abandonadas, con viejos cafés centenarios, hoteles y restaurantes belle époque y balnearios decadentes que parecen surgir de cualquier novela del siglo XIX.
El camino y el paisaje se animan a medida que se aproxima a Bragança, capital de la región del alto transmontano, que aparece y desaparece como una luciérnaga según avanza el viajero en el camino. Aún con llegada ya de noche, en el cielo oscuro se recorta la silueta gris de la imponente fortaleza del siglo XII. Está en la cuna de la última dinastía que gobernó Portugal, el ducado de Bragança. Situada a 700 metros de altitud, en una colina de la Sierra de Nogueira; su silueta se distingue fácilmente en la distancia por el perfil inconfundible de su castillo.
Una ciudad aún poco explorada por el turismo, que ofrece escenarios únicos en una región remota y montañosa ya con accesos de primer nivel. No es aquella capital del viaje de Llamazares, allá por 1998. Ubicada en el extremo del Parque Natural de Montesinho –una de las zonas forestales más salvajes de Europa, con una enorme diversidad de flora y fauna-, Bragança ofrece muchas alternativas. Dos destacan sobre las demás, el sosiego y la paz que infunde perderse por sus empinadas calles y las visitas a las aldeas, que poseen una belleza rústica muy propia.
En Bragança, los caminos que llevan al futuro se asientan en tradiciones con orígenes milenarios. Son los ritos de máscaras de invierno, esas fiestas que están tan de moda en fotógrafos de toda índole. Pero Bragança es mucho más que la instantánea forzada de un
careto en una aldea. Es una amplia oferta cultural recogida de múltiples actividades mensuales. Es una arquitectura contemporánea y otra del tipismo colorista portugués, que convive con desfiles de caretos y los museos que exponen tanto la herencia etnográfica de la región transmontana como las últimas creaciones de artistas consagrados.
Recorrer el centro histórico de Bragança es caminar por las líneas torcidas de la historia. Una ruta que se puede realizar fácilmente a pie por unas calles empedradas testimonio de una Historia atribulada, que se remonta a la Edad del Bronce, por donde pasaron romanos, suevos y visigodos. Luego llegaron las guerras con Castilla y el establecimiento de las fronteras, con lo que la ciudad adquirió verdadera importancia. Es la Ciudadela, una ciudad blanca dentro de la propia ciudad. Es ciudad para visitar.
Capital histórica
Bragança, capital histórica de la región de Trás-Os-Montes, es al mismo tiempo una ciudad con grandes avenidas y un pueblo medieval con castillo y recinto amurallado desde los que se puede contemplar el campo, el bosque y las pequeñas granjas que la rodean. Tierra hospitalaria, de fuertes tradiciones y siglos de historia, es un lugar de visita obligada, y a tan solo dos horas desde buena parte de las capitales de provincia de Castilla y León. Quien conoce la región, sabe que volver es una ‘necesidad’. Bragança deja huella en su alma, pero, sobre todo, en su corazón. Su gente, que tan bien preserva las tradiciones ancestrales, como los Caretos, es muy acogedora y siembre recibe al visitante con los brazos abiertos.
El entorno natural de Bragança se caracteriza por la variada biodiversidad, en plena simbiosis con el hombre. En sus aldeas, donde el tiempo parece correr a otro ritmo, más auténtico y con otra calidad, la amistad y el apoyo mutuo entre los vecinos son muy respetados pudiéndose vivir momentos únicos durante el viaje. Son los casos de las aldeas de Montesinho y Rio de Onor, auténticos tesoros de piedra y naturaleza serrana.
El viajero inicia su seducción en la Plaza Cavaleiro de Ferreira, delante del magnífico Teatro Municipal de Bragança. Camina por sus calles con el Castillo de Bragança como telón de fondo, majestuoso y altanero en la cima de la loma. En la Plaza de la Sé, ante la Iglesia de la Sé y su atmósfera envolvente, donde estudió Miguel Cervantes, llega uno de los momentos más emocionales. Antigua iglesia de jesuitas con capillas barrocas y una decoración interior a base de azulejos. Frente a la catedral se exhibe un Cruceiro de 1869 sobre una columna salomónica.
En el Centro de Arte Contemporáneo Graça Morais disfruta de las exposiciones de reconocidos artistas. Camina unos metros más hacia adelante y se sumerge en el Centro de Fotografía Georges Dussaud, sube por su fabulosa escalinata que lo conduce hasta los magníficos trabajos del artista francés. Al final de la calle se encuentra el Museo Abade de Baçal, cuya fachada ‘mira’ hacia la Iglesia de São Vicente, de origen románico, en la cual se cree que tuvo lugar la boda secreta del rey don Pedro y doña Inés de Castro, la noble gallega que luego sería asesinada y que fue declarada póstumamente por su marido reina de Portugal.
Prosigue rumbo a la Ciudadela de Bragança, por calles empinadas, donde las piedras respiran historia. Descubre una ciudad amurallada, encaramada en lo alto de una colina. Tras pasar sus puertas con arcos observa cómo este barrio medieval ha sido excelentemente conservado, con es el más bello Castillo de Portugal, que tiene como ‘compañeros’ a la Iglesia de Santa Maria do Sardão. Y vecina también la Domus Municipalis, monumento único en toda la Península Ibérica. Un antiguo consistorio de planta irregular y trazas medievales que fue erigido en el siglo XII.
Refugios de paz
Pocos territorios poseen una biodiversidad tan rica como el Parque Natural de Montesinho y la Sierra de la Nogueira, a las puertas de Bragança. Con un 80 por ciento de los mamíferos que existen en Portugal, solo aquí se puede encontrar con manadas de ciervos junto a la carretera, avistar un corzo alimentándose en un robledal, descubrir señales de la presencia de jabalíes o escuchar el aullido de un lobo. Esta abundancia de fauna silvestre hace que la caza sea una importante industria de la zona.
El primer recorrido del viajero le conduce al Monasterio de Castro de Avelãs, que destaca por ser un monasterio benedictino del siglo XII del que sólo se conservan los ábsides de estilo románico mudéjar de gran calidad, con sus arquerías ciegas superpuestas típicas de este estilo, y que deben ser prácticamente únicas en todo Portugal.
La naturaleza de la zona es desbordante y generosa. Y como ejemplo, los bosques de castaños, que en otoño ofrecen su fruto en abundancia. Son las zonas serranas de la aldea de Montesinhos, a mil metros de altitud, donde destacan sus casas de granito, bien conservadas y embellecidas con techumbres en lajas de pizarra y balcones de madera donde las flores con sus colores saludan al viajero cuando se pierde por sus estrechas calles.
También es Rio de Onor, esa aldea rayana partida en dos por un río, que siempre tuvo un gobierno propio como también su propio dialecto. Es imposible hablar de Rio de Onor portugués sin hablar del Rihonor de Castilla. En medio del valle, uno y otro pueblo, separados por una frontera política, pero unidos por unas costumbres y por una cultura común híbrida. Un tesoro perdido entre sierras, los caseríos de piedra y pizarra se moldean por una naturaleza verde y bravía que, también, como sus gentes, se aferran a la tierra que les ofrece subsistencia. Un paraíso de paz a lomos de un río cabalgando entre cumbres lobunas, selvas y la propia existencia.
La gastronomía, punto y a parte
El viajero llega cansado a la ciudad ducal del noreste portugués o de la Terra Fria, porque la lluvia es intensa y pela el aire. Tras dejar su ligero equipaje en el Hotel Ibis –confortable y adecuado de precio-, sale con los amigos que se dan cita en Bragança a disfrutar de una pausada cena. El trajín de los viajes también requiere reposo.
La gastronomía de Bragança destaca por la calidad de sus productos, con sabores y aromas que nos transportan a los paisajes de donde provienen. Su confección simple está guiada por manos sabias, que conocen bien el origen de los ingredientes, muchas veces llevados directamente de la huerta a la cocina.
Entre estos productos, destaca el ‘butelo’ o botillo, un sabroso plato tradicional ideal para degustar en estos fríos meses de invierno. Como también los diversos guisos de jabalí –otro de los manjares más sorprendentes de estas tierras de frontera-, como el bacalao en sus diversas formas. Son las desgustaciones gastronómicas en Solar Bragançano, Restautante O Jabali y Restaurante Poçás, tres maneras diferentes de entender la gastronomía. Cada uno con su singularidades pero con la base de una materia prima común y autóctona.
En estos tiempos, Las Cantarinhas…
Aunque siempre es bien recibida una visita, una fecha interesante para visitar Bragança es a principios del mes de mayo, cuando acoge por tres días la Feira das Cantarinhas, la mayor feria callejera de artesanía tradicional de la región, que se celebra este fin de semana, acompañada por la Feria de Artesanía, que lleva abierta desde el pasado miércoles.
La histórica Feira das Cantarinhas de Bragança de tradicional, más bien, tiene poco. En tiempos, el certamen se realizaba en el centro de la ciudad, en una parte de la Rua dos Combatentes da Grande Guerra. Hoy, transcurrer en la zona del Parque do Eixo Atlântico e en los alrededores del Estadio Municipal, siendo impensable el regreso al lugar originalo, sobretodo por son más de 500 los feriantes que participan en el evento.
La feria se caracteriza por la venta de cantarinhas, que deben ser compradas para regalar a quien bien se quiere. Las cantarinhas tradicional venían de Pinela -concejo de Bragancça- donde existe un centro de interpretación de la cerámica. Hoy en día son vendidas por dos artesanas en pequeña cantidad -aunque sigue en aumento el número de puestos dedicado a las cantarinhas, sobre todo en la Praça da Sé-. Este aumento se debe a la aparición en la feria de centenas de cantarinhas industriales de todos los colores, tamaños y gustos.
También en esta feria aparecían las primeras cerezas, vendidas en pequeños ramos -una mujer así lo hacía junto al monumento al cartero en la avenida General Humberto Delgado. Como también las semillas y las hortalizas de diversos tipos preparadas para ser plantadas, en Rua Combatentes da Grande Guerra e Praça da Sé.
Eso sí, en nuestros días, estos símbolos del pasado aún pueden encontrarse en todo el amplio espacio de mercado, pero ya perdieron su importancia en el contexto global de la feria. Por ello, no estaría de más auspiciar, proteger y revalorizar a estos pequeños artesanos y agricultores que parecen llegados de ‘otro mundo’.
Pero Bragança también es artesanía, cerámica casera y gastronomía. Productos gastronómicos de las aldeas del concejo o los diversos platos típicos que se sirven en los restaurantes de la ciudad. En esta ocasión, el viajero degustó con sus amigos bragantinos, porco a brasa, de un sabor exquisito con un mojo especial… un manjar de la cocina más ancestral.
Tras el café de rigor, regresa a la plaza da Sé dónde un grupo de personas oscuras de ropa y puede ser que también de vida, mata sus horas. Un paseo por la ciudad y la noche, el viajero y sus amigos repasan la vida, recuerdan momentos y lugares. En el silencio de la noche regresa a Torga, cuanto más lejos voy, más cerca quedo / de ti, cuna tan pobre en que nací. / Todo lo que tengo, lo tengo aquí / Plantado. / El corazón y los pies, y las horas que viví, / Ignoro aún si libre o condenado.
REPORTAJE GRÁFICO LUIS FALCÃO