Viajando por el Duero en tren: de Pocinho hasta Peso da Régua
El río Duero o Douro en portugués, con sus sinuosos meandros, corre por esta región del norte de Portugal entre espectaculares miradores, laderas, viñedos y frondosos olivares
El río Duero, la más importante corriente fluvial castellana y leonesa y que las identifica, se adentra en Portugal en la zona de Vega Terrón y Barca d’Alva -ambos núcleos poblacionales de frontera-, hasta donde antes llegaba la línea férrea más bella e impresionante de toda la Península y que, ahora, llora su olvido como un esqueleto perdido en las laderas de los profundos cañones de Arribes y, desde unos años, convertida en su tramo español en una camino verde, llamado 'Camino de hierro', mientras que en el lado portugués se trabaja para ponerla en funcionamiento desde Pocinho hasta Barca. Dos formas de entender el turismo.
Ahora que pasan los días calurosos de verano y ante la llegada del otoño, de espectacularidad por su variedad cromática, conviene realizar una de las rutas más interesantes y atractivas de La Raya: recorrer el Duero en tren desde Pocinho (Vila Nova de Foz Coa) hasta Peso da Regua. El río Duero, con sus sinuosos meandros, corre por esta región del norte de Portugal entre laderas, viñedos y frondosos olivares –muchos de nueva plantación- donde se producen los más famosos vinos de Portugal, el conocido vino de Porto, desde hace casi dos milenios. Además, el interés de esta zona es tal que la Unesco la declaró Patrimonio de la Humanidad, en la categoría de Paisajes Culturales, en el año 2001. Una tierra que nos atrae como un imán y a la que siempre encontramos pretexto para volver, y que supone ánimo, vida y espíritu ancestral.
Existen varias rutas para acceder a Vila Nova de Foz Coa, de la que Pocinho es una de sus freguesías. Nosotros comenzamos nuestra ruta por la frontera de Fuentes de Oñoro/Vilar Formoso para, entrados en Portugal, desviarnos a la derecha a escasos dos kilómetros desde la frontera y dirigirnos a Almeida, una de las ciudades portuguesas de mayor encanto en la arquitectura militar. Conserva intacto, mantenido y rehabilitado todo su fuerte con atractivos jardines y museos. El trayecto entre Almeida y Vila Nova de Foz Coa transcurre por abruptos, desiertos y pobres terrenos pedregosos, donde oscurecen el paisaje las guadañas del fuego, clara estampa de la Beira Interior.
Cruzamos el siempre atractivo cauce del río Côa, en cuyas orillas se encuentra el mayor yacimiento de arte rupestre de Europa. De Vila Nova descendemos a la orilla del Duero, hasta toparnos en la ladera con la freguesía de Pocinho, desde donde empieza la línea ferroviaria hasta Porto (antiguamente llegaba hasta el pueblo español de La Fuente de San Esteban). Llegamos entrada la mañana, el convoy sale a las 11.15 hora portuguesa, lo nos permite conocer a las gentes que nos encontramos esperando en la preciosa estación, de la que llaman la atención sus azulejos, algo que iremos contemplando en aumento según el tren lame el agua del Duero. El reloj y su cantina, sus bancos y sus gentes con los equipajes de toda la vida –también mucha mochila- nos hacen rememorar tiempos de la niñez.
Llega el viejo tren de gasóleo -el de vapor, de uso estrictamente turístico, solo viaja en épocas concretas-, que nos conducirá hasta Peso da Regua. Pero antes del final de este trayecto –prometo volver a viajar, pero hasta Porto, como hice hará algunos años ya-, iremos pasando por estaciones sugerentes, cada cual más bella y por parajes que obligan al ensueño y la melancolía, no sin cierta extrañeza por el asombroso cauce del Duero y su difícil navegación. La siguiente estación es Freixo de Numão, donde ya se empiezan a apreciar los primeros bancales de cepas en un Duero bello y verde, como los viñedos lineales salpicados de pequeñas construcciones blancas que conforman las quintas.
Según avanzamos, lamiendo el Duero con nuestras manos en un camino marcado por los raíles que rozan el cauce, nos queda claro por qué este trayecto es tan conocido: las vistas desde el tren son impresionantes. Circulamos pegados al río, siguiendo sus meandros y a poca altura sobre el nivel del mismo. Ante nuestros ojos desfilan paisajes de viñedos aterrazados, quintas maravillosas con edificaciones de mil formas, bosques de olivares… Por momentos el río se trasforma en un espejo perfecto que invita a jugar con la simetría de las instantáneas.
Los bellos azulejos de la estación de Pinhão
Pasamos por varias estaciones pequeñas, casi apeaderos, donde uno se pregunta a dónde van los viajeros que bajan en ellas. Gentes de la zona con maletas antiguas de las que ya casi no se ven, rostros quemados por el sol, la gorra calada, el típico sombrero portugués, mucho luto… Parece que el tiempo se hubiera detenido en estas tierras del Duero y la vida trascurriera solamente con el ritmo de la vendimia que aún está por llegar. Freixo de Numão, Vesúbio, Vargelas, Ferradosa, Alegría, Tua, Pinhão, Ferrão y Covelinhas son las paradas de nuestro viaje, en las que en la retina queda grabado el trabajo del hombre para ganar espacio a la naturaleza, hasta llegar a Régua. De todas ellas llama la atención la estación de Pinhão por sus impresionantes azulejos en las paredes de los edificios ferroviarios. Obras de arte de azul añil de múltiples motivos, todos relacionados con el vino, el río o la historia de este inmenso país. Cada recodo, cada viñedo o quinta parecía más hermoso que el anterior.
No pudimos hacer un alto en estación alguna, nuestro tiempo debía ajustarse a una jornada. Pero antes de recalar en Régua, conviene hacer un alto textual en Pinhão –recuerdos de anteriores viajes-, corazón del Porto, que se encuentra en la confluencia de un afluente y el Duero donde posee un puente metálico muy característico que debe cruzarse para llegar al centro del municipio. Si el viajero tiene tiempo, le aconsejo dirigirse al mirador de Pinhão, el que dicen está entre las siete mejores vistas de Europa, la panorámica da una idea general de cómo es el valle del Duero y, de paso, si el caminante cae por otoño, no está de más aprovechar para meterse entre los viñedos y ver más de cerca la vendimia. Los días de recolección son días de alegría en el Douro. Se trabaja mucho y se duerme poco, pero la satisfacción del trabajo bien hecho todo el año y la actividad frenética por todas partes hacen que sea una época ideal para vivir una experiencia diferente, sobre todo con gente tan fantástica como la de las muchas quintas, que haciendo amistad, porque el portugués es abierto, te dejan participar de su vida por un día.
Entre Pinhão –corazón del Porto- y Régua –puerta de entrada-
Nuestro deseo es llegar a la ciudad de Peso da Regua, puerta de entrada a toda la región del vino de Porto, también conocida como zona del Corgo. La denominación del vino de Porto distingue tres áreas que de oeste a este son las siguientes: baixo, medio y alto corgo. El baixo corgo, donde se encuentra Peso da Regua, es una zona de vinos de mesa, de buena calidad, pero es el medio Corgo el que realmente interesa, es donde se concentran la mayoría de las quintas que producen el vino de Porto, y a las cuales se puede acceder por carretera. Más allá de Pinhão, al alto Corgo, sólo se puede acceder por un tren o barco.
Peso da Regua es hermoso, atractivo, de calles intrincadas, subidas y bajadas que siempre mueren en el Duero. Régua es la definición perfecta del Portugal más conocido, la sensación de abandono va de la mano con la memoria, la historia, la sencillez y la postal en sepia. Esta ciudad invita a perderse por sus calles, conocer de cerca lo que un día fue y hoy no es. Fundirse en el aroma añejo del vino y de los ultramarinos que guardan tesoros de otros tiempos y que el tiempo cubre de un fino tul de polvo… Es rebuscar en estanterías y mostradores algo que invita al recuerdo.
Mientras paseamos por el nuevo puerto fluvial –ofuscación confusa de cualquier puerto de costa-, sentimos que llega la hora de comer. En Portugal, o almoço o comida y el jantar o cena, se hacen temprano. Buscamos un sitio para comer, encontramos uno de comida casera –que invita a los sentidos con feijão y porco, pero donde solo degustamos un añejo Porto- pero de plato único. Seguimos nuestro camino y nos decidimos por Os Maleiros, en Rua dos Camilos que, como siempre, tiene completo sus dos salones. Nos toca esperar, no mucho rato, pero el hambre acecha, estamos con solo um pingo desde la estación de Pocinho. E incluso tomamos el ‘coubert’.
Aviso para aquellos que nunca hayan comido en Portugal, el ‘coubert’ es una mini tapa que te sirven en los restaurantes lusos antes de comer. Normalmente, consiste en pan con mantequilla o una especie de mini empanadillas o aceitunas. La finalidad es estar entretenido antes de que llegue la comida, lo que puede tardar, entre 20 minutos con gran suerte y 90 en el peor de los casos. El precio del ‘cubert’ es un gran desconocido y puede incrementar el precio de la comida notablemente. La comida, al margen del ‘coubert’, consistió de entrada en una rica alheira (embutido típico portugués a fuerza de carne picada con tocino de cerdo y de aves, pan, aceite, ajo y pimentón), polvo (pulpo) asado con aceite de oliva virgen y condimentado con pimentón, y bacalhau con batatas y pimentas, todo al horno. Y de postre, una exquisita crema también al horno... Y todo regado con vinho verde (fresquito, que el calor y la humedad lo requerían). Mi impresión, la expresaré en portugués: Uma apresentação simples e ambiente familiar. Boa comida e muita simpatía.
Reposamos la comida en un paseo por el muelle fluvial y nos dirigimos, nuevamente, a la estación de tren donde una mujer, con mandileta de bordados y cesta antiquísima, vende confeitarias –dulces-, imagen real que sigue en el tiempo –siempre la vemos, tras muchos años, ofreciendo sus productos a los viajeros que suben al tren. Queremos regresar pronto, son las 3.45 hora portuguesa, deseamos hacer un alto en ‘as gravuras’ del Côa. El viaje de regreso impresiona aún más al divisar las esclusas –aunque para observar esta obra de ingeniería, mejor realizar el viaje en coche- y, sobre todo, el cauce del Duero en muchos trayectos. Estrecho, vertiginoso, salvaje con sus rápidos, difícil, con rocas puntiagudas asomando como ojos de cocodrilo a un lado y otro del cauce. Se hace extraño comprender cómo por ese cauce pueden navegar cruceros fluviales de hasta 400 pasajeros… El tren avanza pegado al río, que se ensancha acorde con la sucesión de presas, viéndonos reflejados en el agua, que parece viene hacia nosotros, como la historia y la vida misma, ay!.