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Región

La primavera en Trás-os-Montes

23 abril, 2017 10:57

Ya ves, Mario, después de tantos meses, por esas circunstancias personales que tú conoces, el jueves volvimos a cruzar la Raya, esa línea simbólica que hoy ya no es barrera sino puente. Y en un instante ocurrió el milagro. Mientras sorteábamos la presa de Bemposta volvió a aflorar en nuestro interior el pálpito misterioso de la escritura, apagado bajo el peso del ánimo apesadumbrado.

A estas alturas de abril, la primavera viste como de comunión o así las laderas enriscadas de los Arribes del Duero. Ese paraje enigmático de Ambasaguas, donde el río Tormes se desangra en el Duero, en el que transcurrió la infancia de nuestro amigo Luis Falcao.

Mientras cruzábamos la presa, recordábamos aquel viaje a este rincón de la provincia de Salamanca siguiendo los pasos de don Miguel de Unamuno, que fructificó luego en un emotivo artículo que por desgracia se ha perdido en este universo a veces etéreo del Internet.

Para compensar el extravío, Luis, azuzado por la emoción de la infancia, nos desgranó la verdadera historia de su padre, José Antonio Falcao Curralo, de la que él mismo acaba de enterarse recientemente, ahora que anda haciendo acopio de papeles en los registros para solicitar también la nacionalidad portuguesa, que le corresponde por derecho.

José Antonio Falcao fue un portugués nacido en 1907 en Bemposta en el seno de una familia de pastores. De ideas izquierdistas, hacia 1940 se vio obligado a huir apresuradamente hacia España para evitar ser fusilado. La PIDE, la brutal policía política de Salazar, el dictador de la época en Portugal, había puesto su punto de mira en el joven pastor, que era analfabeto pero con unas ideas muy avanzadas para su época.

José Antonio se refugió en Ambasaguas, al otro lado del Duero, término municipal de Villarino de los Aires, en la provincia de Salamanca, una zona en la que abundaban las pequeñas aceñas o molinos de agua. Un vecino de Villarino, Vicente Martín, (abuelo de Luis), lo encontró escondido en aquellos apartados andurriales, temeroso y hambriento. Primero le dio cobijo y luego, un trabajo en su aceña. Fue así como conocería a la hija de Vicente, Josefa (madre de nuestro amigo Luis), apodada la Vicentilla. Y en 1944 contrajeron matrimonio.

Como José Antonio carecía de papeles, a la hora de inscribirlo en el Ayuntamiento de Villarino para que la boda pudiera celebrarse, el escribiente le españolizó los apellidos: el Falcao se convirtió así en Falcón, y el Curralo, en Corral. Una curiosa metamorfosis que supuso de hecho crearle una nueva identidad. De todo esto ha acabado enterándose Luis gracias a la partida de nacimiento de su padre que le han conseguido sus amigos de Mogadouro, cámara municipal a la que pertenece Bemposta. Conque el Falcón con el que todos lo conocen es en realidad Falcao, ay.

El ascenso a través de los escarpados farallones que ha ido lamiendo el Duero al cabo de millones de años y la llegada al paisaje austero del ‘planalto’ mirandés volvieron a inundarnos de recuerdos, los bellos pueblos de esta zona vecina y los numerosos amigos que hemos ido cosechando en estos últimos años en los profusos viajes que hemos realizado a lo largo y ancho del territorio asombroso de Trás-os-Montes.

Pasamos muy cerca de Sendim y Mogadouro, Mario, pero poco pudimos hacer debido a la agenda apretada que nos aguardaba en Alfándega da Fé. Fue grato el descubrimiento de la ciudad y el de toda esta zona del noreste de Portugal, de suaves laderas alfombradas de almendros, olivos y cerezos. Las mejores cerezas del país, según dicen, deliciosas, pequeñas y blandas como caramelos de algodón.

El ‘spa de las nubes’ de Sambade llama la atención por su singularidad. Esa excentricidad lujuriosa de los baños y masajes a 1.100 metros de altitud mientras la vista se asombra desparramándose sobre la sierra de Bornes y el ‘valle del Nilo’ portugués, con el río Sabor, afluente del Duero, culebreando en la lontananza.

El entorno natural de Alfándega da Fé es la gran riqueza del territorio y acaso su principal seña de identidad. También la Historia, aunque el paso del tiempo ha borrado buena parte de sus huellas monumentales. Non è vero, ma è bella la leyenda sobre el nombre de la ciudad, la Virgen María resucitando mediante un bálsamo milagroso a los soldados cristianos asesinados por los enemigos moros de la Edad Media.

En Sambade está el centro de interpretación del territorio, donde se explica, mediante un magnífico audiovisual, la vida pastoril de la zona. También nos deleitamos con una muestra de máscaras de invierno (‘caretos’), entre ellas una del ‘chocalheiro’ de Bemposta, obra de nuestro amigo Carlos Ferreira.

Concluimos la intensa jornada en el santuario de Santo Antão da Barca, en la margen izquierda del río Sabor, que cuenta con una suntuosa capilla enclavada en lo alto de una loma con unas vistas espléndidas de los meandros del río. La ermita se hallaba en un punto más bajo, pero la construcción de un embalse obligó a trasladarla, piedra a piedra, más arriba para salvarla de las aguas, igual que sucedió en su día con el pueblo de Riaño, en León, o con la iglesia mozárabe de San Pedro de la Nave en Zamora.

Conque, Mario, amigo, tras el invierno llega la primavera también a nuestro espíritu. Esa primavera sencilla como el sueño de un bendito de Trás-os-Montes que encharca los sentidos de olores y colores y despierta el ánimo y lo eleva hacia caminos nuevos, ay.