Juan Carlos Mestre abraza la escuela de "insubordinados ante la impiedad"
El poeta berciano y Premio Castilla y León de las Letras, Juan Carlos Mestre, ha abrazado este viernes la escuela de los "insubordinados ante la impiedad", al tiempo que ve la democracia como "forma cívica de consuelo", para apelar también a una "comunidad de tolerancia" donde haya lugar para los que "discrepan" porque "ennoblecen" con argumentos de libertad y hacen del disentimiento un "bien irrenunciable".
En un discurso en el que ha hablado de la "tragedia" de los refugiados, de argumentos procesales "que avergüenzan", de los débiles y descontentos que hacen "con la innegociable verdad de su sueño la vida más bella", también ha recurrido a sus raíces en el Bierzo (León) y la historia de la poesía de su patria que "irrenunciablemente" se vincula al proyecto "espiritual" de "nuestras lenguas".
Durante su alocución en nombre de los premiados, y recogida por Europa Press, Mestre ha ensalzado el saber jurídico de Araceli Mangas, la aptitud en el deporte de Juanín García y Fernando Hernández, el don y la discrepante luz de Félix Cuadrado Lomas, la dinámica empresarial del Grupo Antolín y la labor bienhechora de la ONCE.
Un esfuerzo que, a su juicio, debería ser el fin de "toda tarea humana" y el refuerzo de la "dignidad" espiritual y civil de las personas, una voluntad de cuidado "extensiva a la naturaleza y el planeta", a la "conciencia del ser" en cuya unicidad arraiga la convicción de que la vida "carece de sentido sin resistencia al mal".
"La tolerancia ante la herida colectiva, el daño y la precariedad, la indolente indiferencia ante los que sufren, es hoy otro agónico episodio de la historia, otra tachadura moral sobre el proyecto humanista que cifró en el saber, la tolerancia y la inteligencia, en la cultura de la igualdad y la salvaguarda de la educación, el desafío desde el que reconstruir la sociedad sobre unos nuevos cimientos donde no tuviera cabida la iniquidad de la pobreza y el sufrimiento", ha señalado.
El Premio de las Letras ha hablado de poesía como "ética de la felicidad" y una "voz antagonista de la penuria". De ahí que se haya acordado de la tragedia de los refugiados, de argumentos procesales que "avergüenzan", de los "débiles" y "descontentos" que hacen "con la innegociable verdad de su sueño la vida más bella".
De ahí, ha continuado, que haya reafirmado que no ha tenido otra escuela que la de los "insubordinados ante la impiedad", que el amparo y la misericordia son las raíces "éticas" del árbol moral de los pueblos y donde lo indócil es un deber ante los decretos de servidumbre.
Raíces
El polifacético creador leonés ha hablado de sus orígenes en el Bierzo, de Fran Martín Sarmiento, de Ramón Carnicer, Antonio Pereira y Gilberto Núñez. También de José Antonio Robés, de un pueblo de campesinos, carpinteros y sastres, donde su corazón no ha tenido otro lugar para salvarse que el "inocente cobijo de los solo culpables de nacer y haber tenido un sueño".
En este punto, ha parafraseado a Antonio Gamoneda al reconocer que la poesía no es un lugar donde van a parar los cobardes. De ahí que haya mencionado a Federico García Lorca y Miguel Hernández, entre otros, "de cuyos sueños pendientes de ser soñados llega el imperativo categórico de la memoria histórica".
Por eso concibe un libro de poemas como una "pequeña caja de herramientas al servicio de la conciencia de los soñadores" que nombra zonas tantas veces "inaudibles del dolor", la "penuria" y de la "aflicción humana", un canto y exaltación "del que celebra el placer, la radical hermosura del amor a la vida como una transgresión ante la esclerosis de la rutina".
De ahí que se haya despedido con un pensamiento para los que "están solos" y en los que a pesar de "débiles", "humildes" y "desapercibidos", aún sostienen "con fuerza" la idea, hecha solo con palabras, de que "algún día las estrellas serán para quien las trabaja".