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Región

La matraca comunera

21 abril, 2018 14:18

Escampa sobre la Meseta castellana después de tanta lluvia inopinada y pertinaz y las gentes del Cid (no tanto las de Alfonso IX de León) elevan la vista al cielo y rezan. Estas lluvias balsámicas de marzo y abril y este sol intermitente que parece anunciar ya la primavera, “primavera humilde como el sueño de un bendito”, son quizás los pocos accidentes dignos de mención en la inminente Fiesta de Castilla y León.

Atrás quedan aquellas disputas de antaño, de vino grueso, sombrero de paja, tamborileros y tortilla de patata, cuando Villalar escenificaba la división política de un territorio jurídico en formación.

Luego la cosa fue domesticándose hasta llegar al tedio cívico y culturalista de nuestros días, auspiciado mayormente por la Fundación Villalar, ese brazo armado de doña Silvia Clemente, la resuelta presidenta de las Cortes regionales, entidad que, por lo que oímos y leemos, no acaba de convertirse en depositaria de todos los espíritus comuneros, ay.

La historia da para rotos y descosidos. La Guerra de las Comunidades de Castilla, acaecida a comienzos del reinado de Carlos I, se ha interpretado de modo diverso y contradictorio, pero los cabecillas de aquel levantamiento, o sea, Padilla, Bravo y Maldonado, nunca han dicho ni mu en un sentido u otro.

Conque todas las teorías tienen sus razones, las que se inclinan por la revuelta antiseñorial, las que ven en la sublevación comunera un ejemplo adelantado de revolución burguesa o las que opinan que se trató más bien de un movimiento antifiscal y particularista de naturaleza retrógrada, o sea, la nobleza local desplazada por el tráiler flamenco que se trajo a las Españas desde Alemania y Flandes el joven rey Carlos.

Los partidos de izquierdas (PSOE, Podemos, IU, TC…) han preferido y prefieren la revolución popular. Por eso reivindican con arrebato la festividad política de Villalar, y sus dirigentes, como antaño Chuchi Quijano, Demetrio, Antonio Herreros y así, acudían solícitos al rito anual de la pañoleta morada y el ramo de flores en el monolito comunero.

La hipótesis revolucionaria no agradaba al PP. Por eso, Aznar y Juanjo Lucas le hicieron la higa a la ceremonia del monolito y en su lugar se inventaron el acto institucional paralelo.

La llegada a la presidencia de la Junta de Juan Vicente Herrera puso fin a aquellas conmemoraciones duales, que tenían en vilo a los dirigentes de izquierdas, pues para llegar a tiempo al acto institucional se veían obligados a depositar a toda prisa la corona floral comunera en Villalar.

Ahora la cosa es más sosegada. El acto institucional se ha reducido a la entrega palaciega de los Premios Castilla y León, que suele celebrarse un día antes, y de este modo el día 23 queda libre plenamente para la fiesta popular y campal.

Pero ni aún así. El socialista Demetrio Madrid, quien no ha dejado de zascandilear desde los 80, la ha cogido ahora con la Fundación Villalar, acusándola de querer romper la festividad comunera por la serie de actos culturales que esta última ha programado en cada una de las nueve provincias.

A mayores, esa disonancia del pintor Félix Cuadrado Lomas de negarse a recibir el Premio Castilla y León de las Artes por su falta de dotación económica. Su postura está preñada de sentido común, porque es difícil justificar que el premiado no perciba ni un euro mientras los miembros del jurado se lo llevan calentito. Si hay, hay para todos, y si no hay, no hay para ninguno. Lo sentencia certeramente la sabiduría popular: “Don sin din, los cojones en latín”.

O sea, que en Castilla y León festejamos a los comuneros y en Madrid los fusilamientos del 2 de Mayo, que también tienen lo suyo, como si por aquí disfrutáramos con los cadalsos, paredones y así.

Los nuevos comuneros son ahora Cristina Cifuentes, Carolina Bescansa y Puigdemont, todos ellos en desigual lucha contra el poder y sus elementos.

Conque lo ideológico y lo personal siguen siendo la esencia comunera, el leitmotiv de la batalla campal de la política. Infelices Padilla, Bravo y Maldonado, ay.