“Me dijeron que me rajarían si no pedía en otro sitio”
Marcos, nacido en Guadalajara hace más de medio siglo, es uno de esos mendigos cuyo rostro ya se ha hecho familiar para los vecinos del barrio Labradores en Salamanca. Probablemente lo hayan visto a la puerta de algún banco o supermercado, o en los alrededores del Mercado de San Juan. Su historia de superación es la prueba también de la existencia de mafias de la mendicidad en la capital charra.
Lo perdió todo hace cinco años. La crisis le golpeó duramente. Sin familia y en cierto modo repudiado por otros hermanos tras padecer problemas de ludopatía (así resume en medio minuto las causas de su desdicha), se vio obligado a emigrar para huir de las deudas. Pasó varios meses en Madrid, pero el azar le trajo hasta Salamanca, donde ha decidido quedarse por la tranquilidad que percibe en esta ciudad.
Una tranquilidad que se vio alterada inicialmente cuando intentaba solicitar limosna. Estuvo pidiendo dinero por las calles del centro de Salamanca, pero rápidamente tuvo que desistir. “Me dijeron que me rajarían si no pedía en otro sitio, que esas calles eran suyas. Después hablando con otra gente en Cruz Roja me han dicho que han llegado a dar palizas por no hacerles caso”, afirma.
Y es que Marcos (el día de esta conversación era su santo) intenta sobrevivir no sólo gracias a la caridad de los charros, también acude al Centro de Emergencias Social de Cruz Roja de forma eventual o al Comedor de los Pobres. Intentó conseguir un trabajo en la construcción, pues asegura que fue peón durante décadas. “Pero cuando pasas de los cincuenta años eres en un despojo de la sociedad y nadie te quiere para trabajar, eres un estorbo”, lamenta con resignación.
Ahora espera pasar “lo que el de arriba me deje” sin más sobresaltos. “Ya me he llevado una buena hostia en la vida, que me dejen tranquilo”, afirma. Los golpes de la vida que padeció y que a punto estuvo de recibir físicamente de la mafia del negocio de la mendicidad en Salamanca.