Ciudad Jardín, proyecto utópico del nuevo urbanismo tras la Guerra Civil
En un mundo tan célere y alocado como el actual apenas sobreviven los recuerdos que van más allá de un lustro. Ésa es la barrera que marca la pervivencia de la información en Internet, pero hay otra mucho más valiosa que aún se atesora en álbumes de fotos escondidos en recónditos cajones, esos que ya apenas casi se ven en familia, y sobre todo, una información guardada a fuego en la memoria de quienes vivieron cada momento. NOTICIASCYL tiene en marcha una serie dominical que repasa la evolución de los barrios de Salamanca a través de los recuerdos de niñez de sus habitantes.
Hoy es el turno para Ciudad Jardín, una zona que surgió tras la Guerra Civil siguiendo el modelo de proyecto de utopía social y urbana para una ciudad que mejorara las condiciones de vida y del trabajo del proletariado, dentro de un círculo de 400 hectáreas para 31.000 habitantes y 2.000 hectáreas de terreno agrícola alrededor, todo ello a partir de un núcleo ocupado por un gran parque. Eran las denominadas ‘ciudades jardín’.
Pero en Salamanca ni hubo jardín ni mucho menos ciudad. A finales de los años cuarenta se proyectaron 126 viviendas junto a la Cañada Real Vizana, nueve bloques a modo de colonias, e incluso hubo polémica porque desaparecieron quince millones de las pesetas de la época durante el proceso de construcción e incluso el promotor se aprovechó de ventajas económicas por las que el 90% de las plusvalías generadas en los terrenos aledaños le correspondían.
Las viviendas se construyeron sin asfalto en las calles, con agua corriente por horas debido a los problemas de presión en la ciudad y sin apenas luces. “Dos bombillas si acaso”, recuerdan vecinas que residen en el barrio desde hace décadas: Nieves López, Carmen López, Josefa González, Conchi Sánchez, Parquita Méndez y Carmen García, presidenta de la asociación de vecinos. Se ofrecieron a militares del cercano cuartel General Arroquia y guardias civiles, pero debido a la precariedad de servicios en la zona muchos rechazaron las viviendas y fueron más bien pisos sociales para personal del aeródromo de Matacán.
Durante décadas el barrio permaneció inalterable junto al antiguo convento que hoy es la Facultad de Psiología y Bellas Artes, en la carretera de Fuentesaúco, y el Noviciado de los Legionarios de Cristo. Hasta que con el final del franquismo, el primer alcalde democrático, el socialista Jesús Málaga, acometió una importante reforma en Ciudad Jardín. Llegaron mejores tuberías de agua para el abastecimiento a las viviendas, alcantarillado para evitar las constantes inundaciones y el asfaltado de las calles, con su correspondiente alumbrado público.
A finales del siglo XX tuvo lugar la expansión del barrio y su integración en el resto de la ciudad, al tiempo que también se acercaba la Chinchibarra y se edificaba el barrio Capuchinos. Se construyó el complejo deportivo de La Sindical, hoy denominado Rosa Colorado, el colegio San José, el Parque de Bomberos y la sede de Cruz Roja. Ya con el siglo XXI han llegado nuevos edificios, sobre todo hacia el Colegio San Agustín, dotando al barrio de otra salida para el tráfico a un barrio que durante décadas parecía aislado, cuyas tierras eran zona de paso hacia el estadio Helmántico.
Porque la vida en Ciudad Jardín era como la de cualquier pueblo. Sus vecinos hacían vida en la calle. “Había mujeres que hacían punto y hasta nos cortaban el pelo, ponían una mesa e íbamos pasando de una en una”, recuerdan sus habitantes, sobre todo las noches al fresco, “nos tirábamos hasta las dos y tres de la madrugada de cháchara, ahora te cruzas con la gente y como mucho dices buenos días”.
También estaban determinados puntos de encuentro. Para los hombres era el bar de Felipe, donde se juntaban a ver el fútbol en una de las pocas televisiones disponibles. Para las mujeres era la casa de Doña Carmen. Y sobre todo las tiendas, “entonces te fiaban, apuntaban las compras en una libreta y las pagabas a final de mes”. Pero la apertura del centro comercial Pryca, hoy Carrefour, propició el cierre del comercio local y en la actualidad sólo queda un bar en el barrio, ha perdido toda su actividad del sector servicios.
Ciudad Jardín tenía su propia escuela, el denominado parvulario, porque el barrio estaba repleto de niños y jóvenes, que de vez en cuando decoraban las paredes con murales, el arte urbano que se denomina en la actualidad y tan de moda está en zonas como el barrio del Oeste. Además, las actuaciones teatrales eran todo un acontecimiento, también las fiestas de San José Obrero, “hasta se organizaban capeas, nos íbamos a Rodasviejas”, su particular fiesta campera. Aunque la jornada en el campo por excelencia era el Lunes de Aguas, cuando todo el barrio se desplazaba hasta el Prado Panaderos, junto al estadio Helmántico, para degustar el tradicional hornazo.
Retazos de otros tiempos en que Ciudad Jardín era socialmente lo que se pretendió cuando se proyectó su construcción, un lugar no sólo para vivir, sino para disfrutar de la vida. El imparable paso del tiempo y el sino del progreso lo han transformado en un barrio residencial donde predomina la tercera edad, muy activa y con muchas iniciativas cada semana, pero sin relevo generacional. Prueba de ello es que en algunas viviendas todavía sus inquilinos pagan una renta antigua que en algunos casos no supera los cincuenta euros al año, algo imposible para el actual mercado inmobiliario.