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Marcha nocturna a Cabrera: así son los 33 kilómetros a pie

17 junio, 2018 19:26

Mañana lunes, 18 de junio, se celebrará una de la romerías que más devotos congrega en la provincia de Salamanca, si no la que más. Tal es el culto al Cristo de Cabrera que cientos de personas incluso recorren a pie el trayecto que separa a la ermita de la capital del Tormes, 33 kilómetros que suelen recorrerse durante la madrugada previa, aunque son muchos quienes realizan la caminata el sábado anterior o posterior a la fiesta, en lugar de sus respectivas agendas laborales.

En la víspera de la romería, este domingo partirá a las 21:00 horas la ‘marcha oficial’ desde el Seminario de Calatrava, sede del Obispado de Salamanca. Decenas de personas desfilarán en comitiva al ritmo de los rezos, pero hay quienes optan por llevar su devoción de una forma más personal, algunos solo por el mero hecho de hacer deporte, incluso quienes afrontan la marcha hasta Cabrera como un reto personal. Porque para creyentes y no creyentes, católicos o simplemente cristianos, es una noche especial, un camino de introspección.

La primera parte, hasta llegar a Aldeatejada, es en cierto modo un paseo a través del carril bici que una a esta localidad del alfoz de la capital. Son minutos para calentar músculos, para recordar vivencias anteriores quienes repiten y ofrecer consejos a los novatos, momentos para la conversación, cuando las fuerzas permanecen aún intactas. Una vez en Aldeatejada, se puede hacer una breve parada para tomar un café de cara a la aventura nocturna o continuar adelante con el termo ya caliente de casa dentro de la mochila, un peso que confiere aún más proeza a la caminata, pues a cada kilómetro la carga parecerá más y más pesada.

A través de la carretera autonómica hacia Vecinos y la Sierra de Francia, el caminar es ágil y cómodo. El arcén, ancho. Conviene llevar una pequeña linterna, ya sea de mano o incorporada a una cinta para la frente, además de los correspondientes chalecos reflectantes y amarillo o naranja fluorescente, para delatar la posición a los vehículos. Al principio son muchos, después, una vez que se toma el cruce hacia Las Veguillas, menos. Ahí empieza el verdadero camino hacia Cabrera, con una carretera más estrecha, con continuas subidas y bajadas.

Los primeros kilómetros hasta el cruce de Morille caen a buen ritmo. El ánimo está por las nubes, y eso que la noche está despejada… La compañía siempre propicia conversación, ya sea de asuntos de actualidad o temas banales. Pero entonces llega el primer mazazo anímico al ver en el cruce que aún faltan 19 kilómetros hasta Las Veguillas. ¿Cómo es posible? Si parece que ya han pasado varias horas y la mitad del trayecto. Pero no. Ni mucho menos. Es momento para no decaer el ánimo y alentar a los más pesimistas. La mente es así de traicionera. Hay quienes ya aseguran tener síntomas de calambre, pero es simple espejismo mental.

La comitiva avanza hacia Santo Tomé de Rozados a través de una serpenteante carretera, curvas que facilitan el caminar, rectas que lo dificultan anímicamente. Miras hacia atrás y ves a otros caminantes a lo lejos y te propones que no te alcancen. Miras hacia delante y crees ver cerca Las Veguillas, pero aún están tan lejos… En Santo Tomé hay quienes ya han parado a almorzar, pero la verdadera marcha nocturna a Cabrera se realiza del tirón, sin prisa pero sin pausa.

El reloj marca las tres de la madrugada. El silencio se va apoderando entre los caminantes. Las largas rectas entre parcelas de cultivo contribuyen a ir minando las fuerzas. Pero antes de Aldeagordo de Abajo el paisaje cambia radicalmente. Desaparecen las tierras de cultivo, comienza la dehesa charra repleta de encinas y carrascos. El trayecto se hace más amable, alegra la vista mientras la luna ilumina el bello paisaje salmantino, infunde energías a los andariegos. Algunos deciden abrigarse porque la presencia de cercanos arroyos refresca el ambiente, y eso que la noche es en general calurosa. El silencio desaparece y la fauna de esta zona confiere una peculiar sinfonía. Es la armonía de la naturaleza. Y con ella, vuelven las conversaciones, eso sí, aparecen temas más trascendentales.

Transcurrida la mitad de la marcha, ahora sí es un auténtico camino de introspección. Quien más y quien menos ha pensado en por qué se ha decidido a realizar estos 33 kilómetros a pie, 33 como la edad de Cristo, cuya talla románica espera al final del trayecto, en la legendaria ermita. Es momento profundizar en los motivos de cada caminante, sobre todo si están fundamentados en alguna promesa, porque si hay algo que tiene el Cristo de Cabrera es que cumple deseos incluso de los más agnóstico. Doy fe de ello.

La mochila ya está sin café, el chocolate y la glucosa para los músculos ya se han agotado entre quienes más lo necesitaban. A través de Pedro Llen, el camino es una montaña rusa física, entre subidas y bajadas, pero también de sensaciones. Los más agotados físicamente ya sufren los primeros calambres, o al menos síntomas de tirantez en los músculos. Los más enteros también flaquean, pero más anímicamente por las ansias de llegar a la meta.

Antes de Las Veguillas se produce un desvío a través de un camino entre fincas de ganado vacuno. Adiós a la carretera. Adiós al asfalto. Llegan la tierra y sobre todo las maliciosamente colocadas piedras. La orografía no ayuda a los más maltrechos físicamente. El piso es irregular. A cada paso, un pinchazo. A ello se añade la incertidumbre de los novatos por si habrá algún animal suelto, pues algunas cercas apenas llegan al metro de altura. Este camino parece interminable.

Cuando está amaneciendo regresa el asfalto. Es la carretera que une Las Veguillas con la ermita de Cabrera. Vuelven todas las fuerzas de golpe. Apenas quedan un par de kilómetros. Ni eso. Los dolores en las piernas se transforman en cosquilleo, los lamentos por un trayecto interminable se convierten en risas y bromas. Sí, la meta está cerca. El objetivo, a punto de cumplirse. El reto, casi superado. La última recta en bajada hacia la ermita es dulce, como flotando sobre el asfalto. Por fin aparece la ermita. Es momento para recobrar el aliento y sobre todo para hacer una visita al Cristo. Qué menos después de toda una madrugada caminando. Hay quienes prefieren aguardar a las puertas sentados, esperando el coche que les venga a buscar para regresar a casa. La mayoría opta por ver una talla tan simple artísticamente como majestuosa en su expresividad.

Ese Cristo tiene una mirada especial, capaz de atravesar los corazones más ateos, porque no se trata de religión, no se trata de fe católica, sino del afán de superación del ser humano, y eso trasciende a cualquier creencia popular. Se percibe en los cansados rostros de los caminantes. Regresa el silencio, ahora respetuoso en el interior de la ermita, pero pareciera que uno pudiera escuchar los pensamientos de todos los presentes. Cientos de velas alumbran el templo del Cristo de Cabrera, una imagen con su propia leyenda, pero esa ya es otra historia que les contaré mañana.