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San Martín del Castañar, regalo de bodas del Señor de Miranda

17 junio, 2018 08:57

El célere martilleo del progreso se afianza cada día como una apisonadora que desbanca del privilegiado rincón de la memoria aquellos hechos y vestigios de la historia que nunca deberían olvidarse. En la era de las nuevas tecnologías, de internet y la globalización, la sedentaria sociedad actual está relegando a viejos baúles sus más ancestrales tradiciones, experiencias generacionales que acumulan polvo y perecen en la nada en apenas décadas. La provincia de Salamanca alberga una infinita riqueza de historias transmitidas de boca a boca y recogidas en papel cuyo desconocimiento es cada vez más general entre la población.

Pero si la historia se encuentra en el entredicho de la memoria, algunos de sus testigos mudos agonizan a la espera del maná que les ofrezca un aliento de esperanza. Son los castillos y fortalezas que despuntan entre las llanuras, valles y montañas del diamante en bruto que es este territorio charro, eje fundamental durante la Reconquista de los cristianos y, por tanto, uno de los epicentros donde poder encontrar estos impresionantes baluartes defensivos que en la actualidad continúan mirando al cielo, pero ahora no desafiándolo, sino clamando por una ayuda económica que pueda acometer su restauración para no caer cual efímera torre de naipes.

Durante las próximas semanas, este diario recuperará las historias y leyendas de los castillos y fortalezas de Salamanca. Y para comenzar, el castillo de San Martín del Castañar, uno de los ejemplos de restauración y aprovechamiento del patrimonio monumental para generar riqueza en la Sierra de Francia, dejando en el olvido la amenaza de ruina en la mayoría de sus partes, aquellas que aún quedan en pie, pues gran parte de la estructura original del castillo desapareció hace ya muchos años y posteriormente se fue deteriorando al cobijar el cementerio.

Su situación es absolutamente privilegiada, en el extremo oeste de una localidad enclavada en un singular paraje botánico y zoológico dentro del Parque Natural de Batuecas-Sierra de Francia. Ya sea a través de San Miguel de Robledo, ya sea desde Nava de Francia, el castillo de San Martín del Castañar es visible a lo largo de casi todo el trayecto por esta carretera. Sobre todo de noche gracias a una singular iluminación artística. El acceso es actualmente libre para cualquier persona que quiera acceder a un monumento de propiedad municipal.

Si clara es su situación, no tanto su origen. Al parecer, surge entre los siglos XII (inicio de la construcción) y XIV (primeras reformas) al hilo del desarrollo medieval registrado por el pueblo entonces denominado sólo como San Martín. La historia de este castillo no se relaciona en sí con la Reconquista y el afán de los reinos cristianos por levantar fortalezas en diversos puntos estratégicos según avanzaba hacia el sur la frontera de sus territorios. Más bien, permanece ligada a una historia de amor, o al menos relación matrimonial, pues fue una especie de regalo de bodas del Señor de Miranda a su hija tras casarse con un noble de San Martín, mandando construir el castillo para alojar a la pareja. De ahí que a partir de entonces, a la localidad se le añadiese el apellido Castañar y se ligara con la villa de Miranda.

Desde entonces, el futuro más inmediato de este pueblo estuvo ligado a su cercano vecino, Señorío durante la Edad Media y que, tras diversas disputas, se convirtió en 1457 en Condado siendo Diego de Zúñiga su primer señor, un asentamiento que llegó a mantener bajo su pertenencia a 26 villas y villorrios, entre ellas San Martín. Pero, ironías del destino, lo que surgió como un ‘nidito de amor’ que vio nacer vida en sus primeros años, a partir del año 1834 se convirtió en cementerio municipal en el interior del recinto amurallado.

También explican su origen la estructura y uso del castillo de San Martín del Castañar como palacio fortificado. Se componía de dos torres cuadradas, con almenas unidas entre sí por un cuerpo de habitaciones. En torno a ellas se levantó un recinto casi redondo, con puertas de arco agudo y algún cubo pequeño, una zona amurallada al que los lugareños denominan ‘la barbacana’. Compuesto de mampostería y sillares de granito, su estado de conservación es delicado. De las dos torres, la llamada ‘torre vieja’, la meridional, se encuentra prácticamente derrumbada, conservando la parte inferior de los cuatro muros. De la ‘torre nueva’ se conservan dos lienzos con restos de las almenas, estando caídos los otros dos. También existen varias ventanas abocinadas en su interior.

La puerta de entrada es un arco apuntalado, con grandes dovelas graníticas y clave. Sobre ella se ve la ventana superior de la torre nueva, rematada también en arco ajizal, pero realizado con dos dovelas oblicuas y bordeadas por alfiz curvo. Además, una de las esquinas del castillo fue destruida a consecuencia de una descarga eléctrica, según se apunta en el ‘Inventario de los castillos, murallas, puentes, monasterios, ermitas, lugares pintorescos o de recuerdo histórico, así como de la riqueza mobiliaria, artística o histórica de las Corporaciones o de los particulares de que se pueda tener noticia en la provincia de Salamanca’, compuesto por Antonio García Bouza en el año 1937 por encargo de la Diputación de Salamanca. Una prueba más de la falta de atención desempeñada por las anteriores generaciones con auténticas joyas de piedra cuyo brillo interior luce más que el más vasto de los diamantes.