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Pérez Langa se lleva la tarde en la última de Íscar

7 agosto, 2018 11:13

Tarde bochornosa y tediosa que se alargó hasta las 10 de la noche por culpa del mal uso de los aceros de los montados y el descastamiento total de los toros portugueses de Pasanha. El maño Pérez Langa se alzó triunfador cortando tres orejas en faenas de garra y pundonor.

Lo mejor de la tarde ocurrió con el pasanha que cerraba festejo. El rejoneador de Calatayud, harto de ver como todos los toros se emplazaban de salida o huyendo, haciendo caso omiso a los montados, se puso a porta gayola y raudo como un rayo se fue a por él desde el platillo clavando el rejón de castigo en todo lo alto.

Acto seguido puso otro hierro lanzado desde las tablas en un abrir y cerrar de ojos. El toro había cambiado por completo. Esa decisión y la garra que puso Pérez Langa le valieron para que el paciente público le tributara la ovación más cerrada de la tarde noche. Y no hizo el rejoneo pausado como los clásicos y ortodoxos que le habían precedido.

Pero triunfó de pleno, a pesar de tener que echar pie a tierra en sus dos toros para despacharlos con el verduguillo, porque los aceros no hicieron su efecto y porque los pasanha fueron duros de muerte. Fue premiado con una oreja tras aviso en su primero y con las dos del cierraplaza en un afán desesperado de triunfo.

La elegancia presidió como en ella es costumbre. Hablamos de Lea Vicens que sufrió durante la lidia de sus dos toros las consecuencias del trance ocurrido a uno de sus caballos cuando se disponía a salir al ruedo. El animal sufrió un infarto cayendo fulminado. Su dueña se lastimó la mano en la caída.

Por ello el festejo se retrasó unos diez minutos y a Lea se le notaba en el ánimo, a pesar de que sus compañeros de terna le brindaron la muerte de sus dos primeros toros. Su primer ejemplar lo brindó Lea a la AMI (Asociación Musical Iscariense) y nada más comenzar la lidia sonó un nuevo pasodoble con el nombre de "Lea Vicens".

Una composición realizada por los maestros Eugenio Gómez y Pablo Toribio. El primero de los compositores se encontraba en la cubierta iscariense y lo vimos emocionado cuando sonaron los primeros compases. Una oreja cortó la nimeña en su primero y con el que hizo quinto pasó un quinario con el verduguillo sonando hasta dos avisos.

Joao Moura hijo siempre sorprende con sus finas y exquisitas maneras de hacer el rejoneo. Impecable clavando y mostrando una soberbia doma de sus corceles. Pero también suelen tener malas tardes con los hierros a la hora de la suerte suprema.

Y sobre todo cuando sus oponentes se dedican a huir de las cabalgaduras -a las telas de los subalternos iban como una exhalación- y a distraerse careciendo de fijeza alguna. El rejoneador dinástico cosechó un sepulcral silencio con el que abrió plaza y paseó una oreja del cuarto.

FOTOS: Fermín Rodríguez