Pérez Langa se lleva la tarde en la última de Íscar
Tarde bochornosa y tediosa que se alargó hasta las 10 de la noche por culpa del mal uso de los aceros de los montados y el descastamiento total de los toros portugueses de Pasanha. El maño Pérez Langa se alzó triunfador cortando tres orejas en faenas de garra y pundonor.
Lo mejor de la tarde ocurrió con el pasanha que cerraba festejo. El rejoneador de Calatayud, harto de ver como todos los toros se emplazaban de salida o huyendo, haciendo caso omiso a los montados, se puso a porta gayola y raudo como un rayo se fue a por él desde el platillo clavando el rejón de castigo en todo lo alto.
Acto seguido puso otro hierro lanzado desde las tablas en un abrir y cerrar de ojos. El toro había cambiado por completo. Esa decisión y la garra que puso Pérez Langa le valieron para que el paciente público le tributara la ovación más cerrada de la tarde noche. Y no hizo el rejoneo pausado como los clásicos y ortodoxos que le habían precedido.
Pero triunfó de pleno, a pesar de tener que echar pie a tierra en sus dos toros para despacharlos con el verduguillo, porque los aceros no hicieron su efecto y porque los pasanha fueron duros de muerte. Fue premiado con una oreja tras aviso en su primero y con las dos del cierraplaza en un afán desesperado de triunfo.
Por ello el festejo se retrasó unos diez minutos y a Lea se le notaba en el ánimo, a pesar de que sus compañeros de terna le brindaron la muerte de sus dos primeros toros. Su primer ejemplar lo brindó Lea a la AMI (Asociación Musical Iscariense) y nada más comenzar la lidia sonó un nuevo pasodoble con el nombre de "Lea Vicens".
Una composición realizada por los maestros Eugenio Gómez y Pablo Toribio. El primero de los compositores se encontraba en la cubierta iscariense y lo vimos emocionado cuando sonaron los primeros compases. Una oreja cortó la nimeña en su primero y con el que hizo quinto pasó un quinario con el verduguillo sonando hasta dos avisos.
Joao Moura hijo siempre sorprende con sus finas y exquisitas maneras de hacer el rejoneo. Impecable clavando y mostrando una soberbia doma de sus corceles. Pero también suelen tener malas tardes con los hierros a la hora de la suerte suprema.
Y sobre todo cuando sus oponentes se dedican a huir de las cabalgaduras -a las telas de los subalternos iban como una exhalación- y a distraerse careciendo de fijeza alguna. El rejoneador dinástico cosechó un sepulcral silencio con el que abrió plaza y paseó una oreja del cuarto.
FOTOS: Fermín Rodríguez