Castilla y León

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El sonido de los muertos, 'la esquila de ánimas'

2 noviembre, 2018 08:38

El recuerdo a los difuntos está presente en toda la sociedad española, sea rural o urbana. El culto a los muertos, por el contrario, está más arraigado en los países hispanos, como México, que no tiene reminiscencias profundas en Iberia. Sí, por el contrario, su recuerdo, las plegarias, las peticiones y las emociones.

En nuestros días, y a pesar de tanto internet y redes sociales, aún persisten diferencias muy sustanciales entre los pueblos y la ciudad, y más para aquellos que busquen emociones raras. Por ello, no deben dejar pasar una noche de ánimas en algún pueblo, como son los casos de La Alberca y Mogarraz, donde la necesidad hizo albergar al viajero esa noche.

Está bien entrada la oscuridad cuando se dirige a la iglesia. Una suave brisa, fría, muy fría, cuajada con algunas gotas de agua lo calan. Presagia una mala noche. Llega al templo acompañado por el serrano que le hace de guía y que, de paso, sube a la torre “‘ca’ cual ha de tocar por los sus muertos… ‘Pa’ su bien, así ha de ser”.

La esquila de ánimas en La Alberca

De repente, sorprendiendo por la esquina de una calleja, unas lucecitas, oscilantes, avanzan hacia el templo y hacia el viajero. Son otros fieles, tanto hombres como mujeres, que van alumbrándose con faroles a tocar por sus muertos. Son las calles de Mogarraz en la noche de ánimas.

Pardea entre las esquinas. Es jueves. Oscurecido el cielo, sin luna ni estrellas, retumban en las paredes tres toques de campana… llaman a Ánimas.

¡Tilín, tilán! Ánimas Benditas que en el purgatorio están.

¡Tilín, tilán! No os apuréis que empezamos a rezar para

aliviar vuestras penas y del purgatorio escapar, ¡Tilín, tilán!

En el pueblo, de calles estrechas y paredes oscuras de barro y madera convertidas en sombras en la noche, la voz se escucha con un escalofrío desde las casas. Si alguien descorriese los postigos y se asomase volvería a meterse dentro. La negritud de la noche se rasga en parte gracias a un farol, que alumbra apenas el camino y la figura que lo sostiene, una mujer mayor, enlutada, con la cabeza cubierta por unos velos negros. En la mano libre balancea una campanilla. Su voz cascada surge de nuevo.

La anciana que recorre las oscuras calles con el rostro cubierto está cumpliendo una promesa ofrecida a las ánimas. Ya habló con el cura y le solicitó el permiso y la campanilla de la iglesia para pedir por el pueblo para las ánimas del Purgatorio.

Lo que más llama la atención –dice el acompañante que “a los niños nos impresionaba”– es ver llegar a esa mujer llamada de ánimas, que toca la esquila en cada esquina y recita su tenebrosa salmodia.

La moza de ánimas en las calles de Mogarraz

Espera. Se une al pequeño grupo de acompañantes que vienen cogidos del brazo rezando el rosario y se marchan así a otra esquina. Y cuando no sale la ‘mujé’, al fuego de la lumbre de la cocina comenta el serrano lo que pasó: “¡Fijáos, la campana se oyó sola en todos los rincones del pueblo!”, y entró un escalofrío que no hacía dudar del hecho.

A media noche, los primeros viernes de mes y cuando la gente ya está dormida, salen otras mujeres a recorrer el pueblo y a pedir con sus rezos por las ‘benditas ánimas del purgatorio’:

Pecador las once son

y en ellas contemplarás

que todo el mundo se acaba

como estamos estarás ...

De regreso a nuestros días, a una realidad que en la Sierra de Francia no se pierde, este rito de difuntos tiene cotidiana pervivencia: todos los días al oscurecer recorre los pueblos serranos la esquila de las ánimas, que lleva una mujer que toca en todas las esquinas a la vez que entona una salmodia por las almas del purgatorio:

Fieles cristianos acordémonos

de las benditas almas del purgatorio

con un padrenuestro y un

avemaría por el amor de Dios.

Da tres toques con la esquila y continúa con la salmodia:

Otro padrenuestro y otro avemaría

por los que están en pecado

mortal para que su Divina

Majestad los saque de tan miserable estado.

Las calles de Mogarraz en la noche de las ánimas

Hace sonar la esquila por última vez dando otros tres toques y continúa sin dejar de rezar, hasta completar el recorrido. Mujeres y hombres la siguen, acompañando sus rezos y sus cánticos. Hace sonar la esquila dando otros tres toques y continúa su camino sin dejar de rezar, hasta completar un recorrido de aproximadamente treinta minutos, mientras sus convecinos rezan, dentro de sus hogares, en recuerdo de sus difuntos. La comitiva camina con paso lento hasta que, de repente, se detiene ante una de las casas. La mujer que lleva el farol y la esquila, vestida de negro y cubierta con un capuchón se vuelve hacia la puerta y recita una oración. Tal vez en recuerdo de algún fallecido. La puerta entonces se abre y una mano les entrega alguna ofrenda, probablemente unas monedas que paguen una misa al fallecido.

Esta tradición de La Alberca y recuperada también en Mogarraz -es una costumbre que las mujeres de Mogarraz la llevan a cabo por medio de una “manda”, que es una promesa, y es para rezarle a todos los difuntos-, ya existe desde hace mucho tiempo, y tienen la firme convicción de que todos los días, llueva, nieve o caigan piedras del cielo, la moza de ánimas o esquila de ánimas, que así se llama la mujer que porta la esquila, debe hacer su ruta por el pueblo. Cuenta la leyenda que desde que existe esta tradición en La Alberca, tan sólo una noche la moza de ánimas no salió a hacer su recorrido, y no lo hizo porque fue asesinada de manera misteriosa ese mismo día. Otra leyenda cuenta que la mujer, aterrorizada por los elementos que se unieron aquella noche, frío, lobos, nieve y una oscuridad extrema, prefirió quedarse al abrigo de su casa en aquellas gélidas horas. Aun así, los habitantes del pueblo aseguran que esa noche escucharon perfectamente como sonaba la esquila, al igual que todas las noches, al paso por sus casas, sabiendo que la moza de ánimas estaba muerta y que no había salido nadie en su sustitución, y en Mogarraz alguna vez hasta las ánimas se han dejado ver.

Cuando abandona la iglesia, la mala noche sigue paseando frío y lluvia helada en los rostros. El viajero y su guía se encaminan a la casa del amigo serrano dejando atrás a un grupo de mozos que, en una hermosa lumbre en la torre, asan una cuartilla de castañas, a lo que llaman calboches, que se comen a lo largo de la noche acompañada de medio pellejo de vino.

Los calboches, gastronomía para Los Santos

Al amparo de la lumbre en la cocina, sentados en un escaño, su amigo indica que “mientras se está dando el ‘doble’ y el responso por un ánima, la ‘probe’ queda ‘aliviá’ de sus penas...”. Ante tanta extrañeza por su parte, el hombre incide: “Pos’ tengo así como ‘entendío’ que las mismas ánimas hasta alguna vez se han dejado ver...». Y finaliza su explicación: «Usté lo pue creer o no. Yo lo he oído así desde siempre, desde muchachejo...”.

Y el paso cansino de la anciana se pierde en el recodo de las calles, mientras, cada vez más lejos, se escucha, incesante, el repiqueteo de la esquila de ánimas.

Es tarde ya y la lumbre parece consumirse con las horas. Por una escalera de madera sube a su alcoba, la curiosidad le hace abrir el pequeño ventanuco, no ve nada, pero oírse, sí se oye, el ‘doble’ de las campanas de la iglesia, el repique de una esquila y una voz profunda que pide por las ‘benditas ánimas’ y se pierde con el viento en la noche oscura, de la sierra o de nuestras vidas. A ciencia cierta no lo sabe, cachis!