Castilla y León

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Leyenda del fantasmal peregrino de La Alberca

22 diciembre, 2018 07:08

La Sierra de Francia es un lugar mágico. Caminar a través de las ancestrales calles de sus eternos pueblos, mientras bocanadas de aire puro abarrotan los pulmones, pueden sumergir a cualquier ser humano en un singular estado de plenitud emocional. Durante siglos, cuando la jungla de asfalto aún no había esparcido sus garras sobre la tierra virgen, este paraíso era morada de las más increíbles historias transmitidas de generación en generación para perdurar en la memoria de hombres cuyo raciocinio hoy duda de aquellos antepasados con un único pecado: poner a disposición su mente hasta el infinito de la fe. Así ocurre en La Alberca, donde un relato nacido hace quinientos años ha llegado a nuestros días narrando lo acontecido con un misterioso peregrino en la calle La Mural.

Cuenta la leyenda que en el siglo XVI había un feliz matrimonio de serranos con dos hijas y un hijo. Sin embargo, de la noche a la mañana, su retoño desapareció. Lo buscaron sin cesar, pero nadie supo dar con su paradero. Resignados, decidieron encomendarse al altísimo en busca de una respuesta para que el tiempo supiera algún día restañar la herida de sus almas. Una noche apareció un peregrino con un enigmático hábito que se alojó en su vivienda de la calle La Moral, una coqueta calzada en el municipio más típico de la Sierra por su peculiar arquitectura, que ha convertido a La Alberca en la actualidad en uno de los mayores epicentros turísticos de toda España.

Pasaron una acogedora velada. El peregrino no pronunciaba palabra alguna. Tan sólo escuchaba. Absorbía con mimética atención las explicaciones del matrimonio serrano sobre su pueblo, sus gentes y sus tradiciones. La emoción les envolvía poco a poco. Y fue tal la pasión desprendida que acabaron por relatar al misterioso hombre cómo su único hijo había desaparecido tiempo atrás sin dejar rastro, un hecho que les sumía en la más profunda tristeza cada noche, pero no por ello perdían la esperanza que albergaban de poder volver a ver su rostro durante algún día, aunque no lo reconocieran por el paso de los años.

La fatiga se apoderó de los tertulianos mientras el reino de la oscuridad caía con silenciosa lentitud, por lo que decidieron irse a dormir. Pero mientras el peregrino se adentraba en sus aposentos, antes de cerrar la puerta, pronunció una perturbadora frase: “Él está en la India”. Y el chasquido de las bisagras sucumbió al matrimonio en un océano de dudas. ¿Qué había querido decir? ¿Se refería a su hijo? ¿Este hombre conocía su paradero? No podían esperar a la mañana siguiente para buscar una respuesta a sus inquietudes, pero era tanto el respeto por las costumbres que albergaban que prefirieron dejar reposar a su invitado para asaltarle al alba con una tormenta de cuestiones.

El gallo cacareó su primer canto mientras el astro rey recuperaba su trono. La excitada pareja ya estaba vestida a la espera de abordar al peregrino. No habían dormido. Apenas respirado. La emoción les embargaba. Allí estaban, sentados a la mesa, con el desayuno preparado, con la mirada fija hacia la entrada de la estancia anhelando divisar a su misterioso invitado. Los minutos se hacían horas... y las horas cayeron como granizo. Allí seguían, sentados a la mesa. El matrimonio serrano no podía esperar. La curiosidad se había apoderado de ellos, así que fueron a despertar al peregrino. Sin embargo, al abrir la puerta su sorpresa fue mayúscula. La habitación estaba vacía. No había rastro alguno de su invitado. ¿O sí? Sobre la pared se vislumbraba la imagen de una Virgen. Contrariados, acordaron no contar a nadie lo ocurrido.

Pasaron los años. De repente, un día recibieron un correo... ¡de la India! Abrieron el paquete y se encontraron con la imagen de una Virgen, la misma que había aparecido en la pared de la habitación del peregrino a la mañana siguiente. No podían creerlo. Junto a esta talla, la de un juita, un paso hoy día muy popular que representa a quien tira de la soga de Jesús Nazareno. Desde entonces, a esta vivienda de la calle La Mural, cuya cal original todavía se conserva, se la llamó ‘La casa de los Santos’, aquella donde un misterioso hombre que se hospedó sólo una noche predijo la aparición de la Virgen de los Dolores, venerada por todos los albercanos con gran devoción para dar fe de unos hechos que demuestran el halo de misticismo que envuelve a esta tierra del sur charro donde muchas veces no se sabe dónde empieza la ficción y dónde termina la realidad.