El origen del ‘claustro de Palamós’, en la Catedral Vieja salmantina
Ediciones Universidad de Salamanca presentó esta mañana el monumental estudio sobre el mediático “claustro de Palamós”, dirigido por el profesor de Historia del Arte de la Universidad de Gerona Gerardo Boto, que lleva por título Salamanca. Ciudad Lineal. Palamós: Las arcadas claustrales de Mas del Vent. Este volumen, que forma parte de la colección “Biblioteca de Arte”, aborda por primera vez, de modo global y desde diferentes perspectivas, el estudio y análisis de las famosas arcadas talladas en piedra de Villamayor situadas en el jardín de la propiedad Mas del Vent en la localidad de Palamós (Gerona).
En la rueda de prensa de presentación, que tuvo lugar en el Rectorado del Estudio salmantino, estuvieron presentes el vicerrector de Política Académica y Participación Social de la USAL, Enrique Cabero; el director de Ediciones Universidad de Salamanca, José Luis de las Heras; y el coordinador de la obra, Gerardo Boto Varela.
La polémica sobre el “claustro de Palamós”
Como respuesta a la pregunta que plantea la cinta de papel que acompaña el libro –“¿Estuvo el claustro de Palamós en la Catedral Vieja de Salamanca?”-, se plantea esta obra de cerca de 500 páginas en la que participan más de una decena de investigadores nacionales e internacionales. En este volumen, los autores afrontan los retos e interrogantes de este arduo objeto de investigación: unas arcadas de morfología claustral y apariencia histórica románica situadas en el jardín de la propiedad de Mas del Vent, de la ciudad gerundense de Palamós.
La polémica surgida en torno al conocido como “claustro de Palamós” tienen su origen en el encargo de dos informes por parte de la Dirección General de Patrimonio de la Generalitat de Catalunya entre 2012 y 2014, cuyo fin era discernir la naturaleza histórica y artística de la obra. Los resultados, que recibieron una intensa atención mediática, social y académica, no se encontraron exentos de cuestionamientos, pues, a pesar de afirmar que se trataba de una falsificación de principios del siglo XX –“el más extraordinario caso de falsificación efectuado en España a lo largo del siglo XX, en términos de escultura románica”-, nada argumentaron sobre los autores materiales o intelectuales del montaje, rechazando frontalmente tanto la antigüedad del conjunto como de las partes del mismo.
Si algo dejaron claro estos reportes fue la existencia de muchas preguntas por responder, como ¿quién podría haber realizado, partiendo de cero, unas galerías claustrales de 23 metros de largo con un total de 40 arcos? ¿Cómo pudieron haber sido creadas? o ¿Cuáles eran las condiciones sociales, administrativas, materiales, económicas, técnicas e iconográficas indispensables para producir este conjunto de la nada? Como apunta el estudio, la posibilidad de generar una falsificación tan monumental habría exigido, como mínimo, un gran equipo de canteros especializados en la piedra de Villamayor (Salamanca), un erudito que dominara el repertorio iconográfico románico –incluidos monumentos inéditos en 1930– y un especialista en heráldica castellana medieval.
Ante las interrogantes surgidas tras la publicación de los informes, que no fueron capaces de acreditar –y no solo enunciar– la falsedad de las arquerías, los capítulos de este libro pretenden arrojar luz sobre aspectos como la naturaleza material y cultural que caracteriza estas arcadas románicas, los contextos de procedencia, las circunstancias históricas de su ejecución, traslado y refacción, los paisajes de restauración, catalogación y venta de obras artísticas en las primeras décadas del siglo XX, los protagonistas y propietarios y, en fin, su valoración social y su repercusión mediática.
Aunque, en palabras del coordinador del libro, “el conocimiento avanza, pero ni puede ni debe considerarse concluido, y mucho menos incuestionable”, los resultados de este estudio apuntan a que, por lo menos una parte considerable del claustro tiene su origen en la ciudad de Salamanca y, posiblemente, formó parte del desaparecido claustro románico de su Catedral Vieja, retirado en 1785 tras el terremoto de Lisboa (1755), almacenado, vendido y sin rastro hasta su reaparición en la madrileña Ciudad Lineal y posterior traslado y montaje en Mas del Vent.
“¿Estuvo el claustro de Palamós en la Catedral Vieja de Salamanca?”
El equipo interdisciplinar compuesto por Gerardo Boto, Céline Brugeat, Antonio Ledesma, José Luis Hernando, Javier de Mingo, Esther Lozano, Daniel Zabala, Pilar Giráldez, Màrius Vendrell, Nadia Hernández Henche, Juan Antonio Olañeta y Mario Agudo, firma esta obra en la que se traza la historia de un claustro construido en piedra de Villamayor -el mismo material con el que se construyeron la gran mayoría de los edificios tanto religiosos como civiles que existen hoy en día en la ciudad del Tormes-, y cuyo origen puede datarse entre el siglo XII y el siglo XIII en esta misma ciudad.
El estudio concluye, asimismo, que 19 capiteles de los 44 que componen el conjunto (43% del total), 10 cimacios –las estructuras arquitectónicas que rematan los capiteles- (37% del total), el relieve heráldico y los bloques del zócalo son de una antigüedad que “es compatible con el complejo horizonte artístico del siglo XII y del XIII en la capital charra”.
Sobre su origen salmantino, el estudio que publica Ediciones Universidad de Salamanca aporta como pruebas adicionales las similitudes con los capiteles y cimacios del claustro de Sª María de la Vega, así como de sus dimensiones, a partir de múltiplos de pie capitolino (0,296 m). Asimismo, partiendo de que el 100% del material con el que está construido el claustro procede de las salmantinas canteras de arenisca de Villamayor de la Armuña, el volumen compara esta edificación con los claustros monásticos y canonicales de la diócesis salmantina, además de considerar la inexistencia –caso insólito en su contexto- de restos materiales del claustro que ocupó el lugar del actual hasta 1785, cuando fue desmontado.
La cuarta parte de la obra describe el panorama del tráfico y venta de antigüedades y obras de arte durante los años de la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República Española, lo que facilitó “el sinuoso –pero también el indisimulado- trasiego de patrimonio eclesiástico”. Este movimiento de piezas produjo, según explican los autores, el empaste de piezas antiguas con otras nuevas, lo que significa que lo que existe hoy en la finca de Mas del Vent es, como en el caso de muchas otras obras vendidas en aquella época, algo adulterado mas no completamente fraudulento.
En estos capítulos también se analizan, junto a la dilatada tradición de escultura en Salamanca, las posibilidades de que el claustro de Palamós fuese una obra neomedieval creada desde cero. El estudio concluye que ni por la procedencia de los escultores, ni por los niveles de deterioro de la obra es creíble que hubiese en Salamanca alrededor del comienzo del siglo XX, ningún escultor oriundo capaz de elaborar los capiteles de este conjunto claustral ni fuera de Salamanca persona alguna con suficiente “erudición de plástica románica que permitiera elaborar capiteles con una conjugación de argumentos iconográficos que se produjo exclusivamente en la lonja de la Catedral Vieja de Salamanca”.
Finalmente, el libro concluye rastreando los últimos pasos temporales del claustro: una “boda” -según terminología anticuaria-, expresión con la que probablemente se describió la obra, que conjugaba elementos nuevos con otros de mayor antigüedad, al industrial alemán Hans Engelhorn, quien adquirió las piezas para engalanar los jardines de su masía, en donde permanecen desde 1958 junto a una piscina.