C. Tabernero / ICAL
El Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León (Itacyl) desarrolló durante los últimos años, en colaboración con otras entidades públicas, decenas de líneas propias de cebada de las que ocho demostraron un alto rendimiento y productividad durante la investigación ‘in situ’, lo que les valió la aprobación de la Oficina Española de Variedades Vegetales (OEVV) como semillas de cebada registradas para su comercialización y siembra. Se trata así de ocho variedades que mejoran la calidad cerealística de la Comunidad por adaptarse mejor a sus condiciones edafoclimáticas.
Sus nombres son Seira, Aicara, Estrella, Tardana, Lavinia, Ábrego, Cierzo y Yuriko, siendo estas dos últimas las más destacadas por su alto potencial productivo tras las investigaciones ‘in situ’, y a ellas se podrán unir las variedades Arba y Duero, en el segundo y último año del proceso de registro de la OEVV, y Júcar, que se encuentra en los primeros doce meses del mencionado periodo de aprobación.
El proceso para alcanzar este alto número de variedades propias de cebada se enmarca dentro de los objetivos propios del Itacyl de promover el desarrollo de la capacidad innovadora agraria y agroalimentaria de Castilla y León, haciendo así frente a la puesta en marcha de variedades por parte de grandes conglomerados empresariales extranjeros que, principalmente, introducían e introducen las desarrolladas en otros países pero que no han sido testadas desde sus inicios para hacer frente a las condiciones agroclimáticas de la Comunidad.
Por ello, y con el reto de buscar variedades mejor adaptadas a los ambientes agroclimáticos propios de Castilla y León, especialmente en un contexto de cambio climático que los altera significativamente, el Itacyl desarrolla su programa de mejora genética de la cebada, en colaboración con la Estación Experimental Aula Dei del CSIC en Zaragoza y con financiación del Ministerio de Ciencia e Innovación, para poder obtener variedades más eficaces, productivas y resistentes a las enfermedades y las plagas propias del ecosistema regional, y que, una vez demostrado su valor, se puedan comercializar entre los agricultores castellanos y leoneses.
Proceso de un mínimo de doce años por variedad
Sin embargo, el proceso de obtención de una nueva variedad es lento. Como revelan a Ical los investigadores de los programas de mejora genética del trigo y la cebada del Itacyl, Nieves Aparicio y Francisco Ciudad, la investigación comenzó en solitario en los años 80 para, ya en 1996, fusionarse con otros programas públicos nacionales, inicialmente en torno a la cebada, porque “para desarrollar una nueva variedad se tardan, al menos, diez años con un programa de mejora clásico”, y después han de transcurrir otros dos para obtener el aprobado tras “pasar los ensayos de valor agronómico de la Oficina Española de Variedades Vegetales”, que es la que determina que la variedad investigada sea “nueva, homogénea y estable”.
Todo ese proceso comienza generando variabilidad en el invernadero, cruzando un parental masculino con otro femenino para obtener un nuevo grano con las características de ambos. De ahí, ya en los ensayos en campo, se obtiene una planta que, año a año, se va multiplicando y seleccionando. Así, en cada ciclo de cultivo, los técnicos evalúan los caracteres deseables a través de "criterios visuales como la resistencia a las principales enfermedades o plagas, si su fenología es temprana o tardía o la altura de la planta", con los que se eligen las mejores líneas para pasar a la siguiente generación.
Así, a partir del quinto año de selección, al tener ya un número de plantas suficientes de la misma línea, se empiezan a realizar ensayos en parcelas para evaluar el potencial productivo “con cosechadora”, y la selección se lleva a cabo en base al “rendimiento”, aunque también se tienen en cuenta, como matiza Nieves Aparicio, “la calidad y resistencia a las principales plagas y enfermedades”, dentro del objetivo de avanzar hacia una agricultura “más sostenible y que requiera de un menor uso de productos químicos”.
Yuriko, estándar de “alta productividad” a nivel nacional
Un programa de mejora de cereal se fundamenta así en “generar mucha variabilidad y, generación tras generación, seleccionar los mejores individuos en función de varios factores que pueden verse influenciados por el clima, porque las variedades seleccionadas necesitan mostrar una estabilidad ante condiciones climáticas cada vez más cambiantes, como las que estamos observando”, concluye la técnico del Itacyl, que subraya el “éxito” de las investigaciones en cebada por el desarrollo de hasta once variedades, tres de ellas aún en proceso de aprobación, entre las que destaca Yuriko por ser “una de las diez variedades más comercializadas en España de semilla certificada”.
Una comercialización, previa multiplicación de las semillas, que realizan las empresas conveniadas con el Itacyl, dado que los entes públicos desarrolladores de estas variedades “no pueden explotarlas”, y que en el caso de Yuriko lleva a cabo una pequeña empresa nacional que ha conseguido, gracias a esta semilla, “un volumen de ventas muy competitivo, al nivel de las variedades comercializadas por las grandes multinacionales”, debido a la “elevada productividad, alto rendimiento y adaptación” de esta semilla que estableció “un nuevo estándar” con el que examinar las variedades que se presenten a los ensayos de la Comisión Nacional de Estimación de Variedades de Cereales, según revela la Consejería de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural.
Variedades de trigo blando y continuidad
No obstante, la investigación de nuevas variedades desde el Itacyl no se ha circunscrito en estos 25 años solo a la cebada, ya que desde 2004, junto al Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (IFAPA) de la Junta de Andalucía y al IRTA de Cataluña, con financiación del Instituto Nacional de Investigación Agraria (INIA), los técnicos castellano y leoneses también han trabajado en el desarrollo de variedades de trigo blando o harinero “de alta productividad y resiliencia a los cambios ambientales esperables”, así como que respondan a “las demandas de calidad” del sector.
Este proyecto consiguió el registro por la OEVV de cuatro variedades de trigo blando (Eneas, Esperado, Ecodesal y O8THES2162), mientras otras dos se encuentran en vías de aprobación. “También es un buen bagaje, partiendo de que los recursos económicos empleados son más limitados si los comparamos con los que destinan las grandes empresas de semillas, pero los resultados son muy satisfactorios”, apunta Nieves Aparicio, que tras el fin de estos programas defiende la necesidad de su continuidad porque “las pequeñas casas de semillas multiplicadoras podrían nutrirse de este material generado y seleccionado desde sus inicios en España y Castilla y León”, además de que ya hasta algunas grandes multinacionales del país “han solicitado la colaboración del Itacyl para el desarrollo de nuevos materiales”.
“La vía para su continuidad sería buscar una colaboración público-privada en la que incluso las cooperativas pudiesen formar parte del consorcio y poder así ofrecerles las variedades directamente a ellas”, manifiesta la técnico del Itacyl, que apuesta por el mantenimiento de la investigación de nuevas variedades a través de estos modelos, pese a las dificultades, para “no depender tanto de la financiación de convocatorias públicas, cada vez más competitivas, sino de contratos específicos donde sean las cooperativas o las empresas las que soliciten variedades a demanda, con ciertas características que podamos seguir desarrollando” en el Itacyl.
De hecho, ese es el modelo que, desde mayo, el Itacyl lleva a cabo para desarrollar un ensayo con 22 variedades de trigo que pretenden mejorar la calidad de la semilla y analizar su adaptación al cambio climático como clave del futuro agronómico, a través de un protocolo de colaboración firmado con la Sociedad de Gestión de Licencias Vegetales (Geslive) con el objetivo de determinar el comportamiento de diferentes variedades de trigos harineros en distintas épocas, desde ecotipos a variedades más actuales.