El golpe de Estado del 18 de julio de 1936, que daría lugar a la Guerra Civil Española, gozó de un temprano triunfo en Valladolid y los centros neurálgicos de la ciudad cayeron en manos de los sublevados en pocas horas. Los núcleos de poder fueron tomados pronto y solo quedaron pequeños focos de resistencia, como los tiroteos entre miembros de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y jóvenes falangistas encabezados por José Antonio Girón de Velasco en los alrededores de la sede del sindicato anarquista o la ráfaga de disparos que trató de acabar con el teniente golpista Cuadra en la calle Teresa Gil. También hubo algún intercambio de disparos en los alrededores de la Plaza de la Circular o en la calle Cervantes, pero sin grandes consecuencias. Pero un último bastión republicano resistió más que el resto: la Casa del Pueblo, sede de las organizaciones obreras, tanto políticas como sindicales, que formaban parte del Frente Popular.
Los núcleos de poder en la ciudad cayeron pronto
Los dos edificios más importantes del poder en la ciudad: el Ayuntamiento y el Gobierno Civil, habían caído pronto. En el caso del Gobierno Civil el encargado de su toma por las armas fue el general Miguel Ponte. El gobernador ya destituido, Luis Lavín, fue arrestado y sería ejecutado al mes siguiente.
El Ayuntamiento lo tomó un escuadrón de militares dirigido por el capitán Martín Duque al que acompañaba un grupo de falangistas. El procedimiento fue el siguiente: tomaron el control de la Plaza Mayor, se distribuyeron por la calle de la Rinconada y por la de la Pasión, e instalaron ametralladoras en diferentes edificios. Finalmente, el personal del Ayuntamiento fue detenido, el edificio tomado, y varios falangistas arrojaron por el balcón el retrato del presidente Manuel Azaña. La Casa del Pueblo quedaba en ese momento, pues, como último núcleo de resistencia en la ciudad.
La Casa del Pueblo: el último bastión republicano
Este icónico centro social había sido impulsado en 1910 por el PSOE y desde 1928 se encontraba en el palacio de los Marqueses de Valdesoto, en la calle Fray Luis de León. En aquel lugar se encontraba la sede de la Federación Local de Sociedades Obreras y era un auténtico lugar de encuentro para la militancia obrera. El estallido del golpe de Estado del 18 de julio llevó al líder socialista, Francisco Largo Caballero, a emitir un mensaje por radio en el que apremiaba a los obreros a iniciar una huelga general y atrincherarse en las Casas del Pueblo. Los trabajadores vallisoletanos hicieron lo propio. Unos mil militantes socialistas y de la Unión General de Trabajadores (UGT) accedieron a la sede del movimiento obrero de Valladolid y se atrincheraron, esperando el transcurrir de los acontecimientos, y sin ser todavía conscientes de su indefensión ante los sublevados.
Pocas horas después se produjo una rebelión en el seno de la Guardia de Asalto republicana en la ciudad, uniéndose gran parte de sus miembros al golpe de Estado –y ocupando la sede de Correos de la ciudad– lo que hizo temer lo peor a los obreros atrincherados. Eulogio de Vega, que entonces era el alcalde de la localidad de Rueda y que se encontraba entre los refugiados en la Casa del Pueblo, relató esta escena, asegurando que pidieron a los que tuvieran armas que levantaran el brazo, y que solo se contaron unos treinta brazos. “Las armas estaban pasadas de moda, eran escopetas de los abuelos y los tatarabuelos, armas inservibles. No estábamos preparados. Nuestra consigna había sido la de no armarse para ahorrar inútiles derramamientos de sangre”, contaría de Vega. Esta ausencia de armamento en condiciones sería el principal hándicap de los republicanos atrincherados y lo que finalmente causaría su derrota.
Las ráfagas de ametralladora que acabaron con la resistencia
Alrededor del edificio se habían desplegado ya efectivos del Ejército y grupos de falangistas, listos para el asalto de la Casa del Pueblo. Varios obreros abrieron un boquete en la pared que daba a un bar de un edificio colindante y algunos la emprendieron a tiros contra los hombres que les rodeaban. La esperanza de los atrincherados aumentó cuando les llegó el rumor de que efectivos republicanos habían incautado armamento a la Guardia Civil y que iban a trasladar el material incautado a los republicanos de la Casa del Pueblo para facilitar su defensa. Pero el armamento prometido nunca llegaría.
Durante la madrugada, siendo ya día 19 de julio, los sublevados apostaron una ametralladora en la Catedral, situada a pocos metros de distancia del edificio, y comenzaron a realizar ráfagas a discreción hacia la puerta trasera del edificio, en la calle Núñez de Arce. Los disparos causaron una verdadera desbandada entre los republicanos atrincherados, que no tenían capacidad logística para enfrentarse a un arma de ese calibre, y muchos comenzaron a salir del edificio y entregarse, mientras otros lograron huir por el tejado.
Durante la mañana del día 19, otra pieza de artillería ubicada en la calle de la Galera Vieja inició nuevas ráfagas de disparos, en esta ocasión contra la puerta delantera, generando dos grandes boquetes en la fachada del edificio. Los más de 400 obreros que quedaban dentro de la Casa del Pueblo, algo menos de la mitad de los que iniciaron el encierro, fueron finalmente detenidos y muchos de ellos terminarían siendo condenados a duras penas de cárcel o incluso a muerte.
Los sublevados que tomaron el edificio incautaron los recursos económicos de Cajas de Resistencia y Solidaridad de diversas sociedades, que se encontraban allí, además de diferentes bienes que eran propiedad de los afiliados. En julio de 1937 el edificio fue incautado por el Estado, en cumplimiento del artículo 12 del Reglamento de Administración. Desde ese momento, la antigua Casa del Pueblo paso a convertirse de la Delegación Nacional de Sindicatos de Falange Española y Tradicionalista de las JONS en la ciudad. Acababa así la historia del último bastión republicano en la ciudad de Valladolid.