El pasado domingo, los resultados de las elecciones presidenciales francesas tuvieron más eco del habitual en España y, especialmente, en Castilla y León. El presidente Emmanuel Macron revalidó el cargo con un 58,5% de los votos en segunda vuelta, frente al 41,5% obtenido por su contrincante Marine Le Pen. La victoria de Macron estuvo empañada por el hecho de que la dirigente nacionalpopulista obtuvo ocho puntos más que en la anterior cita electoral de abril de 2017, y muchos analistas comenzaron a comparar el ascenso de la Agrupación Nacional (RN) –el partido de Le Pen– con el impulso electoral de Vox en España.
Además, el cordón sanitario llevado a cabo en tierras galas tras los resultados de la primera vuelta –después de los cuales la formación Los Republicanos, el partido homólogo del Partido Popular en Francia, pidió el voto para Macron en segunda vuelta para frenar a Le Pen– comenzó a ser fruto de comparaciones con el acuerdo alcanzado el pasado 10 de marzo entre PP y Vox en Castilla y León, que llevó a la conformación del primer Ejecutivo del que forma parte el partido de Santiago Abascal en su historia. Pero el origen y los postulados de Agrupación Nacional y Vox son muy diferentes y, en algunos casos, incluso antagónicos.
Un origen diametralmente opuesto
El Frente Nacional (FN) –denominación del partido de Le Pen hasta 2018– se fundó en octubre de 1972, como una fusión de varios grupúsculos neofascistas, tradicionalistas católicos, neocolonialistas e incluso neonazis. De hecho, un antiguo oficial de la División Carlomagno de las Waffen-SS nacionalsocialistas durante la Segunda Guerra Mundial, Pierre Bousquet, formó parte de la primera cúpula del partido.
El germen del partido hay que buscarlo en el trauma de la Guerra de Independencia de Argelia que llevó al desmontaje del Imperio colonial francés, algo que suponía una vergüenza histórica para los fundadores del FN. En la década de los 80, el partido se fue haciendo un hueco y en 1984 su líder, Jean Marie Le Pen, padre de la actual dirigente, se convierte en eurodiputado.
Desde ese momento, el partido logró un suelo electoral de entre el 14 y el 15% de los votos durante los años 90, y se asentó como formación, hasta su gran éxito en las elecciones presidenciales de 2002, cuando Le Pen padre pasó por primera vez a segunda vuelta contra Jacques Chirac. Con todo, el cordón sanitario en esa ocasión funcionó ampliamente y Chirac obtuvo más de un 82% de los votos mientras Le Pen no llegaba al 18%.
Tras unos años de declive, en 2011 Marine Le Pen sucedió a su padre al frente del partido y emprendió un proceso de modernización de la formación para tratar de dar una imagen más moderada a los electores franceses. Una estrategia que terminó siendo exitosa. En las presidenciales de 2012 se quedó al borde del 18%, aunque no pasó a segunda vuelta, y en 2017 accedió a segunda vuelta contra Emmanuel Macron, logrando un 33,90%, el mejor resultado del partido. Un resultado que ha subido en ocho puntos en las presidenciales de este año, en las que Le Pen ha sabido capitalizar el voto de la desafección contra la gestión de Macron.
Este origen y desarrollo, por tanto, hace que sea lógica la distancia política e ideológica entre la Agrupación Nacional y el espacio de la derecha tradicional francesa, ya que el partido de los Le Pen surgió como oposición a ella –acusando al presidente Charles De Gaulle, el referente derechista francés, de haberse postrado ante los independentistas argelinos– y su relación ha sido inexistente desde su fundación, ya que el FN se creó a partir de grupúsculos que estaban en los márgenes más extremistas de la política francesa.
Vox, por el contrario, surgió como una escisión del principal partido de la derecha española, el Partido Popular, en diciembre del año 2013 y su relación ha sido inevitable desde el primer día. Santiago Abascal, el presidente del partido, fue militante del PP durante casi 20 años y tiene una relación personal fluida con muchos dirigentes actuales del partido, con los que compartió filas durante décadas. Varios diputados y concejales de la formación también provienen del PP y la mayoría de los miembros de la cúpula del partido han confesado haber votado a los populares en varias ocasiones.
La Agrupación Nacional y Vox tienen, por tanto, una relación totalmente diferente con la derecha tradicional francesa y española desde su fundación misma, ya que el partido de Le Pen surgió como oposición a esa derecha gaullista y sin ningún tipo de vínculo con ella, mientras que los de Abascal tuvieron su germen en el PP ante la deriva que, para ellos, estaba tomando el Gobierno de Mariano Rajoy, pero elogiando otros períodos del partido, como la etapa de José María Aznar.
Del intervencionismo al liberalismo: un programa muy diferente
Los postulados programáticos de ambos partidos también son muy diferentes, especialmente en materia económica y social. Le Pen es muy crítica con el libre comercio y aboga por una "planificación estratégica de la reindustrialización" y por lo que denomina un "proteccionismo inteligente", defendiendo a la industria nacional francesa frente a lo que considera una competencia desleal de los productos extranjeros.
Vox, en cambio, es profundamente liberal en lo económico desde su fundación, llevando consigo las políticas económicas tradicionales de ese Partido Popular del que procede, y basando su programa en dar facilidades a las empresas para invertir en España y llevar a cabo amplias rebajas fiscales.
Le Pen, además, aboga por un incremento de las ayudas públicas y del número de empleados públicos franceses -si bien es cierto que dando prioridad a los nacionales- mientras que Vox siempre ha puesto su foco en la defensa del sector privado y en esas bajadas de impuestos como método de mejorar el bienestar de los ciudadanos.
La líder de Agrupación Nacional, además, apuesta por mantener la edad de jubilación a los 62 años, e incluso que quienes hayan trabajado durante 40 años puedan jubilarse a los 60, mientras que Vox siempre ha apostado por un modelo de pensiones mixto que combine el ahorro privado con las pensiones públicas, y no ha mostrado su oposición a retrasar la edad de jubilación.
También son diferentes sus programas en cuanto a su visión de la Unión Europea. Si bien es cierto que Le Pen ha moderado su discurso en los últimos años y ya no habla de salir de la UE ni del euro, el partido tiene una historia profundamente euroescéptica y reticente a ceder más soberanía a Bruselas, y ha hablado en muchas ocasiones de la necesidad de recuperar la soberanía monetaria.
Vox, por el contrario, aunque es contrario al Tratado de Lisboa de 2009 y apostaría por volver al Tratado de Niza de 2001, es mucho más tibio en sus críticas a la UE, que se han centrado fundamentalmente en criticar las advertencias de Bruselas a países como Hungría y Polonia o la posición de la Unión en la cuestión migratoria, pero sin poner en cuestión en ningún momento la pertenencia de España a la UE o al euro.
También es diametralmente opuesta la visión de la política exterior de ambos partidos. Le Pen siempre ha sido muy cercana a la posición geopolítica de Rusia y se ha reunido con el presidente ruso, Vladímir Putin, que siempre le ha dado su apoyo. De hecho, en 2014, el banco ruso First Czech Russian Bank (FCRB), concedió a su partido un crédito de nueve millones de euros. Le Pen, además, se ha pronunciado en varias ocasiones a favor de la salida de Francia de la OTAN.
La posición en política exterior de Vox, en cambio, ha sido siempre profundamente atlantista y cercana a la visión de la política exterior de los Estados Unidos, también en la línea de su partido matriz, el Partido Popular. Se muestran profundamente partidarios de continuar en la OTAN y en el conflicto desatado recientemente en Ucrania han mostrado su apoyo sin matices al Ejecutivo de Volodímir Zelenski.
Una relación por conveniencia
Es cierto que, a pesar de este origen diferente y de esos postulados muchas veces opuestos, la relación entre el partido de Le Pen y Vox ha sido más o menos fluida desde hace, aproximadamente, cinco años. En ese momento, el partido de Santiago Abascal dio un giro de centrarse en posiciones más puramente conservadoras en cuestiones morales -oposición al aborto, matrimonio homosexual o eutanasia- a poner el foco en la lucha contra la inmigración descontrolada, ante la ola nacionalpopulista desatada en Europa con este argumento como base, especialmente desde la crisis de los refugiados de 2015.
Este giro hizo que Abascal comenzase a participar en reuniones con el entonces Frente Nacional, además de con otros partidos de su línea ideológica a nivel europeo. Con todo, una vez que Vox irrumpió a nivel continental tras las elecciones europeas de mayo de 2019, los de Abascal optaron por unirse al Grupo de los Conservadores y Reformistas en el Parlamento Europeo -formación impulsada por los conservadores británicos- y evitaron sentarse con Le Pen en su grupo parlamentario, Identidad y Democracia.
Una relación, pues, coyuntural y generada por la conveniencia política entre dos partidos que albergan muchas diferencias tanto a nivel programático como en su relación con la derecha tradicional de sus respectivos países, a pesar de las atrevidas comparativas realizadas antes y después de las elecciones presidenciales francesas del pasado domingo.