Frente al simbólico y bello empedrado de la Plaza del Grano de León se encuentra el albergue de Las Benedictinas, conocidas popularmente como Las Carbajalas. La hermana Ana María abre la puerta, como lleva muchos años haciendo. “Para mi el Camino de Santiago es dar una oportunidad al peregrino para que llegue a su propósito”, resume.
Durante la entrevista atiende la llamada de un caminante francés que desea reservar, a quien la hermana le contesta que “no hay problema, que puede venir porque hay plazas libres”. Ella matiza, precisamente, que el fin es “colaborar también con el propio peregrino, hacer aquello que en cada momento de la vida se te presenta”. Eso es lo que lleva adelante desde hace 32 años, desde que se encargó de la gestión del establecimiento, una época, reconoce, “en la que no había albergues en León y la gente pasaba de largo”.
Apunta la monja que la hospedería “era muy importante para el monje”, sobre todo “acoger a pobres y peregrinos”, y explica que en la sociedad de hoy en día, los primeros “están muy bien tratados con Cáritas y demás”, pero los peregrinos “no entran en esa línea”. Por ello, desde su portería del albergue y a pesar de su avanzada edad, alojar a los caminantes “es una forma de cumplir lo que Dios me pide y lo que San Benito quiere, acoger al que llama a la puerta”.
Aprovecha para lanzar una crítica, generalizada: “El peregrino ha cambiado mucho, tanto que a veces no parece peregrino. Es muy exigente. Debería agradecer y no exigir; y ahora exige y no agradece”. Sin embargo, la solidaridad de Ana María la hace reflexionar sobre esta idea en la misma frase: “Así y todo, atenderlos es nuestra obligación moral y espiritual”.