Imagen panorámica de la localidad zamorana de Villalpando.

Imagen panorámica de la localidad zamorana de Villalpando. Eduardo Margareto ICAL

Región

El primer voto a la Inmaculada: la fe mariana en Tierra de Campos

Uno de los fines de honrar a la Virgen era la de obtener su amparo y protección dados los inciertos eventos que se vivían en el reino de Castilla

26 febrero, 2023 07:00

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 “Si la infernal sutileza

contra Vos erige bando,

defiende vuestra pureza

con su Tierra Villalpando,

aunque pierda su cabeza.

El patrocinio especial

que en vos halló Tierra y Villa

 ha sido causa total

de votaros sin mancilla

de pecado original”

Mientras los teólogos europeos de la Edad Media se intentaban poner de acuerdo en cuanto al dogma, la pequeña comarca zamorana de Villalpando y su Tierra decidió votar de forma solemne su fe en la Inmaculada Concepción de la Virgen María, o lo que es lo mismo, reafirmar que ella estuvo libre de pecado desde que fue concebida hasta su misma muerte.

Villalpando, junto con otros doce pueblos mancomunados, Cañizo, Cerecinos de Campos, Cotanes del Monte, Prado, Quintanilla del Monte, Quintanilla del Olmo, San Martín de Valderaduey, Tapioles, Villamayor de Campos, Villanueva del Campo, Villar de Fallaves y Villárdiga, fueron la primera institución de estas características sociales que tuvo el decidido movimiento de votar mediante documento oficial su fe en la Purísima, y eso sucedió el 1 de noviembre de 1466 en la iglesia de San Nicolás de Bari de la misma villa.

Con raíces romanas, Villalpando estuvo fortificada en el medievo, fue morada del Condestable de Castilla, llegó a tener diez parroquias, alcanzó la categoría de arciprestazgo… en definitiva, tenía buena base para ser una villa perfectamente organizada, no solo civilmente, sino también desde el punto de vista pastoral, con un abundante e implicado clero, una celosa devoción por la Virgen e incluso una ejemplar formación cristiana, que se ha venido además demostrando día a día durante muchos siglos.

En el caso de la Inmaculada Concepción, ya antiguamente, y como anuncio de la fiesta, la víspera del propio día se encendían luminarias, prendían hogueras y entonaban canciones. Los promotores de estas manifestaciones de fe serían con toda seguridad los propios sacerdotes de la comarca, que eran numerosos y bien formados, muchos de ellos en las universidades, y seguramente también los monjes y frailes, ya que varios de estos pueblos tuvieron monasterio propio o mantuvieron relación o dependencia de otros importantes como los de Sahagún, Carrión de los Condes, Moreruela o San Isidoro de León. Los franciscanos de hecho fueron grandes defensores del misterio de la Inmaculada Concepción de María.

Así pues, ese día de Todos los Santos de 1466, al tañido de las campanas se personó en la parroquia don Ramiro de Mazuelas, alcalde de Villalpando, junto con los alcaldes de los otros pueblos, además de varios regidores, alguacil, escuderos, curas y clérigos, todos ellos en su nombre y en el de los vecinos, y se procedió a la proclamación del voto, de la cual tomó apunte un notario: “Por ende, nos los sobredichos por nosotros e por todos los que agora viven e moran en la dicha Villa e su Tierra e los que de aquí adelante vernan, facemos voto e señal de servicio a esta Señora gloriosa Virgen María; a la cual nos encomendamos e porque ella nos resciba en su guarda e defensión e amparo que desde agora para siempre jamás, que en esta su Villa e Tierra le será guardada e solemnemente celebrada la su Fiesta de la su Santa Concepción de cuando fue concebida en el vientre de Santa Ana su madre, que es a ocho días del mes de diciembre [...]”.

El hecho de votar esta doctrina implicaba serias responsabilidades para todos, como por ejemplo defender siempre la doctrina sobre la Purísima Concepción de María; ayunar en las vísperas de sus festividades y la obligatoriedad de no comer carne; solemnizar el ocho de diciembre, y no hacer trabajos serviles o mercadear en esos días; hacer misas cantadas acompañadas de sermón obligatorio para todos los ciudadanos de Villalpando y su Tierra; ir en procesión solemne con clero y vecinos portando velas; que el mayordomo del Consejo de la villa ayudara a los curas en las labores de culto así como proveer comida para veinte pobres al año en nombre de la Virgen, y que los jurados de cada pueblo vigilaran de que se cumpliera lo firmado ese día bajo imposición de multas a los que no lo hicieran.

Uno de los fines de honrar a la Virgen era la de obtener su amparo y protección dados los inciertos eventos que se vivían en el reino de Castilla y la Guerra Civil abierta entre los partidarios de Enrique IV y los defensores de los derechos dinásticos del infante don Alfonso, declarado rey en Ávila. Los odios entre monarcas y nobles siempre afectaban al pueblo, dividiendo comarcas vecinas, creando odios, inseguridad en los caminos, asaltos, robos, destrozo de cosechas…

El segundo objetivo de este voto a la Inmaculada sería una súplica menos política y más terrenal como era librarse de la peste, que con tantas personas y campos estaba acabando en esos años y tanto temor infundía en la población dada la insalubridad de muchas villas.

Ante ese desabrigo humano y la impotencia para vencer una guerra o librar una enfermedad, los fieles se aferran a la intermediación de la Virgen, es decir, quieren ir a tiro hecho a pedirle al Señor, pero no sintiéndose merecedores de acudir solos, qué mejor que pedirle a su Madre que los acompañe ante Él.

Este voto de fe no ha decaído nunca, y para ello los devotos de Villalpando y su Tierra han refrendado el mismo hasta en siete ocasiones durante los últimos siglos, a través de honras públicas en la Plaza del Templo de la localidad.

Villalpando y los otros doce pueblos no fueron los únicos, sino los primeros en hacer tal voto. Ciento cincuenta años más tarde lo harían otros municipios pequeños y ciudades grandes como Jerez, Alcalá o Sevilla, e incluso universidades, hasta que, en 1854, el Papa Pio IX promulgó la Bula Ineffabilis Deus, donde eleva el misterio de la Inmaculada Concepción a dogma de fe. Hoy día, como se sabe, es ya una realidad aceptada por toda la Iglesia y un día de fiesta en la España vaciada, así como en la llena. Amén.