Auto de Fe en Valladolid

Auto de Fe en Valladolid Hulk, Abraham Jacobsz Biblioteca Digital de Castilla y León

Valladolid

El Auto de Fe de Valladolid: malos tiempos para tener inquietudes culturales

Se contaron unas doscientas mil almas en la Plaza Mayor el 21 de mayo y 8 de octubre de 1559

19 febrero, 2023 07:00

Es lógico pensar que, si la recompensa por asistir era de cuarenta días de exención de penas por pecados, la gente acudiera en masa a tal acontecimiento… Por eso se contaron unas doscientas mil almas en la Plaza Mayor de Valladolid en las jornadas del 21 de mayo y 8 de octubre de 1559. Fueron esos días los elegidos por la Santa Inquisición para juzgar y penar a más de medio centenar de personas como medida de freno al foco protestante surgido en la ciudad alrededor principalmente del clérigo Agustín Cazalla y otras personalidades.

Cazalla, que había sido capellán del rey Carlos I, había viajado por toda Europa y entrado en contacto con los círculos luteranos, trayendo esta nueva visión a los sermones de su familia y su comunidad. Supuestamente se creó una especie de grupo privado, donde se reunían discretamente personas con inquietudes diferentes, ávidos de aprender novedades, pero eso no estaba permitido por la religión oficial…

El juicio de mayo, que fue en cierto modo rápido, fue presidido por la infanta regente doña Juana de Austria, hija de Carlos I, acompañada por su sobrino, el príncipe don Carlos, por inquisidor general y arzobispo de Sevilla, Fernando Valdés, y por Melchor Cano, obispo de Canarias que hizo el pregón del evento. El emperador, fallecido el año anterior, siempre había influido en su hija Juana bajo la premisa de que este tipo de procesados, más que herejía religiosa lo que cometían era rebeldía política, que a su modo de ver era más grave.

Este día concreto, que era el domingo de la Trinidad, de unos treinta procesados, quince estaban condenados a la hoguera y, a eso de las cinco y media de la mañana, allá iban los reos, camino de la Plaza Mayor con sus capirotes, sus sambenitos, su crucifijo y la vela verde de la Inquisición. Un fatal desfile…

En este juicio de mayo, Agustín Cazalla se desdijo de sus pecados y por eso tuvieron a bien estrangularlo a garrote antes de quemarlo. En realidad, a casi todos los condenados ese día se les ejecutó así, incluidos Beatriz y Francisco, dos de sus nueve sus hermanos. Además, su madre, Leonor de Vivero, que falleció antes de mayo, fue desenterrada de suelo cristiano y quemada en el Campo Grande… Cuatro monjas bernardas también fueron muertas ese día. Solo uno de los penados, el bachiller Herrezuelo, un abogado toresano, no quiso abjurar de sus faltas y fue achicharrado vivo. Para evitar que los más fanáticos utilizaran algún resto como reliquia, los cuerpos abrasados se menguaban a polvo.

Algunos de los procesados este día, sin embargo, se salvaron, como Ana Enríquez, una hermosa joven de veintitrés años que tiempo más tarde sería amiga de Teresa de Jesús y la apoyaría en su aventura fundacional. Ana estaba casada con Juan Alonso de Fonseca, y sabía bien de latín, y había leído a Calvino y a Ponce de la Fuente. De ahí que la apresaran, por saber. Y no solo a ella de esa familia, también a su tía María de Rojas, que era monja, a su tío Pedro y su mujer Mencía, a su primo Luís… en fin, una vez que el Santo Oficio tiraba de un hilo, deshacía el jubón entero…

No le preocupaba tanto a la muchacha el hecho de morir como el de recibir oprobio público, que era lo más temido en esos tiempos. Es decir, muchas veces se prefería pasar a mejor vida que sufrir humillación popular, azotamientos o tener que vestir el sambenito de forma perpetua, lo cual solo atraía deshonor y vergüenza a la familia entera y a su comunidad más cercana.

Algunos dicen que, para evitar ese perenne desagravio en Ana Enríquez, tuvo que intervenir fray Francisco de Borja, un jesuita de buena familia que, junto a otros ignacianos, había sido llamado para asistir espiritualmente a los condenados en el juicio. Una hija de este, Juana, estaba casada con el hermano de Ana, por lo que el parentesco era notable, de ahí las sospechas de que el fraile intercediera por ella para quitarle el sambenito de por vida y que solo se le impusiera una pena menor que la que ella pensaba: salir al cadalso a sufrir vergüenza con la vela inquisitorial, tres jornadas de ayuno, regreso a la cárcel para despojarse del hábito de ajusticiada y desde allí libre.

Pero, las sospechas de que Borja intermediara por Ana no tienen muy buena base, ya que, a pesar de haber sido confesor de la reina Juana de Austria, o gran privado de Carlos I, o incluso virrey de Cataluña, entre otros cargos de importancia, fue acusado tres meses más tarde, en agosto, por aparecer su nombre en uno de esos libros que el Santo Oficio tenía como prohibidos. Fue solo una pillería del librero para ver si, poniendo nombres conocidos en la portada vendía más… pero en realidad Borja no era culpable. En cualquier caso, estando ya su persona señalada y, sin defensa posible, el padre Borja prefirió tomar distancia, desde Portugal primero y después en Roma.

Fue en octubre cuando otra treintena de capirotes desfilaron hacia la Plaza Mayor de Pucela. A pesar de que el protagonista en este caso fue fray Domingo de Rojas, hijo de aristócratas, y alumno del arzobispo de Toledo, que también había sido apresado, la familia de los Cazalla sufrió más bajas, esta vez en la figura de otro hermano de Agustín, Pedro.

Una vez rematados los autos de fe, la Inquisición quiso, además de poner fin a la vida de Agustín Cazalla, borrar la memoria familiar, y se decidió derribar sus casas, echar sal en sus solares, y construir un muro con una inscripción pedagógica que recordara sus faltas a los vecinos de Valladolid:

“El Santo Oficio de la Inquisición condenó a derogar y asolar estas casas que eran del Dr. Cazalla y de Dª Leonor Vibero, porque los hereges Luteranos se juntaban en ellas a hacer conventículos contra nra Stª fe católica en 21 de mayo de 1559”