Fray Luis de León: el maestro condenado por la Inquisición
Como agustino, era muy del gusto de cultivar las letras y ahí es donde más controversia generó en el bando conservador
26 marzo, 2023 07:00Noticias relacionadas
Aquí la envidia y mentira me tuvieron encerrado. Dichoso el humilde estado del sabio que se retira de aqueste mundo malvado, y con pobre mesa y casa en el campo deleitoso con sólo Dios se compasa y a solas su vida pasa, ni envidiado ni envidioso.
Fray Luis de León
Luis de León era conquense de nacimiento, de Belmonte. Su padre, Lope Ponce de León, letrado en Corte, le dejó en herencia la marca judía, y el hecho de que gran parte de su familia ascendiente -bisabuela y tía abuela, así como sus maridos- hubieran sido procesadas y condenadas en formas diferentes por la Inquisición, fue algo que lo marcaría luego en su vida.
Tras acompañar a su padre en sus destinos en la Corte, ora Madrid ora Valladolid, aparece Luis de León en Salamanca con catorce años, bajo la tutela de su tío, que era profesor universitario. En 1544 ingresó en los Agustinos de Salamanca, cuya renovación intelectual lo animó a estudiar Artes y Teología. En ese tiempo, Francisco de Vitoria había gestado la base de la llamada “Escuela de Salamanca”, donde Teología y Humanismo se daban la mano. Uno de sus profesores, Melchor Cano, fundó la Teología Positiva, que trataba de aunar los saberes teológicos con la filología, aplicada sobre todo a interpretar los textos bíblicos originales. Por ahí iría Luis.
En 1551 lo ordenaron sacerdote y se dedicó a dar clases de artes en conventos de Salamanca y Soria. Tras un fructífero paso por Alcalá de Henares, regresó a la ciudad del Tormes en 1558, para licenciarse en Teología, consiguiendo al poco tiempo la cátedra de Santo Tomás primero y la de Durando después.
Desde 1558 hasta 1572 fueron catorce años de estudios - once de los cueles como docente - en la antigua Helmántica, de pugnas con otros por las cátedras, de controversias, y de crearse enemigos, lo que convirtió a Fray Luis en un eminente docente que nos dejó más de veinte importantes escritos teológicos latinos.
Pero no cesaban las disputas entre mentes opuestas en Salamanca. Y no era tanto por ser de órdenes religiosas diferentes, ni por ser unos docentes y otros escrituristas, sino que la escama y el extremismo ideológico venía sobre todo porque unos, entre los que estaba Fray Luis, abiertos de mentes a los nuevos influjos europeos, reivindicaban volver a las fuentes bíblicas y a la crítica de estas desde la filología. Los otros, más conservadores, defendían la añeja argumentación escolástica de disputas y cuestiones.
Fray Luis, como agustino, era muy del gusto de cultivar las letras y ahí es donde más controversia generó en el otro bando. Los del bando conservador, entre los que estaba Francisco Sancho, decano de Teología y comisario del Santo Oficio, defendían que el texto hebreo de la Biblia había sido corrompido por los comentaristas judíos para restarle su inspirador valor cristiano. Insistían así, en que la Vulgata latina era superior, auténtica e indiscutible y así lo había establecido el Concilio de Trento. Sin embargo, el grupo de amigos de Fray Luis rechazaban esa teoría, pensaban que la Vulgata era susceptible de mejora y que Trento la admitía como auténtica para que no hubiera traducciones que discreparan de ello.
Así, Fray Luis, Gaspar de Grajal y Martínez de Cantalapiedra, entre otros, pensaban que la Vulgata en su versión latina debía corregir sus errores basándose en el texto hebreo original de la Biblia, y que para que todos pudieran leerlo, debía usarse en la traducción la lengua romance, dejando el latín solo para la docencia y los estudios. Trento sin embargo miraba de cerca esas versiones de la Biblia en lenguas autóctonas… Había que tener cuidado siquiera de insinuarlo.
León de Castro, de los conservadores, insinuó malos tiempos de hoguera para el grupo de Fray Luis, y les recordó sus orígenes judeoconversos. Y Bartolomé de Medina fue quien decidió acusarlos frente a la Inquisición en 1571, imputándoles diecisiete “herejías literarias” como la de decir que el Cantar de los Cantares era sólo un poema amoroso que se puede leer en castellano, que las Escrituras hay que explicarlas según el judaísmo, que los comentarios de los Santos son jocosos… En fin, que, por unas cosas u otras, ciertas o no en su subjetividad, fueron encarcelados. Fray Luis fue llevado en marzo de 1572 a la cárcel de Valladolid, cargando con unas setenta y tres acusaciones relacionadas con la Vulgata. Sus compañeros Grajal y Gudiel dejaron su piel en prisión, Fray Luis sin embargo fue liberado casi cinco años después (igual que Cantalapiedra) y se le sugirió ser prudente en sus discursos y recoger las copias de sus comentarios al Cantar de los Cantares.
Volvió Fray Luis a la Universidad, que lo recibió con gran regocijo, y estando ocupada su cátedra por su propio denunciante, se le ofreció otra de Teología con carácter “de partido”, lo que suponía triplicar su salario. En ese primer día de vuelta a las aulas, cuando todos los alumnos aguardaban una intervención especial, es donde una tradición dieciochesca sitúa su famosa frase: “Como decíamos ayer...”
En esta segunda etapa como docente, ya estaba algo fatigado, pero seguí siendo el maestro por antonomasia. E Incansable en acopio de saberes, como lo demuestra, que su empeño por la cátedra de Filosofía Moral acabó bien y la ejerció hasta 1579, cuando, tras una dura oposición frente a Domingo de Guzmán, hijo de Garcilaso de la Vega y declarado su enemigo, se hizo con ella y la estuvo ejerciendo hasta el final.
Era importante el maestro hasta el punto de que la comisión papal para revisar la Vulgata lo consultó a él. Hasta el Consejo Real le encargó revisar los escritos de Teresa de Jesús, de la cual dijo: “…en la alteza de las cosas que trata y en la delicadeza y claridad con que las trata, excede a muchos ingenios”.
En Madrigal de las Altas Torres, un caluroso día de agosto de 1591, se apagó la mente y la pluma de fray Luis, pero no su legado.