Entre el Gótico y el Renacimiento, entre Castilla e Italia y entre pintura y pintura, el pintor palentino Pedro Berruguete tuvo incluso tiempo de tener descendencia. El mayor, Alonso, fue alumbrado por su esposa, Elvira González, en 1486 en Paredes de Nava, donde estaba ubicado el taller familiar, desde los tiempos del bisabuelo Pedro, que vino de Vizcaya para instalarse en esta villa terracampina.
Alonso marchó con veintipocos años a Italia para continuar su formación, que ya habría empezado en Tierra de Campos con su progenitor, quien también había tenido formación en suelo italiano. Alonso estuvo en Roma y en Florencia, y su estadía en esta última, le sirvió no solo para estudiar a fondo a los maestros Cuatrocentistas del más maduro Renacimiento, sino también para poder meter la cabeza en el círculo de Andrea del Sarto, donde varios jóvenes pintores buscaban una reacción al clasicismo de los grandes maestros renacentistas, proponiendo mayor originalidad y subjetividad en sus obras.
Esto fue la semilla del Manierismo en sus primeras fases, donde es muy posible que Alonso tuviera mucho que ver en la germinación de esta modalidad, ya que la visión gótica que él traía de España sería el tambaleo estilístico perfecto que adoptarían el resto de los integrantes manieristas.
Tras casi una década en Italia, su regreso a España está marcado por una aspiración bien marcada. La de ser importante en el mundo del arte. Y para ello había que trabajar en la Corte, como hacían en Italia los maestros más preciados.
En 1518, aparece como “pintor del rey nuestro señor”, en relación con Carlos I, y luego ya nunca dejaría Alonso de estar vinculado a la realeza. Dos años más tarde, el mismo monarca, que iba a ser coronado emperador en Aquisgrán y jefe de la cristiandad con veinte años, llevó pintadas por Berruguete las velas y los estandartes de su flota armada. Desafortunadamente Berruguete enfermó en La Coruña y no pudo acompañar a la comitiva… Pero esta puerta cerrada le abrió buenas ventanas, ya que empezó a trabajar en encargos para pudientes mecenas que fueron orientando sus pedidos desde la pintura hacia la escultura.
Y aquí es donde Berruguete desplegó toda su artillería artística aprendida y deseada, otorgando un marcado expresionismo al estilo manierista, usando el canon alargado de Vitrubio y la curva y contracurva de las figuras, los escorzos acentuados, la inestabilidad, el patetismo en las caras de sus figuras… y paulatinamente se iba olvidando de la perspectiva, los fondos, el encajonamiento… El arte iba evolucionando con él sin dejar de ser intelectual. Siempre piezas únicas, no repetidas ni en forma ni en composición, aunque fuera la misma temática, y eso… eso es tener mucho talento.
En 1522 decide asentarse en Valladolid, y adquiere vivienda al pie del convento de San Benito, donde vivían más pintores. La próspera ciudad del Pisuerga era el caldo de cultivo perfecto para sus pretensiones de ascenso social hacia la Corte y Berruguete no lo desaprovechó, sabía moverse. Al año siguiente fue nombrado escribano de crímenes para la Chancillería, algo que poco tenía que ver con su profesión, con lo que los miembros de esta institución no veían bien tal cargo, con tan importantes emolumentos, e hicieron presión para que cesara, y lo hizo, pero no sin antes hacer negocio con el cargo, vendiéndolo por buenos ducados.
Al poco tiempo, contrajo matrimonio con Juana, de familia medinense de comerciantes, con quienes aprovechó para hacer negocios también. De igual modo, prestaba dinero a campesinos de ambas Castillas, a no bajos intereses, y vendía vino en su casa, pero de forma ilícita, ya que la venta de este era exclusiva de los clérigos de San Benito.
Hasta utilizó su estirpe de Vizcaya para conseguir ser hidalgo, y, por ende, noble, algo muy poco frecuente para un artista. Hasta un señorío tuvo el arrojo de comprar, con lo que eso costaba en dinero…
Por eso, Alonso Berruguete, que lo traía aprendido de Italia, es considerado uno de los pioneros en elevar la condición de los artistas, y que no fueran tachados de artesanos sino de ingenieros del arte, intelectuales. Claro está que, esa ascensión social en Italia sí era aceptada por la mera intelectualidad, pero en Castilla había que ser noble para tocar el techo.
A partir de ahí, Berruguete sacó a relucir sus galones, instaurando un taller bien surtido de encargos en Valladolid, y donde trabajó solo para patronos con alto poder adquisitivo, ya que Alonso era caro comparado con sus coetáneos colegas, porque así lo decidió él. Alto clero, hombres de banca, nobles, eran fieles clientes en Valladolid, que se convirtió en epicentro de la escultura castellana, tanto por la manufactura, como por el diseño. Alonso creaba el modelo, la idea, y la dejaba en manos de sus oficiales, ocupándose él de pagos, cobros y contratos.
Contrató de manera independiente, importantes obras como los retablos del monasterio de San Benito en Valladolid, y el del Colegio de los Irlandeses en Salamanca. Pero también hizo contratos compartidos, como ya hiciera con Vasco de la Zarza años antes, y con Bigarny ahora en la sillería alta del coro de la Catedral Primada de Toledo.
Berruguete tenía una personalidad bien marcada, férrea en sus decisiones, defensor a ultranza de lo suyo, obcecado en las reclamaciones que iniciaba, ora pleitos ora cobros.
Es un hecho que se tenía así mismo en gran estima, de ahí las altas facturas que emitía, y que era admirado por su gremio y por todos los jóvenes aprendices, así como él los admiraba a ellos, siendo el maestro Juan de Juni el mejor ejemplo de esto, a quien apreciaba y alababa su obra. Es muy factible incluso hiciera hueco en su taller, a modo de mentidero artístico, para que los principiantes aprendieran a través del intercambio de ideas con él. Y eso… eso es tener mucho talento.
En septiembre de 1561, mientras trabajaba en el Hospital Tavera de Toledo, tallando unos relieves para el sepulcro del cardenal, dio sus últimos golpes de gubia.