Bien conocida es la tradición oral del folklore de los pueblos castellanos (y españoles en general), que muchas veces se perdía o modificaba por diferentes razones, hasta que se escribió, y así todos pudimos tener acceso a ella en tiempos más recientes, ya sea en su versión más original o en la cambiada, en función de los adornos imaginativos de cada narrador. En cualquier caso, el atractivo de cada leyenda viene dado por esa mezcla entre lo real y lo ficticio.

Trébago, en Soria, es uno de esos municipios con abundancia de enigmáticos mitos de diversa índole que sus vecinos se han ocupado de conservar. Uno de estos cuentos es el que relata la historia de un habitante del pueblo, el “tío Sartén”, que poseía una fuerza descomunal, lo cual, despertaba la admiración y el respeto entre sus vecinos, quienes, como muchas veces sucede, alentados por la envidia, medio pueblo levantó el rumor de que no era para tanto ese poder que se le atribuía y que era una exageración. El otro medio acataba su autoridad.

Tener dos bandos en un pueblo pequeño no es buen asunto, y se calentó la cuestión hasta casi llegar a las manos unos de otros, hasta que el protagonista decidió zanjar la cosa demostrando que su fuerza era real. Para ello, convocó a todos en la Peña del Mirón, para que vieran como ponía vertical una piedra de diez metros de largo por alguno menos de ancho que estaba tumbada en la ladera.

Obviamente, lo consiguió, y se oyeron vítores de admiración, pero pocos minutos, porque el hombre, fruto del excesivo esfuerzo quizá, cayó de repente inerte al pie del monolito que acababa de erguir. La desazón del poblado fue superior, y todos sintieron culpa por el deceso del tío Sartén, y temor por si la divinidad los castigaba, y lo enterraron junto a la piedra. Desde entonces la piedra lleva su nombre, y no pocos peregrinan y hacen culto en ella en memoria del forzudo. Y así, o parecido, se lo han pasado de abuelos a padres, y luego a hijos.

Pero Trébago tiene más piedras, como aquella en el monte, al lado de un pinar situado entre los términos municipales de Trébago, El Espino, Valdegeña y Magaña, y que es llamada “la de los tres obispos” porque alrededor de ella podían reunirse los obispos de Tarazona, Osma y Calahorra, sin salir cada uno de su diócesis ya que la piedra hacía linde con las tres. Qué cosas…

En otro paraje cercano a Trébago, en las simas del Palancar y el Sabinillo, se da otra misteriosa leyenda, esta algo más tenebrosa. Entre la comunidad colindante existe la creencia de que son fosas impenetrables y habitadas por seres oscuros y que intentar bajar a ellas es disparatado. Se ha dicho que algunos lo intentaron, pero que, al llegar a cierta profundidad, sus terroríficos gritos pidiendo ser izados retumbaban en todo el lugar, llegando arriba pálidos y desfallecidos. Una vez, un osado foráneo que se burlaba de los lugareños, se lanzó a bajar por una de ellas y eso fue lo que hizo, bajar, porque subir no subió, ni mojado ni seco, y las cuerdas aparecieron como nuevas a la entrada de la sima.

El mismo testimonio popular, asevera que en estas cuevas fueron encontrados viejos recipientes repletos de monedas de oro que pertenecieron a unos monjes templarios, y cuyas ruinas de su monasterio no están lejos… Se añade al mito que las almas de esos pobres hermanos todavía pululan por estas profundas oquedades en vigilia por su tesoro.

También en estas cuevas, se dice que moraron “Los Isabelitos”, una caterva de salteadores, liderados por una tal Isabel, que tenían acobardada a la vecindad con sus felonías.

Con la intención de calmar a la población ante tanto misterio y tenebrosidad, en una ocasión se decidió investigar bien el lugar y averiguar la verdad de tales enigmas. Un voluntario fue amarrado escrupulosamente por otros vecinos, provisto de hachones para ver en la oscuridad y bajado a ver qué ocurría de verdad. Al poco de sobrepasar la zona de luz y entrar en lo oscuro empezó a escuchar lúgubres gritos y gruñidos y no quiso bajar más, solicitando ser subido de nuevo. Confuso, sólo pudo aportar a la investigación una frase que había oído vagamente de una sórdida voz: “María, saca los cedazos”. Eso fue todo, por lo que los instigadores de la indagación decidieron dejar todo como estaba y no hurgar más, por si venían mal dadas...

Otros enigmas de Trébago se pueden encontrar en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Dentro, hay una figura tallada con una manzana en su mano a la que se atribuyen algunos milagros, como por ejemplo el de la piedra del agujero, del cual brotó un cauce de agua que salvó la vida de un pastor. O el supuesto milagro de la Virgen, que pareció salir del templo y cubrir con su manto las cosechas mientras una brutal granizada intentaba golpearlas.

A la derecha del coro está tallado el “Cristo de los Mentirosos”. Es un altorrelieve de aspecto románico con la cara de un Cristo y cuya boca, entreabierta, deja un espacio muy justo para un dedo meñique. Quién mete ese dedo y éste se le atora, es que es un farsante.

Por último, una misteriosa y sorprendente curiosidad, relacionada con la astrología, tiene lugar en esta iglesia. Ocurre el día de Navidad, a las doce horas solares, cuando un rayo de luz que entra por un vano circular avanza lentamente para iluminar, paradójicamente, el rostro de San Ramón Nonato, que está pintado en un cuadro. Como se sabe, es el patrón de las parturientas, y curiosamente no nació, sino que fue sacado del cuerpo de su madre, muerta el día anterior, con la daga de un cazador.

Es admirable ver que actualmente, Trébago, como otros pueblos castellanos, aún provoca esa atracción por lo desconocido y lo misterioso a través de su cultura popular y su folklore hablado.

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