Aproximadamente cincuenta médicos y hombres de ciencia españoles viajaron a Italia en la primera mitad del Cinquecento, y residieron allí permanente o esporádicamente para formarse y ampliar su saber, mientras el Renacimiento en las artes y las ciencias estaba en pleno apogeo. Uno de ellos fue Juan Valverde, nacido en 1525 en el pueblo palentino de Amusco, y de cuya vida se sabe poco, pero de cuya obra y profesión, casi todo.

Llegó en 1542, con diecisiete años, primero a Padua para estudiar, brevemente Perugia y en 1544 ya estaría en Pisa trabajando con su maestro Realdo Colombo, sucesor del famoso médico anatomista Andrés Vasalio. En 1548 Valverde dejó el Norte de Italia y marchó a Roma, donde pasaría ya gran parte de su vida. De hecho, es probada su presencia en las autopsias al cardenal Cibo en 1550 y a San Ignacio de Loyola en 1555.

Las relaciones de Valverde con el alto clero fueron claves para su definitivo afincamiento en Roma, como médico al servicio de cardenales, inquisidores españoles y hospitales romanos, que fueron los medios en los que socialmente se movía. Y el prestigió que adquirió tan rápido se debió seguramente a sus relaciones y servicios como médico para importantes personalidades, como el cardenal Juan Álvarez de Toledo, quien era hijo del duque de Alba, que había ejercido como arzobispo de Santiago de Compostela y luego fue electo inquisidor general en Roma.

En 1555 estaba Valverde enseñando Medicina en el Hospital del Espíritu Santo, y aunque aspiró al cargo de médico pontificio, en sustitución del segoviano Andrés Laguna, no consiguió la plaza, que recayó sin embargo en otro médico español, Juan de Aguilera.

En esos diez primeros años en Italia, Valverde pudo compilar un texto de carácter sanitario, “De animi et corporis sanitate tuenda libellus”, en el que trata la temática higiénico-sanitaria, tan difundida entre las tratadistas del s. XVI. Esta obra se editó dos veces, una en París en 1552, y otra en Venecia al año siguiente dedicada al cardenal Girolamo Verallo.

Pero, sobre todo, el prestigio imperecedero de Valverde de Amusco se debe a su famosísimo tratado de anatomía “Historia de la composición del cuerpo humano”. La obra, en lengua castellana, se estampó en Roma en 1556, y fue impresa por Antonio Martínez de Salamanca, Antonio Larery y Antonio Baldo de Asola. Pensó dedicar este tratado al papa Pablo IV, pero en su definitiva impresión lo hizo al cardenal Juan Álvarez de Toledo, su protector. Desde entonces la llamada “Anatomía de Valverde” empezó a tener una gran propagación por Europa hasta llegar a ser el documento de anatomía más leído en este continente. Incluso doscientos años después, se tradujo al griego para su lectura en esos lares.

Las versiones de Italia de su obra fueron las más conocidas. En 1559 se estampaba en Venecia en 1559 con el título italiano Anatomía del corpo humano, que Valverde dedica a Felipe II, y cuya excelente acogida derivó en su reimpresión al año siguiente. En Venecia se hicieron otras cinco ediciones, dos más en 1586 y 1589, y las tres restantes en la primera década del s. XVII. Más tarde, en 1657 se seguía todavía imprimiendo la Anatomía del corpo humano, y en 1682 ya se hizo la última edición en Venecia.

Además, no sólo interesa el texto de Valverde por lo escrito, sino que a su alrededor aparecen versiones misceláneas y grabados acompañando las explicaciones del español. Con obvios fines didácticos fueron reproducidas más de cuarenta tablas de anatomía. El reconocido impresor francés Christophe Plantin las estuvo estampando en Amberes durante varios años, con la versión de 1568 en holandés: “Anatomie oft lvende beelden vande deelen des meschilicken lichaens”. Entre los textos misceláneos, la obra de Valverde y sus láminas anatómicas fueron combinada por David van Manden con textos de Galeno, Fallopio, Aranzio, y láminas de Vesalio en un volumen impreso en 1646.

La relación de Valverde de Amusco con la corriente seguidora de Vesalio en España en el s. XVI es un hecho. A pesar de su marcha a Italia, no se puede considerar al autor palentino desprendido de la cultura médica española del Renacimiento, con la que mantuvo, o a través de su obra, o por sus relaciones con los núcleos españoles de Roma, una real vinculación a la cultura científica española del s. XVI. Dos hechos prueban su ligazón al Renacimiento español; primero, que es palentino, y segundo, que redactó su Anatomía en romance, para que pudieran acceder a ella aquellos profesionales que nunca habían aprendido el latín, como por ejemplo los cirujanos y los barberos.

La “Historia de la composición del cuerpo humano” fue la resulta del arrojo personal de Valverde, encarándose no solo al cuerpo humano inerte (cadáveres) sino a toda la práctica anatómica precursora, especialmente la de las dos grandes referencias, Galeno en la Antigüedad y Andrés Vesalio en la época moderna. Pero, aunque Valverde es considerado seguidor de Vesalio, no fue un mero copista, sino que, en su obra, y con enorme cuidado, el anatomista castellano indica cuándo sigue, y cuándo se aparta de Galeno y de Vesalio. Esto denota una enorme y poco usual honestidad científica. Incluso al describir la circulación pulmonar, algo muy novedoso entonces en Europa, recalca que este hallazgo lo debe a su maestro Colombo.

La consideración, objetividad y actitud crítica del autor frente a Vesalio y ante su propio maestro, muestran su precisión y su humildad. Él solo quiere conocer la realidad científica. Las profusas y bien despejadas enmiendas a Vesalio, por momentos objeciones sinceras, tampoco deben interpretarse como una cuestión hostil personal. Sin embargo, son muchos los párrafos de su texto en los cuales Valverde se ajusta a las experiencias y enseñanzas ajenas, aun siendo del propio Vesalio, y en esos casos siempre tiene el cuidado de dejar anotado: “como dice el Vesalio”.

Valverde muere en 1588 en Roma, pero la obra anatómica que legó constituye la culminación del esfuerzo español durante el Renacimiento por alcanzar un conocimiento de la estructura del cuerpo humano.

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