Galicia y Castilla y León han vivido una historia política paralela desde el regreso de la democracia a España. Ambas comunidades han sido, desde la década de los 80, auténticos feudos del Partido Popular, que ha ostentado el Gobierno de las dos autonomías durante nada menos que 37 años. Una cifra que muestra la fortaleza histórica de la formación en los dos territorios y que tan solo se puede comparar al caso del PSOE en Andalucía, que gobernó durante más de 40 años. En el resto de autonomías de España ninguna formación política ha gozado de un poder similar.
Durante varias décadas, el PP gozó de mayorías absolutas tanto en Galicia como en Castilla y León que le permitieron llevar a cabo sus políticas sin ataduras y las dos organizaciones territoriales se fueron ganando la fama de ser las más moderadas del partido, con una gestión centrista favorecida por esos amplios apoyos. Pero el poder desgasta, especialmente cuando se ostenta durante tantos años, y el PP de Galicia y Castilla y León no han sido una excepción a esa regla.
Este domingo, las elecciones autonómicas gallegas no se presentan halagüeñas para los populares. La formación, encabezada por el actual presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, podría perder la mayoría absoluta, y por tanto el poder, a tenor de los pronósticos de las encuestas, y ceder el mando en la Comunidad a un Gobierno de coalición de izquierdas dirigido por el Bloque Nacionalista Galego (BNG) con el apoyo del PSOE.
Una situación límite que se ha agravado durante la última semana tras la información de que el líder del PP y presidente de la Xunta entre 2009 y 2022, Alberto Núñez Feijóo, habría estudiado la amnistía y se habría planteado un indulto a Carles Puigdemont en sus negociaciones con Junts el pasado verano de cara a su investidura. En Castilla y León, en cambio, el PP mantiene el poder de forma ininterrumpida desde 1987 pero su situación es cada vez de mayor debilidad, depende de terceros partidos desde 2019 y en los últimos comicios autonómicos consiguió su peor resultado histórico.
Una historia paralela hasta el final del bipartidismo
Galicia y Castilla y León llevaron historias políticas casi paralelas hasta el final del bipartidismo, en 2015, cuando sus caminos empezaron a bifurcarse. En la comunidad gallega, el éxito de la entonces Alianza Popular comenzó antes, ya que en 1982 ya había llegado al poder, en manos del entonces presidente Gerardo Fernández Albor, que se mantuvo en el cargo hasta 1987.
Fue precisamente ese mismo año, en el mes de julio, cuando los populares alcanzaron la Presidencia de Castilla y León por primera vez, después de cuatro años de gobiernos socialistas, con una candidatura encabezada por un joven José María Aznar. Desde entonces, el partido conservador no ha soltado el bastón de mando en la Comunidad. En cambio, en Galicia, entre 1987 y 1990, gobernó el socialista Fernando González Laxe, gracias a una coalición con Coalición Galega y el Partido Nacionalista Galego, hasta que en 1990 el ya renombrado Partido Popular recuperó el poder, en manos de su fundador, Manuel Fraga.
El histórico dirigente conservador encadenó cuatro mayorías absolutas seguidas y, mientras eso sucedía en tierras gallegas, en Castilla y León la historia era similar. José María Aznar había dejado el cargo en septiembre de 1989 para dar el salto a liderar el partido a nivel nacional y le sucedió, entre 1989 y 1991, Jesús Posada. Desde ese momento, el PP de Castilla y León encadenó seis mayorías absolutas seguidas –tres de Juan José Lucas y otras tres de Juan Vicente Herrera– en un momento dulce para la formación en ambas comunidades.
En el año 2005, con todo, el desgaste de Manuel Fraga al frente de la Xunta de Galicia bifurcó por primera vez los caminos de ambas comunidades. El PP perdió la mayoría absoluta en las elecciones autonómicas de ese año y el socialista Emilio Pérez Touriño pudo conformar un Gobierno de coalición con el BNG. La misma fórmula que se prevé si ambas formaciones suman el domingo, aunque en aquel caso con los socialistas como primera fuerza. El regreso del PP al poder en los comicios de 2009, que inauguraron la Presidencia de Alberto Núñez Feijóo, inició de nuevo un periodo de 15 años de mayorías absolutas populares en Galicia.
El final del bipartidismo afecta de forma desigual a Galicia y Castilla y León
El final del bipartidismo, con la irrupción de Podemos y Ciudadanos en el año 2015, afectó de forma desigual a Galicia y a Castilla y León. En la comunidad castellana y leonesa el PP de Juan Vicente Herrera perdió la mayoría absoluta en los comicios autonómicos después de 24 años y requirió de la abstención de los cinco procuradores de Ciudadanos para continuar al frente del Gobierno autonómico cuatro años más. Con todo, pudo seguir gobernando en solitario, una posibilidad que finalizaría cuatro años después.
En las elecciones autonómicas de 2019, las primeras con Alfonso Fernández Mañueco como candidato tras la retirada de Herrera, el PP perdió 13 escaños con respecto a los anteriores comicios y se vio superado por el PSOE como primera fuerza. Aún así, Mañueco pudo retener el poder llegando a un acuerdo con los 12 procuradores de Ciudadanos, conformando un Gobierno de coalición entre ambas formaciones. La debilidad del PP comenzaba a ser cada vez más palpable en una Comunidad que había sido un auténtico bastión inexpugnable de los populares.
Tras dos años turbulentos marcados por la pandemia de la COVID-19, Mañueco adelantó las elecciones en diciembre de 2021 y los comicios de febrero del año siguiente presentaron un resultado aún más paupérrimo para los intereses de los populares. El PP obtuvo el peor resultado histórico en la Comunidad en lo que a porcentaje de votos se refiere y se vio abocado a pactar con los 13 procuradores de Vox, conformando el primer Gobierno de coalición entre ambas formaciones en España y quedando Mañueco como un elemento incómodo para la cúpula del PP.
Mientras las grietas en el PP de Castilla y León cada vez eran mayores, las aguas en Galicia permanecían calmadas y el presidente Feijóo lograba cortar el paso a todos sus competidores en el ámbito de la derecha. El actual líder popular encadenó cuatro mayorías absolutas, las dos últimas, en 2016 y 2020, en un contexto de pluripartidismo, y ni Ciudadanos ni Vox lograron nunca conseguir ni un solo diputado en el Parlamento gallego. Una realidad que hizo ver que los pilares de la fortaleza del PP de Galicia eran más sólidos que los del de Castilla y León.
El PP de Galicia, un auténtico catch-all party
Desde que accedió al poder en 2009, Feijóo mostró una clara intención de marcar un perfil propio con respecto a Génova y acentuó el carácter regionalista del PPdeG, que ya se venía apuntando desde el período de Manuel Fraga (1990-2005). Durante su mandato, se caracterizó por una defensa férrea de la Ley de Normalización Lingüística de 2006 y por el uso del gallego en sus discursos, consciente de que gran parte de su electorado rural tiene ese idioma como lengua materna.
Además, apostó por un tono moderado y dialogante con la oposición, que se incrementó tras la victoria de Pablo Casado en las primarias del PP en julio de 2018. Desde ese momento, se consolidó como el referente del sector moderado del partido. En varias entrevistas ha definido al PP de Galicia como "un partido de centro" e incluso ha reconocido haber votado al PSOE de Felipe González en los años 80.
El PP de Galicia pretende ser un catch all-party (partido atrapalotodo) que aglutine el voto más conservador rural, el regionalismo gallego y alcance incluso al votante más moderado del PSOE. Una concentración del voto que ha sido clave para que el PP en Galicia no tenga rivales importantes en la derecha. En Galicia no existe nada parecido al PNV o a la antigua CiU, porque el PPdeG ocupa de algún modo ese espacio, y al mismo tiempo, con ese fomento del consenso regionalista, evita que Ciudadanos y Vox entren en el parlamento, al ser vistos como demasiado centralistas por el votante de derechas gallego.
Buena prueba de ello es, también, el hecho de que Feijóo prescindiera de las siglas del PP en las elecciones de 2020, las últimas a las que se presentó, llevando a cabo una campaña personalista y centrada en su figura y en Galicia como piezas clave de su discurso. En la campaña de este año, en cambio, las siglas del partido han vuelto a primera línea ante el perfil bajo de Alfonso Rueda −que sucedió en el cargo a Feijóo cuando dio el salto a la Presidencia del partido en 2022 y que mantiene una relación de amistad con Mañueco desde su época de consejero− que podría contribuir a lastrar aún más las aspiraciones de los populares en Galicia.
Un futuro incierto
El futuro del PP de Galicia y del de Castilla y León, otrora fuerzas hegemónicas, se ha tornado incierto aunque por motivos diferentes. En el caso gallego, Vox sigue teniendo grandes dificultades para penetrar en el electorado, casi ninguna encuesta les otorga representación y la inexistencia de posibles socios hace que el PP se vea obligado a mantener la mayoría absoluta si quiere resistir en el poder. La única incógnita es la formación Democracia Ourensana (DO) que, a tenor de algunos sondeos, podría obtener un representante que sirviese para completar la mayoría de Rueda. El dominio del PP en la derecha gallega podría, por tanto, hacerle morir de éxito.
En Castilla y León, en cambio, a pesar de la cada vez menor fuerza electoral del PP a nivel autonómico, especialmente desde que Mañueco está en el poder, el hecho de que otros partidos en el ámbito del centroderecha hayan tenido una notable presencia en las Cortes −Ciudadanos en 2019 y Vox en 2022− ha facilitado que los populares sigan en el poder, aunque muy condicionados por sus socios. La hegemonía del PP se agrieta paulatinamente en sus dos feudos históricos en España.