De la mano de Tauroemoción y Mucho Temple llegaron los toros de nuevo a la capital amurallada tras dos años in albis. Y el público, que llenó media plaza en una tarde soleada y muy agradable -rara avis en La Santa-, salió encantado.
Porque un encanto es ver el perfume torero que derrochó un Finito de Córdoba en sazón. En plenitud de forma. Que bien estuvo Juan Serrano y que a gusto se encontró con el utrero que abrió plaza. Un toro en toda regla al que le enjaretó un genial recibo capotero abrochado con una media de cartel.
Y con la franela aún me entran escalofríos recordando las trincheras finales de una faena completa por ambos pitones. Trasteo que tuvo sentimiento y embrujo torero. Un espadazo puso fin al noble animal -aplaudido en el arrastre- y el Fino paseó dos apéndices.
Manuel Escribano, que vino por Cayetano, estuvo sensacional en todos los tercios. Su novillo, que salió brioso buscando las telas con ahínco, se vino abajo y, aunque noblón, no humilló nunca y fue mirón.
Y al final rajado yendo a morir a la misma puerta de toriles. Pero el sevillano, porfión, le buscó las vueltas y, arrimándose en los tableros, provocó los olés rotundos del graderío. Estoconazo y dos orejas pedidas con fuerza.
Emilio de Justo está que se sale. El cacereño anda con los toros a gorrazos. En este caso con su novillo, algo más chico, pero precioso de hechuras y bravo. Sensacional a la verónica, rematada con una media de auténtica belleza. Y un quite por chicuelinas ceñidísimas.
Con la muleta dio todo un recital de buen toreo. Ora con la derecha, ora con la zurda. Y el novillo venga a embestir. Pero hay que estar ahí, llevarlo, traerlo y a la vez crear belleza y armonía. Y temple.
En definitiva, De Justo creó una auténtica sinfonía de toreo.
Un extraño hizo el animal a entrar a matar y De Justo enterró la espada al segundo intento -los cruje-. Los pañuelos afloraron en el tendido y el bueno del usía, mi amigo Juan Carlos Navas -sempiterno presidente- tuvo que sacar los dos moqueros. Palmas al novillo.
Ginés Marín paseó los máximos trofeos de un novillo gachito, bajo, y que no fue fácil para un estilista como es el torero jerezano. Pero a fuer de someterlo, de llevarlo, de cuidarlo y de arrimarse -ya metido en tablas- se permitió hasta un desplante.
Marín demostró capacidad y tesón hasta someter a un utrero noblón que no obedecía al principio. Le sacó muletazos de mucha calidad a base de dejarle la franela en el hocico. Las bernadinas finales sacaron brillo a un animal que apenas lucía. El torero brilló aún más.
El estoconazo fulminante fue -creo yo- el detonante para que el público pidiera el rabo, y Navas accediera a concederlo. Hay que recrearse en la suerte tal y como lo hizo el jerezano. Es decir, como mandan los cánones: en corto y por derecho al hoyo de las agujas. Cinco segundos mal contados tardó el toro en caer de forma espectacular. La plaza enloqueció.
Daniel Barbero es un novillero de Las Navas del Marqués que ha finalizado la temporada con veinte novilladas, que no es moco de pavo tal y con la que está cayendo en el mundo de los novilleros, y con tan solo un año con picadores.
Lo cierto es que el chaval se fue al platillo y allí citó de lejos a un utrero alto de agujas, encastado, que se fue como una exhalación a la muleta del navero, pasándoselo por detrás en varias ocasiones. Luego hubo pasajes interesantes con la mano zurda hasta apurar al novillo al máximo, arrimón incluido. Eso se llama entrega.
Aunque con la espada anda desafinado. Cortó una oreja que el público pidió con entusiasmo al paisano.
Con la tarde echada y los focos encendidos, se procedió a la suelta de una becerra, muy floja, que hizo las delicias del público cuando un pequeñajo -Daniel Rivas- salió capote en mano y luego su muletita para torear a la becerra. A Daniel le acompañaron en las tareas de ayuda sus compañeros y compañera de la escuela taurina de Navas del Rey.
Es una forma de estimular y crear afición entre la juventud. Excelente idea de la empresa -Alberto García y Nacho de la Viuda- que siguen apostando por la innovación. El regalar entradas para niños acompañados de sus padres en este festejo hizo su efecto. La plaza parece otra cosa cuando se llena de juventud. Falta hacen.
Dejad que los niños se acerquen a mí…
P.D. Compartir burladero con Jorge Manrique es un lujazo. Y hasta nuestro sitio se acercó el bueno de Manolo Lozano para saludarnos. 89 años lo contemplan. Torero, apoderado, empresario…y calidad humana a raudales.
GALERIA DE FOTOS: FERMÍN RODRÍGUEZ