Diez hijos tuvieron el doctor Justino Portillo y Ana María Pérez. El primero de ellos, Luis Gabriel, nació en Gimialcón (Ávila) a mediados de marzo de 1907. Estudió en los salesianos y después cursó Derecho, todo en Salamanca. Tras doctorarse en la Universidad Central, comenzó su carrera académica en la Facultad de Derecho salmantina como ayudante de Derecho Romano, gratis, hasta que en 1932 fue nombrado auxiliar temporal de Derecho Civil, y pudo compartir la docencia con el catedrático Esteban Madruga.
El estallido de la Guerra Civil, lo pilló en Madrid. Montó, según se dice, en un autocar para regresar a Salamanca, pero el vehículo hizo una parada en una venta donde justo llegaba otro autobús que hacía el itinerario inverso. Una mujer amiga le dijo entonces: “No vayas a Salamanca, Luis, están matando a todos”. Sin más demora, a los cuatro días, obtuvo un salvoconducto y se dispuso a trabajar por la causa republicana.
En septiembre, el secretario general en funciones de Izquierda Republicana certificó que Portillo era persona leal al Régimen y al legítimo Gobierno. Al poco se afilió a la Alianza de Intelectuales Antifascistas para Defensa de la Cultura, y la Oficina de Propaganda e Información autenticó que Portillo trabajaba allí activa y desinteresadamente.
A finales de año fue suspendido de empleo y sueldo en la Universidad de Salamanca y se le separó definitivamente del servicio meses más tarde. En verano del 37 se incorporó al Ministerio de Defensa como letrado, donde ejerció de asesor del ministro de Justicia vasco, Manuel de Irujo. En 1938 ingresó como soldado en el Ejército Popular (131 Brigada Mixta, 524 Batallón), prestando servicios en la plana mayor, y ejerció como instructor en un caso de deserción, por lo que fue ascendido a cabo, etc., etc.
Exilio en Londres
Pero terminó la guerra, con la victoria de los sublevados, y el exilio fue la solución para este católico practicante, progresista y pacifista, primero en Francia, y desde allí, con ayuda de un diputado laborista británico, consiguió pasar a Londres. Valga aquí la coplilla, de “cómo el de La Moraña, se llegó a la Gran Bretaña”.
No sin dolor, dejó atrás su patria, su familia y su carrera y, al llegar a la capital inglesa, encontró un escenario muy diferente al de su amada Salamanca: peló patatas en un bar, ejerció de mayordomo y trabajó en la construcción de pistas de aterrizaje para la Real Fuerza Aérea, hasta que pudo dedicarse a la traducción y a la redacción en prensa mientras desarrollaba su gran afición por la poesía:
“Cuando en su propia sangre redimida,
España otra vez libre resucite,
no encontrará a su alcance otro desquite
que ahogar odio en piedad, y muerte en vida.”
Portillo se reencontró en Londres con Manuel Irujo, y juntos se dedicaron allí a la protección de unos novecientos soldados españoles concentrados en diferentes puntos de Inglaterra tras la Segunda Guerra Mundial, a los que las autoridades querían desmovilizar en el norte de África o en Italia.
Además, otra de sus ocupaciones voluntarias fue la de instructor en un campamento, cerca de Oxford, para niños vascos que habían sido evacuados tras el bombardeo de Guernica y justo antes de la inminente toma de Bilbao por el bando nacional (recordemos que llegaron a Reino Unido unos 4.000 niños).
Y fue en esa colonia infantil donde Luis conoció a Cora, doce años menor que él y proveniente de una acomodada familia escocesa dedicada al lino. Cora Blyth estudiaba Lenguas Modernas en Oxford, trabajó como censora y también en el departamento de América Latina de la BBC, y terminó enseñando idiomas. Buscó una forma de practicar el español y dio con esta institución donde estaba Luis. Por iniciativa de ella se casaron en 1941.
Durante esa década, Portillo trabajaría también en la radio de la BBC donde tenía un programa diario para Hispanoamérica. Además, en Londres fue cofundador del Partido Izquierda Republicana, y más tarde, ya jubilado en 1972, fue nombrado delegado Diplomático Oficial del Gobierno de la República Española en el Exilio en Inglaterra. En el verano de 1977, tras cuarenta años exiliado y dos años después de la muerte de Franco, recibió la amnistía, se le rehabilitó en su puesto docente en la universidad, y pudo volver a disfrutar de largas temporadas en Salamanca.
Cinco hijos
Luis y Cora tuvieron cinco hijos, el último de los cuáles es Michael Portillo, el conocidísimo expolítico conservador británico, que llegó a ser ministro de Defensa en los años 90, y que ahora, como comunicador, es un tenaz viajero en tren por todo el mundo.
En casa de los Portillo Blyth se hablaba -y se comía- en español frecuentemente. Su padre siempre recordaba con mucha nostalgia España, la Universidad, Salamanca, Unamuno, su familia… en definitiva, todo lo que había perdido. A pesar de que de él heredaron el apellido y la nacionalidad, fue la madre —hechizada desde joven por España y lo español— quien se preocupó de que todos sus hijos conocieran bien la cultura española y se esmeró en que apreciaran su herencia hispánica y en que visitaran y tuvieran trato con la familia de Luis.
De ahí que, no hace mucho, ‘Miguel’, como pone en su pasaporte español, contara en un encuentro en Salamanca que su padre era su héroe y que lo recordaba recortándoles a sus hermanos y a él animales de papel, como hiciera Unamuno, al que copió.
En dicha visita, Michael entregó a la Universidad de Salamanca el ejemplar original de la revista 'Horizon', en la cual su padre relató por primera vez el histórico episodio acontecido el 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad, entre Unamuno y Millán-Astray.
Se sabe que Luis no estuvo ese día en tal evento, y que según las notas de Unamuno, la frase debió ser “vencer no es convencer”, pero que Luis, de forma un poco más teatral, trató de captar el ambiente de ese transcendental momento, transformándola en esta publicación de 1941 en "Venceréis, pero no convenceréis".