“A mí el Camino me ha dado unas emociones impresionantes. He vivido experiencias inolvidables. Al principio me cambió a mí mismo. Pero más que decirlo, hay que sentirlo. Y para ello hay que vivirlo”. Julián Prieto, hospitalero y peregrino, es el coordinador del albergue de Ávila, en el que rotan entre 12 y 14 compañeros.
Su amor por el Camino de Santiago se inició, metáforas de la vida, al final de su vida laboral. “Había oído hablar de él y cuando me jubilé quise hacerlo, casi sin conocer nada, creyendo que con ello terminaba mi interés. Pues no. Esto es un virus que entra, y una vez que empieza ya no paras”, sostiene a las puertas del albergue de la ciudad amurallada.
Rememora que tanto le marcó, que cuando regresó de su primera vez, en 2012, pensó que tenía que “devolver algo” de lo que le había dado el Camino; y aunque reconoce que es una “frase muy manida”, es que “realmente es así”. “Como me habían tratado tan bien, yo también quería hacerlo. Eso es la hospitalidad”, refrenda. Ahora cada año hace un mes el Camino.
Anima a realizar la ruta a todos los públicos, sin necesidad de planificar las etapas tal y como figuran en las guías, sino “cada cual a su manera”. “El Camino es para creyentes y agnósticos, para los que piensan con un sentido diferente, pero cada uno tan importante como el otro”, expone Prieto, quien se ve como hospitalero muchos años, un espacio en el que se implica “todo lo que puede”, porque “no cuesta nada”: “Disfruto con ello y mientras pueda estaré en el albergue”.