Imagen del castillo de Aunqueospese, ubicado en Mironcillo (Ávila).

Imagen del castillo de Aunqueospese, ubicado en Mironcillo (Ávila).

Ávila

El castillo de Aunqueospese: la trágica leyenda abulense entre el moro y el cristiano

La primera versión del mito indica que los restos del recinto se asientan sobre una fortaleza árabe que estaba protegida por Ben Hus Mar, un rico negociante

19 marzo, 2023 07:00

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“Guiomar esta triste, ¡Cómo se miran!

su amor está lejos, ¡Cuánto se quieren!

entrambos se mueren, y son sus suspiros

entrambos son presos, las únicas prendas

que van y que vienen.”

Unos pocos milanos son hoy día los dueños y señores del fortín, elevado en un promontorio granítico, como apartado en un lado del Valle de Amblés, mirando de reojo hacia Ávila. En verano se raciona el sol y la sombra como le permiten los riscos de la Sierra de la Paramera. En invierno, tiene que lidiar con mucho bajo cero…

Su imponente apariencia desprende la magia de la leyenda. Como se sabe, un pueblo usa la fábula para olvidar sus miserias, para idealizar su pasado o para enaltecer su presente. Con el paso del tiempo, si esa mentira está bien fabricada y las gentes no rehúsan su imaginación, se convierte en tan real como la historia.

Y eso fue lo que ocurrió hasta en tres versiones diferentes en este Castillo de “Aunqueospese” o “Malqueospese”. El dónde, en tierra fronteriza, como siempre en estos cuentos. El cuándo, cuando el moro y el cristiano se zurraban a sablazos por los páramos castellanos mediante aquellas razias que tanto daño hacían.

La primera versión del mito indica que los restos del recinto se asientan sobre una fortaleza árabe que estaba protegida por Ben Hus Mar, un rico negociante y su pequeño ejército de esbirros. Para las tareas de cuadra, el hombre tenía esclavos a varios, entre ellos a Aldefonso, un joven cristiano del que su hija, la princesa Zubezé, estaba perdidamente enamorada. Al saber de tales amoríos, Ben Hus Mar usó sus contactos para apalabrar el casamiento entre su hija y un acaudalado hombre del Reino de Jaén. Pero la rebelde hija, al conocer el fin de su padre, le respondería “aunque os pese, no me iré” (o “lo amaré”, no está muy claro), y al poco se arrojó desde la torre vigía, dando con sus huesos contra los duros peñascos. Una tragedia.

Con el paso del tiempo, la fortaleza mora pasó a manos cristianas, y obviamente la versión de la leyenda decidió mudar el nombre a sus protagonistas. En verbo castellanizado, el mito relata la historia de amor entre Gonzalo de Velada y Aldonza Aboín, cuyas familias, enfrentadas desde antaño, hacían imposible el romance. Jiménez de Aboín era el nuevo corregidor de Ávila y padre de Aldonza y decidió desterrar de la ciudad a Gonzalo, primogénito del anterior regidor del Concejo, don Pedro, por estar en ocasiones, alterando el orden en la localidad. Pero sabiendo bien Gonzalo que no era esa la causa real, sino el amor que sentía por su hija juró que la seguiría viendo “aun marchándome y aunque os pese”. Y acto seguido partió con sus caballeros camino del castillo del Valle Amblés. Los tiempos siguientes fueron una sucesión de cartas enviadas y cabalgadas de recaderos portando mensajes y flores entre la pedregosa fortaleza y la ciudad de Ávila. Gonzalo estaba perdidamente enamorado. Hasta encendía hogueras en los cerros para que, al verlos desde su galería, Aldonza supiera que su amor era fiel.

Un buen día, uno de esos emisarios regresó al castillo con un mensaje de la muchacha explicando a Gonzalo que la obligaban a desposarse, pero con otro, con un hijo de los Dávila con quien su padre ya se había comprometido. Gonzalo, iracundo, picó a su caballo y cabalgó hacia Ávila con el ánimo de secuestrar a su amada y sacarla de las garras de su padre. Y, sorpresivamente, es aquí donde se evapora la leyenda. Al parecer, no hay una consumación certera del cuento, si bien se han hecho intentos de terminar de forma justa con el capítulo entre estos enamorados, por ejemplo, asumiendo que Aldonza, exhausta de llanto, se dejó morir y se convirtió en una paloma blanca que voló a encontrarse con Gonzalo. Éste, al reconocer en el ave a su amada, e intuyendo que su amor estaba vencido, decidió partir hacia la guerra llevando con él el recuerdo de su venerada mujer. Pocos días después, fue muerto en el campo de batalla.

Bien similar, y también fechada en tiempos de Reconquista, es la historia de don Alvar Dávila y doña Guiomar de Zúñiga. La tradición cuenta que el concurso de soldados abulenses en la victoria de Las Navas de Tolosa en el año 1212 fue importante, y tal fue la pompa y boato de las eufóricas mesnadas regresando a Ávila tras el varapalo que acababan de aplicar al rebelde islámico. Una de esas tropas estaba comandada por don Alvar Dávila, un apuesto joven, Señor de Sotalvo, que caminaba orgulloso a lomos de su negro rocín entrando por las puertas de la muralla. Al pasar junto al palacio de los Zúñiga, en el balcón estaba Guiomar, cruzaron sus miradas y el amor hizo el resto. Él ya no conseguía ver en el desfile más banderas ni más flores, ni escuchaba más vítores que los de su corazón. Ella no veía más soldados que a don Alvar. Tenían que ser el uno del otro. Pero, el futuro de la muchacha no dependía de ella sino de su padre, don Diego de Zúñiga, quien tenía bien distinto plan para su hija, buscándole un convento donde dedicara a Dios el resto de su existir…

Tras días sin comer ni beber, enfermo de amor, Alvar acudió a pedir la mano de Guiomar, pero el padre lo echó literalmente de su palacio instándolo a nunca más ver a su hija. Rabiado, Alvar pronunció la conocida réplica: “¡Doña Guiomar y yo seguiremos amándonos, y aún más, viéndonos, aunque os pese!” y puso rumbo a sus tierras señoriales, donde construyó un castillo sobre el roquedo, para entrever a lo lejos a su preferida. Ella, cuya alcoba quedaba por encima de las almenas de la ciudad, se asomaba también y se hacían señas para intuirse.

Al poco, falleció Guiomar de amor seguramente, y el caballero se enteró mientras salía de su castillo a batallar. Nunca regresó don Alvar de esa contienda.