Dice José Maria Olayo que su vinculación con Villarejo del Valle, un pequeño municipio de la Sierra de Gredos en Ávila es porque se “alinearon los astros” y así lo expresa desde el humor. Y lo cierto es que tiene razón. Nació en una familia de 22 hermanos, 15 mujeres y sólo 4 hombres. José María fue el número 11. Casualidades de la vida que tan solo él nació en Villarejo del Valle, el resto de sus hermanos nacieron y se criaron en Madrid. “Mi padre quería que un hijo suyo fuera de Villarejo o así me lo trasladaron mis hermanas mayores. Me siento muy ligado al pueblo. Yo ejercía de tutor de mis tíos, uno era sacerdote y mi tía era monja. Desde los 6 años iba a las fiestas”, apunta José María sobre sus primeros recuerdos en este municipio de algo más de 300 habitantes.
Hace pocos meses organizó una exposición compuesta por 600 fotografías en recuerdo a los abuelos de aquellos niños que correteaban por Villarejo del Valle. “En una de las fotos, yo tenía 6 años y lo recuerdo perfectamente. Salgo con un caramelo grande metido en la boca, para mí comprar un caramelo era una fiesta. Me lo pasaba muy bien en el pueblo, pero pararon los años y cada vez iba menos porque me tocaba trabajar en la enseñanza pública”, asevera.
Su primera tarea fue limpiar el sendero que conducía al molino del pueblo
Su vida ha estado dedicada a la enseñanza. Era profesor de educación física en Rivas-Vaciamadrid, pero cuando se jubiló no dudó en trasladarse hasta su pueblo paterno. Compró junto a su mujer una casa junto al deteriorado y abandonado molino. Una conversación con su hermana Soledad encendió la chispa de su nueva vida después de dejar las aulas. “Hablamos en quitar las hiervas de un camino que estaba inaccesible. Mi hermana regresó a Madrid y yo continué con la tarea. Surgió de forma natural”, apunta.
Aquel molino formó parte de la fisionomía de Villarejo hasta que las llamas de un incendio lo devoraron. Con el paso de los años la vegetación creció y el camino que llevaba hasta el molino acabó oculto bajo la maleza. Fue entonces cuando José María comenzó a quitar las zarzas, sacó las tejas que habían caído del tejado y movió la piedra que se encargaba de moler las aceitunas. “Fue mi primera actuación. Me emocioné con solo ver las imágenes del antes y después de la rehabilitación. Era impactante ver cómo lo cogías y cómo dejabas el espacio después de limpiarlo”, afirma.
En ese momento, José María no dio por finalizado su labor en este municipio abulense. Tras concluir el trabajo de limpieza en el molino, procedió a rehabilitar la Fuente del Pino y la Fuente del Río. “Había una señora que daba con el bastón en el pilón para que yo pudiera comprobar que la fuente estaba allí y sólo estaba escondido entre toda la maleza”, sostiene este vecino de Villarejo que a sus 70 años mantiene la ilusión de sacar ese brillo de su pueblo que quedaba oculto bajo la abundante vegetación fruto de la falta de atención y el abandono.
José María comenzó este trabajo de rehabilitación de los espacios más emblemáticos del pueblo de forma solitaria, pero poco a poco se ha ido uniendo varios vecinos del pueblo. Además, también cuenta con la ayuda de sus hijos José Manuel y Abraham. Lo que comenzó siendo una limpieza del camino que llevaba al molino se ha ido convirtiendo en una forma de vida. “La gente me va descubriendo nuevas zonas y yo las rescato para ponerlas bonitas. He limpiado el Mirador Estelar, lo dejo impoluto, pero veo que ya se ha vuelto a ensuciar el molino. Es un bucle, yo me organizo para que esté todo limpio”, señala.
Cada espacio de Villarejo del Valle le recuerda a su infancia. Rememora con nitidez las tardes junto a sus padres. Se desplazaban hasta las tierras del pueblo en un biscúter de dos plazas y José María con apenas 4 o 5 años viajaba en la parte de atrás. Una vez llegado al destino, devoraba los higos que cogía de la higuera.
Próximos retos
Este vecino de Villarejo de 70 años ya tiene próximo objetivo: limpiar el sendero del Pozo de la nieve en el Puerto del Pico. “Estoy en casa preparando unas maderas. He hecho un camino de unos 60 u 80 metros y para que la gente pueda acceder he colocado unos ositos de piedra”, apunta José María añadiendo que sus esfuerzos se centran ahora en animar a más vecinos a involucrarse en estas tareas de limpieza y restauración de caminos y zonas emblemáticas.
Lo que comenzó como una tarea en solitario se está convirtiendo en una actividad conjunta en el que los vecinos expresan el sentir del pueblo con actuaciones de rehabilitación que hagan brillar Villarejo. También, apunta que quiere crear un grupo con los cinco pueblos que componen el Barranco de las Cinco Villas. “Me gustaría tener retos. Por ejemplo, ir a Santa Cruz de Pinares para limpiar, luego desplazarnos hasta Mombeltrán para seguir con estas tareas y así con los demás pueblos”, añade José María.
Lo que ahora le mueve es recuperar esas zonas que quedaron ocultas bajo la vegetación, pero que han recuperado el esplendor después de llevar a cabo una tarea de esfuerzo. Vecinos como José María enorgullecen a un municipio que acusa el envejecimiento, pero que con estas tareas despierta el orgullo de aquellos que una vez tuvieron que abandonar sus tierras en busca de oportunidades.