Es, sin duda, uno de los lugares más especiales del Camino de Santiago. El hotel con más estrellas de la ruta jacobea, ironiza el hospitalero Ovidio Campo, quien abre las puertas de su albergue, emplazado en el interior de las ruinas del convento de San Antón, junto a Castrojeriz (Burgos), donde por las noches la aparente luz oscura del cielo cae a plomo sobre este espacio.
Aquí se mantiene la hospitalidad entendida como en tiempos inmemoriales, como los monjes antonianos la practicaron hasta el siglo XVIII: “Acoger al peregrino, preparar la cena y el desayuno y darles el amor y la tranquilidad que transmiten estas ruinas”.
A través de la docena de camas que ofrece el albergue de San Antón, Campo profetiza que lo importante de la hospitalidad “es lo que siente la persona que te recibe”. Por eso, prosigue, desde hace dos décadas que empezó con esta actividad se negó a desarrollar en este paraje “una actividad mercantil o de negocio”. “No me cuadraba. Yo quería recuperar el espíritu que aquí había, revivir esa hospitalidad”, resalta.
Ello y el boca a boca han permitido que una de las características de lo que ofrece San Antón es que el peregrino que elige este alojamiento “tiene algo especial”, lo que lleva a una “autoselección maravillosa”. “Todas las noches cenamos a la luz de las velas, no tenemos electricidad. Imagina cenar debajo de la luz de las estrellas”, insinúa.
A Ovidio Campo, también por cuestiones familiares, el Camino le “cambió la vida”. Todo empezó en 1989, cuando lo descubrió, y cuatro años más tarde salió de su casa, en Burgos, “con una mochila de 18 kilos”. Relata que esa peregrinación a Santiago le “giró completamente el chip” y se dio “cuenta de muchas cosas”. Por ello, nueve años después se lanzó a la aventura como hospitalero en las ruinas del convento de San Antón, donde continuá su infinito compromiso con la ruta jacobea.