Si Martin Luther King tenía un sueño, Serafín Villarán también. La historia de este burgalés solo puede resumirse en tesón, ilusión y mucho empeño. Y es que este hombre dedicó nada menos que 20 años de su vida a un hito muy sorprendente: construir su propio castillo. Lo hizo en Cebolleros, un pueblo de la comarca de Las Merindades, con apenas 22 habitantes.
Y quizá lo más emotivo de esta historia es que fue su ilusión y fortaleza lo que logró que cuando falleció en 1998 a los 63 años su familia continuara con su deseo. Hoy, el Castillo de las Cuevas tiene cinco plantas, 300 metros cuadrados, varias estancias y, como no, un bar.
Pero tenemos que echar la vista atrás hasta 1935 donde comienza esta historia. Serafín Villarán nació en la burgalesa Villarias. Después de sus días de servicio militar, se estableció en Santurtzi (Euskadi) para trabajar en un modesto taller de coches y más tarde sería soldador en Babcock Wilcox.
Su vida parecía transcurrir de forma rutinaria, pero un sueño inusual y una voluntad inquebrantable lo llevaron a emprender una asombrosa empresa: la construcción de un castillo en un terreno que parecía destinado al olvido. En 1978, Serafín, sin siquiera consultar a su esposa María Luisa, adquirió un terreno en Cebolleros, el pueblo natal de su esposa.
Una parcela que a primera vista carecía de valor para la agricultura, pero que albergaba dos pequeñas bodegas centenarias. El propósito inicial era usarlas para almacenar vino. Sin embargo, Serafín tuvo una idea mucho mejor y fue la de construir una casa. Cuando su proyecto fue tomando forma y ya era evidente que no iba a construir un simple almacén de vino, Serafín tuvo que confesar sus verdaderas intenciones.
550 toneladas de piedras del río
Aunque Serafín no era ingeniero ni albañil, aprendió sobre la marcha, experimentando con piedras y el cemento. De hecho, decidió utilizar las piedras de los ríos Nela y Trueba para abaratar costes. Este burgalés llegó a almacenar la friolera 550 toneladas de piedras y 14 toneladas de cemento.
Para crear las bóvedas, escaleras de caracol y paredes, incluso torretas redondas y torres de vigilancia, diseñó plantillas de madera para dar forma al espacio, rellenándolas con rocas y cemento del río. Pacientemente y con la ayuda de su yerno, Luis Fernández, el proyecto avanzó durante 21 años. Lamentablemente, Serafín falleció repentinamente a los 63 años, dejando el castillo a medio terminar.
Sin embargo, el sueño no murió con él. Luis, junto a su esposa Yolanda y con el apoyo de la viuda de Serafín, decidió continuar la obra. Durante catorce veranos, trabajaron incansablemente en Cebolleros, completando el quinto piso y el sexto nivel de la terraza.
Luis, con su toque artístico, aportó un elemento especial al proyecto: el uso de colorantes en el cemento y la incorporación de pequeños guijarros, dando vida a barandillas, superficies de paredes, letreros y apliques de luz. El resultado es una construcción única, que combina la visión de Serafín con la creatividad de su yerno.
El Castillo de las Cuevas, una vez un sueño singular de Serafín Villarán, ahora se yergue como un testimonio conmovedor de la tenacidad humana y la pasión por construir algo único. Aunque Serafín no vivió para ver su obra completada, su legado sigue vivo a través del esfuerzo y la dedicación de su familia.
Cada rincón de esta construcción es un recordatorio del poder de la determinación y la creatividad, un tributo a la visión de un hombre que convirtió un pequeño terreno con cuevas olvidadas en un castillo lleno de encanto y color.