D. Álvarez / ICAL
El 2 de diciembre de 1981, el por entonces alcalde del municipio berciano de Cacabelos abandonaba la prisión provincial de León, en la que había pasado las últimas tres semanas, acusado de sedición por liderar una protesta popular que se opuso a la privatización de un camino vecinal. Cuatro décadas después, el protagonista de esta historia, José Luis Prada, garabatea de forma compulsiva en un folio en blanco mientras recuerda los detalles de su breve encarcelamiento y se emociona al recordar el caluroso recibimiento que le brindó su villa a su regreso. “No me arrepiento de nada de lo que he hecho en la vida. No sé si lo volvería a hacer, pero no reniego de ello, hice lo que tenía que hacer”, asegura.
A día de hoy, Prada es uno de los bercianos más reconocidos allá donde vaya, con una empresa que está a punto de cumplir 50 años llevando su “dogma de fe”, como él le llama, por rincones del planeta que aún se preguntan qué rayos significa eso de “a tope”. Pero a finales de los 70, su nombre se asociaba aún a la tienda de las maravillas en la que convirtió la antigua zapatería familiar, donde la modernidad encontró una rendija para colarse en el gris universo rural del Bierzo de aquella época.
Fue en esos años y de la mano del soplo de aire fresco que supuso el fin de la dictadura, cuando Prada se presentó por primera vez a la Alcaldía de Cacabelos por la Unión de Centro Democrático (UCD) en las primeras elecciones municipales del periodo democrático. “Yo siempre estuve en primera fila, desde chaval, y entonces vi que tenía la oportunidad de hacer cosas por mi pueblo”, explica.
El día de autos
El momento más oscuro de su primera etapa como regidor llegó el 11 de noviembre de 1981, cuando un juez se presentó en el camino conocido popularmente como callejín de la avispa para ejecutar la sentencia que obligaba a restituir parte del terreno ocupado por esa vía a un propietario residente en Estados Unidos. Sin embargo, los planes del magistrado se toparon de frente con un nutrido grupo de vecinos de la zona y usuarios del camino, a los que el entonces alcalde había informado de la situación en días anteriores, y que se concentraron para impedir el paso de las máquinas.
Minutos más tarde, el propio Prada apareció en la zona “como por casualidad” y jugó un papel que se suponía de mediador entre el juez y los vecinos a los que previamente había espoleado. Cuando el juez se percató de la jugada hizo personarse en el lugar a la patrulla de la Guardia Civil de Cacabelos y solicitó refuerzos a los cuarteles de Toral de los Vados y Villafranca del Bierzo con la idea de emplear la fuerza para disolver la protesta.
Con la amenaza de las fuerzas del orden cerniéndose sobre los vecinos, Prada optó por rebajar la tensión y los improvisados manifestantes acabaron dispersándose. Pero mientras regresaba a su casa, sintió una mano en su hombro y una advertencia: “está usted detenido”. “Lucía, bájame ropa que me llevan a la cárcel”, recuerda decirle a la que entonces era su esposa al llegar al domicilio escoltado por dos agentes.
Tras la detención del alcalde, se produjo una gran reacción en el pueblo, con un importante número de vecinos que se congregaron en la plaza Mayor y organizaron de manera improvisada un encierro de protesta en el edificio del Ayuntamiento. La protesta contó con la adhesión de todos los miembros de la Corporación municipal y se alargó durante cinco jornadas, al término de las que se mantuvo una vigilia diaria de dos horas. Incluso el párroco local llegó a celebrar una misa en el Consistorio para pedir por la liberación del regidor.
Encerrado, pero nunca quieto
A su llegada a la prisión, la expectación se había desbordado entre los reclusos. “Yo era conocido porque en aquel momento un alcalde era intocable”, recuerda Prada, que aprovechó su estancia entre rejas para fortalecer el cuerpo de la mano del deporte y la mente con lecturas de las obras de Camilo José Cela y del ‘Don Quijote’ con el que muchos se empeñaban en compararlo. También tuvo tiempo de escribir una emotiva carta a su admirado Adolfo Suárez, que meses antes había dimitido de su cargo como presidente del Gobierno. “En aquel momento nadie le defendió, ahora es el puto rey”, resopla.
Con el paso de los días y las enseñanzas aprendidas durante el servicio militar que prestó en el Tercio de la Legión, con destino en El Aaiún (Sáhara Occidental), fue ganándose el respeto de reclusos y funcionarios. Uno de sus métodos era usar todo el tiempo de encierro en su celda para limpiar concienzudamente cada pequeño rincón de la misma. “Tenía que estar encerrado pero yo no puedo estar quieto”, reconoce. Además, lideró una colecta entre los presos para renovar las deterioradas canastas de la cancha de baloncesto de la prisión. “Al final, el director puso las canastas nuevas y nos devolvió el dinero”, recuerda con aires de triunfo.
Ya en su salsa como “un pequeño rey de la cárcel”, la noticia de su liberación, 21 días después del ingreso, le sorprendió y le llegó a parecer “una putada” en un primer momento. “Yo en cualquier cosa que haga me implico a tope, tengo un sentido de la estética muy acentuado y de la ética mucho más”, subraya Prada, que aquel 2 de diciembre recibió a las puertas de la prisión el calor del entonces alcalde de León, Juan Morano, y del secretario provincial de UCD, José Antonio Cabañeros. Durante su estancia entre rejas, también lo visitaron el diputado berciano Manuel Ángel Fernández Arias y el ministro de Administraciones Públicas, Rodolfo Martín Villa.
De camino a Cacabelos, Prada hizo parar a la comitiva en la localidad de Pradorrey, recién pasado el puerto del Manzanal, para degustar un chuletón con sabor a libertad. Al llegar a la villa del Cúa, cientos de vecinos esperaban al alcalde a la altura de la cooperativa, desde donde le acompañaron en un baño de multitudes hasta la plaza del Ayuntamiento. “Fue la hostia, era como un pequeño héroe”, recuerda emocionado al revisitar las instantáneas de aquel día.
Aunque salió de prisión con el propósito de “ser más alcalde que nunca”, según declaró en la época, al término del mandato, en 1983, renunció a presentarse a la reelección para volcarse en cuerpo y alma en su negocio. El gusanillo de la política volvió a picarle en 1999, cuando volvió a alcanzar la Alcaldía bajo las siglas, esta vez, del PP. Cuatro años más tarde, abandonó el Ayuntamiento tras no renovar la mayoría absoluta. “Tenía mucho trabajo”, concluye, con una media sonrisa burlona asomando debajo de su icónico bigote.