Como se sabe, muchas de las construcciones históricas que han llegado a nuestros días no se iniciaron desde cero, sino encima de algunas piedras ya existentes, normalmente celtas, prerromanas o visigodas, y donde los posibles estudios de geolocalización, estrategia e idoneidad ya habían sido hechos por esas talentosas culturas… Este es el caso de la fortaleza de la villa del puente de hierro (Pons-ferrata). Hasta la colina que baja al encuentro del Sil con el Boeza llegaron los templarios en tiempos del rey Fernando II de León, más allá del año 1178, quien les encomendó la administración de la ciudad y donde terminaron levantando un convento al abrigo de la muralla.

Sí, un convento, del que quedan solo algunos restos, pero que contribuyó enormemente a la configuración de lo que hoy es el castillo-fortaleza de Ponferrada. El fortín fue desarrollado después por otros nobles, en varias y complejas etapas, y solo cuando los propios templarios fueron extintos después de 1308. En ese mismo s. XIV, el monarca entrega la ciudad a Pedro Fernández de Castro, mayordomo real, quien inició las obras del castillo viejo, y en la siguiente centuria fue Pedro Álvarez de Ossorio, primer conde de Lemos, quien reconstruyó el recinto después de que los “irmandiños” lo asediaran y destruyeran en 1467. Fue entonces cuando se consolidó el espacio, con el castillo, el recinto amurallado y sus defensas y el magnífico palacio renacentista.

Y tuvo más dueños la fortificación. Antes de 1485 los Reyes Católicos habían adquirido en propiedad la ciudad de Ponferrada por veintitrés millones de maravedís, por eso, cuando el almirante de Castilla recuperó con artillería la plaza para ellos -tras disputarla con Rodrigo Osorio, nieto bastardo del conde de Lemos que osó afrentar a los monarcas en cuestión de herencia- los monarcas decidieron reparar los desperfectos y adjudicar la gestión de los edificios a un primo suyo, don Juan de Torres de Navarra. Con el paso de las décadas el sitio tendría más inquilinos y administradores designados por la Corona.

Pero ¿por qué tanto interés en este reducto del Noroeste? ¿A qué se debe la acumulación de tanto guerrero templario aquí si el enemigo de la cristiandad estaba en el sur? Para muchos no tiene sentido a no ser que estuvieran ejerciendo de cancerberos de alguna cosa de valor… Aquí nos desviamos del camino historiográfico del castillo y entramos en el terreno de lo romántico, de esa parte del Camino de Santiago que alude a los saberes atávicos, a las tradiciones profundas, a la religiosidad y la magia, al druidismo, a la leyenda, en definitiva. Las Médulas, el Lago de Carucedo, el pico Teleno… lugares míticos y mitificados que de algún modo pudieron influir a la hora de ubicar tamaño castillo en Ponferrada, el cual la tradición popular ha querido ensalzar a su manera.

Bien hilvanada es la costumbre de decir que los templarios construyeron el castillo para proteger a los peregrinos del Camino. Habría que ver si hay más inmuebles templarios en el trayecto a Santiago… igual solo dos o tres más entre Navarra, Castilla y Galicia… Poca defensa parece… Pero si no es eso, ¿Qué buscaban los templarios en Ponferrada?

Se dice que tiempo atrás, en sus años de luchas en Tierra Santa, habían encontrado el tesoro más preciado de la Cristiandad, y decidieron llevarlo y guardarlo con celo en este castillo. Allí, en salas subterráneas bien escondidas, depositaron el oro conseguido en las cruzadas, el Santo Grial, el Arca de la Alianza incluyendo las tablas de Moisés y la mesa del rey Salomón, y se sentaron pacientemente a vigilarlo durante años, hasta que en 1307 los juzgaron en Francia, y la orden de los Templarios fue disuelta y extinta.

Los argumentos que sostienen esta hipótesis son varios: es un inmueble sito en medio del Camino de Santiago, protector de su apóstol, y en un cruce de caminos, alusivo al Lignum Crucis o al símbolo Tau, y tiene doce torres, número sagrado que las relaciona con los apóstoles, las constelaciones o los meses de año, y los restos de una posible puerta oculta que llevaba a la parte subterránea del tesoro…

Pero también los argumentos que derriban la tesis son firmes: la cruz patada roja si es símbolo templario, pero no la letra Tau que hay a la entrada y que fue colocada por el conde de Lemos en alusión a su propiedad y herencia. No hay evidencias arqueológicas de estancias subterráneas. No había mucho que proteger en esta parte del Camino de Santiago. No hay pruebas historiográficas que certifiquen el hallazgo del Arca de la Alianza por parte de los templarios. El número doce del zodíaco, las torres o los apóstoles es algo que alimenta este mito ponferradino, pero que puede dejarse fuera del empirismo histórico basado en la investigación.

Sin embargo, no olvidemos que la idiosincrasia de muchos pueblos de Castilla se ha fraguado siempre en el crisol del nexo entre la leyenda y la historia, yuxtapuestas de forma incondicional. ¿Qué sería de este castillo sin su fantasía? Tiene los mismos elementos que otros: un gran patio de armas, aljibe y torres, del Homenaje, del Malvecino y del Moclín, restos de una barbacana y de un foso… nada alejado de lo ordinario de un castillo si no fuera por ese ornato de la fábula con que lo maquilla la cultura popular berciana.

Al contrario, es esa leyenda templaria precisamente la que, en parte, ha hecho que el edificio haya sobrevivido a la barbarie -maltratado como pieza cultural, en ruinas muchos años, enajenados sus muros al mejor postor, vendidos y separados sus sillares para construir caballerizas y puestos de mercado, alquilado su patio de armas como prado para el pasto de animales, e incluso allanado su terreno valorando hacer un campo deportivo- y haya pasado de ser un simple inmueble a ser un bien valorado y protegido, y que, gracias al sentido común seguirá siendo fuente de mitos, prueba de nobles y templarios, y vigilante del tiempo a su paso por El Bierzo.

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