“No podíamos dejar a un peregrino en la calle cuando en invierno los albergues cerraban. Así que empezamos a coger gente en casa de la manera tradicional, como lo habíamos hecho siempre”. Así nació en albergue Betania, ese que la catalana Lourdes Lluch afamó en Frómista (Palencia) porque estaba orientado, principalmente, a los meses del frío, cuando el resto de establecimientos de la zona cierran porque la afluencia de caminantes se reduce notablemente.
Ahora, la hospitalera comenta que recibe algo más de 3.000 peregrinos al año. “Es muy poco, pero es un albergue muy pequeño y no estamos siempre abiertos. Ahora, habitualmente cierra en verano y en primavera y otoño lo hace de forma discontinua. “Siempre hemos sido hospitaleros voluntarios antes de abrir el albergue. Y de repente vimos que peregrinos llegaban, pero no tenían donde quedarse”, recuerda.
Como cristiana, entiende al peregrino “como si fuera Cristo”, un aspecto “muy profundo” para ella, quien descubrió “muchas cosas” cuando en 1986 hizo por primera vez el Camino, a la que siguieron algunas veces más, sola o acompañado. Ahora, su meta es “facilitar que otras personas puedan tener la experiencia” que ella disfrutó, siempre desde “lo más sencillo” “Un sitio para dormir, una acogida, sus necesidades. Eso a mi me ha ayudado mucho en las peregrinaciones que he hecho. Ahora intento hacerlo yo”, ensalza.
El Día de Navidad y de Nochebuena, por ejemplo, su marido y ella los celebran junto a los peregrinos que esos días estén alojados en el Betania de Frómista. “Es el único día que yo cocino y comemos todos juntos”, sostiene. Si hay solo un caminante alojado, le invitan a entrar en su casa: “Ese día somos su familia y él la nuestra”.
Lluch desvela que para ella el Camino es un lugar en el que ha descubierto “mucho sobre sí misma, sobre los demás y sobre Dios”, pero también en el que admite haberlo “pasado muy bien” y donde ha “crecido”. “Dicen muchos que es mágico, y es verdad, es un lugar mágico”, despide.