“Las ciencias no hacen perder el filo a las espadas ni enflaquecen los braços ni los coraçones de los cavalleros; antes tengo yo que la memoria de las honras y glorias de los pasados engendra en aquellos una virtuosa enbidia”
Gómez Manrique (poeta, hijo de Pedro, hermano de Rodrigo y tío de Jorge).
Pedro Manrique de Lara y Mendoza, fue un importante castellano, con cargos como el de adelantado y notario mayor del reino de León, miembro del Consejo Real… además de ostentar muchos títulos nobiliarios como el de VIII señor de Amusco, III señor de Treviño, y muchas otras posesiones, entre ellas el condado de Paredes de Nava, en Palencia.
Entre una de sus hazañas se puede considerar la de haber tenido quince descendientes con Leonor de Castilla, de los cuales, ellas casarían con importantes nobles, y ellos llegarían a ser adelantados, obispos, arzobispos, alcaides y poetas por toda España.
Una gran familia la de los Manrique…
Es el caso de Rodrigo, uno de los hijos mayores de Pedro, que heredó muchos títulos de su padre, y que con tan solo doce años ingreso en la orden de Santiago y llegó a ser Condestable Mayor de Castilla y León. Como guerrero, prestó muchos servicios contra los moros hasta una edad bien tardía, y en lo civil, fue de esos que estuvieron presentes en la Farsa de Ávila en contra de Enrique IV, pero también en el Pacto de los Toros de Guisando, a favor de Isabel la Católica. Al viento que mejor soplara…
Rodrigo falleció en 1476 en Ocaña, lugar favorito de los maestres de Castilla, a causa de una terrible enfermedad que le desfiguró el rostro. Murió en parte pobre, por haber vendido todos sus bienes fuera del mayorazgo, pero con una familia unida y rodeado del amor de los suyos. Su lápida en el Convento de Uclés dice: “Aquí yace muerto un hombre que dejó vivo su nombre”. Era un hombre generoso, prudente y fuerte, y sus máximas siempre fueron su religión y su Rey, y por este carácter virtuoso, heroico y guerrero, su hijo Jorge quiso dejarlo inmortalizado en las famosas Coplas que le dedicó a su muerte.
Jorge Manrique, palentino para muchos, de Paredes de Nava concretamente, donde su familia tenía el señorío, cultivó por tanto ambas manos, una para las armas y otra para las letras. En su haber castrense, Jorge participó, con tan solo veinticuatro años y junto a su hermano Pedro, en la toma de Montizón, de donde sería después comendador. También llegó a caballero de la Orden de Santiago, lucharía contra Pedro Girón en Alcázar de San Juan, tomó parte en la ocupación de Sabiote, en el sitio de Canales y en la conquista de Alcaraz. Fue integrante de la toma de Ciudad Real, estuvo al mando de la vanguardia en la batalla de Uclés, y recorrió tierras jienenses y cordobesas para ayudar a sus parientes los Benavides a luchar contra el conde de Cabra, que gobernaba Baeza en nombre de los monarcas. Este enfrentamiento salió mal y fue vencido, acusado y preso, pero al mes siguiente fue liberado por mandato real, y restituido su nombre y honor. Más tarde, el Jorge Manrique guerrero, ejercería como capitán autónomo en diversos puntos de las lindes del reino de Toledo, hostigando zonas fronterizas del Marquesado de Villena, como Alarcón, Belmonte y el castillo de Garcimuñoz, en el que fue herido de muerte en 1479.
Todo eso y más en su hoja de servicio militar. Pero detrás de esa fachada belicosa, o delante, como se quiera ver, está el Jorque Manrique autor, el poeta. Un noble para quien la poesía era solo una más de las habilidades necesarias para la vida social de su época, una destreza intelectual que ayudaba a destacar en el círculo de la Corte, donde poder obtener y actualizar cargos, prebendas y privilegios. El hecho de agarrar la pluma y escribir, para personas de su clase social, suponía únicamente una línea más de su currículo vital. Por eso, muchos pensaban que el paradigma de Alfonso X “el Sabio” no había sido inútil del todo y los ilustres de Castilla tenían bien considerada la tarea de labrar las letras.
La poesía de Manrique, cercana al medio centenar de trabajos, es principalmente amorosa, aunque también la hay doctrinal y burlesca. Jorge sigue los patrones de los trovadores europeos, componiendo en arte menor, principalmente octosílabos, y poniendo en valor las esparsas, las canciones y las coplas cortesanas, haciendo uso de la sátira, la erótica disfrazada con alegorías, etc.
Sin embargo, bien sabido es que la obra manriqueña ha pasado a la posteridad por las “Coplas por la muerte de su padre”, donde, de una forma original pero entroncada con la tradición, crea una loa póstuma dedicada a su progenitor, donde lo muestra como un ejemplo de virtud, de heroísmo y de calma ante el evento lógico de todo guerrero, la muerte.
Jorge las compuso inmediatamente al morir su padre, pero no fueron publicadas hasta varios años después, cuando el propio autor ya había fallecido. Las Coplas hablan del ínfimo valor de la vida en la tierra y de la todopoderosa muerte, y pone algunos ejemplos ilustres de nobles y personajes pasados, y narra también lo que para Jorge son virtudes de su padre, comparables a las de otros grandes protagonistas de la historia.
Manrique comunica de forma magistral la muerte y lo efímero, anunciando con este estilo claro y uniforme, el inminente Renacimiento español en las letras.
Desde que fueron publicadas en la década de 1480, las Coplas de Manrique fueron difundidas en cancioneros, escritos a mano primero y después impresos, incluso fueron traducidas al latín, y los pliegos sueltos que se hicieron de ellas las transportaron a todos los rincones de Europa, influyendo tanto en forma como en fondo en las obras de autores posteriores del Siglo de Oro y de las Generaciones del 98 y del 27, y convirtiéndolas así en uno de los clásicos de la literatura española y universal.