Hay lugares que uno no busca, sino que ellos te encuentran a ti. Esto ha sido lo que ha ocurrido con esta localidad que, sin saber muy bien cómo, se cruza en el camino de mucha gente. Parece que una fuerza ‘superior’ te hace girar en el momento adecuado, o pedalear hacia un destino concreto sin saberlo. Coges la bicicleta pensando en subir un puerto y, por arte de magia, te encuentras admirando una aldea escondida a los pies de las montañas cántabras.
Apenas once habitantes transitan por sus calles, por lo que el silencio se hace protagonista de uno de los pueblos más singulares de Castilla y León. Una localidad que no destaca por sus monumentos o por una arquitectura que te hace abrir la boca, como puede ocurrir en grandes urbes o lugares impactantes, pero posee algo más especial. Un encanto que vamos a tratar de narrar en estas líneas.
Es el pueblo, dicen, más pequeño de la comunidad, y eso se refleja en las tradiciones que se palpan a primera vista, y un estilo de vida también muy de otra época que es algo que lo caracteriza, sin lugar a dudas. Palencia no sería lo mismo sin este pueblo, y esta aldea no sería la misma sin esta ubicación privilegiada. Rodeada de campos de cultivo que cambian de fotografía en cada estación, ofrece paisajes bucólicos más propios de una pintura de Van Gogh, pero su encanto no solamente radica ahí.
Ya que esta aldea pertenece al término municipal de Brañosera, considerada el más antiguo de España y, solamente ya por ese dato, es digna de parada obligatoria. Y es que el origen de este lugar palentino, según apuntan algunos historiadores, podría estar vinculado al trazado de la antigua calzada romana de Somahoz, un hecho que no hace más que añadirle atractivos a este enclave. Si le sumamos que el río Camesa divide al pueblo en dos, la cámara de más de uno ya está calentando para fotografiar este paraje.
Un río que no solamente embellece el paisaje, sino que ha jugado otrora, un papel crucial en la vida de sus habitantes. Aguas que bañan un patrimonio arquitectónico donde destaca una joya del románico, como es la iglesia dedicada a San Martín Obispo. Un templo donde destaca su ábside semicircular y la portada de medio punto, elementos que evidencian la riqueza artística de la arquitectura religiosa en esa zona de Castilla y León.
Este remanso de paz tiene su mejor acompañante en las afueras. Los amantes del senderismo y el turismo rural podrán, si lo desean, recorrer el GR1, que conecta Ampurias con Finisterre, y que atraviesa esta aldea ofreciendo a los caminantes una ruta única por alguno de los paisajes menos conocidos del territorio español.
Este cruce de caminos históricos y naturales convierte a esta localidad en un lugar donde el pasado y el presente se entrelazan, donde la historia y la tradición rural se fusionan para crear un espacio único en la geografía española. Su patrimonio, tanto natural como cultural, invita a la reflexión sobre la importancia de conservar este tipo de lugares, no solo por su belleza, sino también por el legado histórico que representan.
Y si tras leer estas palabras, usted, querido lector o lectora, arde en deseos de coger la mochila y plantarse en esta villa escondida a los pies de la montaña cántabra, solamente tendrán que buscar en sus mapas un nombre y podrán disfrutar de todo ello. Salcedillo.