Garrido Norte, de descampado entre fábricas a crisol de culturas
En un mundo tan célere y alocado como el actual apenas sobreviven los recuerdos que van más allá de un lustro. Ésa es la barrera que marca la pervivencia de la información en internet, pero hay otra mucho más valiosa que aún se atesora en álbumes de fotos escondidos en recónditos cajones, esos que ya apenas casi se ven en familia, y sobre todo, una información guardada a fuego en la memoria de quienes vivieron cada momento. NOTICIASCYL tiene en marcha una serie dominical que repasa la evolución de los barrios de Salamanca a través de los recuerdos de niñez de sus habitantes.
Hoy es el turno para la segunda parte de Garrido, el barrio de mayor extensión y más población de la capital charra. De ahí la necesidad de abordar su historia a través de varios capítulos. El primero se centró en el entorno de la estación de ferrocarril, con el barrio del mismo nombre. El segundo fue para Garrido Sur, el espacio delimitado entre la avenida de Portugal, María Auxiliadora, paseo de la Estación y Alfonso IX de León. Hoy le toca a Garrido Norte, la parte del barrio entre Alfonso IX, Federico Anaya y el paseo de la Estación, hasta la cerrada vía del ferrocarril de la Ruta de la Plata.
A finales del siglo XIX, cuando el tren llegó a Salamanca, también lo hizo la necesidad de expandir la ciudad hacia el norte. Se proyectaron así varias manzanas que dieran cobijo a los trabajadores de la estación de ferrocarril, además de obreros que no tenían cabida en el casco histórico de la ciudad. Manuel Garrido y Santiago Bermejo fueron los pioneros. Suya fue la idea de construir las primeras casas en hilera a lo largo de una calle. Espacios que se fueron rellenando cual puzle. A mediados del siglo XX comenzó la expansión más allá de la iglesia de Fátima, ocupando los solares descampados junto a la fábrica de gaseosa y la serrería que formaban parte de un entramado industrial que se extendía hasta El Rollo y Puente Ladrillo.
En un principio fueron viviendas de planta baja con sus respectivas huertas, pero el ‘boom’ urbanístico de los años sesenta y setenta propició la aparición de grandes edificios en Garrido, muchos construidos por la antigua Caja de Ahorros de Salamanca. A medida que avanzaban las décadas se urbanizaban más parcelas hacia el norte de la ciudad, llegando a principios del siglo XXI casi hasta la vía del ferrocarril, donde antaño sólo había un prado donde jugar al fútbol junto al Colegio Montessori, y montículos donde los chavales hacían casetas (hoy es el entorno del Colegio San Mateo y el instituto Francisco Salinas), además de adentrarse en la Cueva del Águila, una cavidad junto a la vía del tren.
Tal fue la velocidad a la que creció Garrido que no dio tiempo a acometer los servicios municipales necesarios para tanta población. A mediados de los ochenta la mayoría de las calles del barrio estaban sin asfaltar. En invierno se convertían en auténticos barrizales donde los coches quedaban sepultados (para reivindicar su arreglo los vecinos salían con cañas de pescar a los charcos), en verano en polvaredas cual desierto del Sahara. Al mismo tiempo, la presión del agua era escasa, el alcantarillado muy deficiente y la recogida de basuras escasa. Fue con el alcalde Jesús Málaga con quien el barrio prosperó y se solucionaron todos estos problemas.
Posteriormente, con el alcalde Julián Lanzarote llegaron los grandes proyectos urbanísticos, la mejora de las aceras y las grandes avenidas. Un hito fue Alfonso IX de León, en cuyo tramo central (donde hoy todavía pervive un solar) había una calle con casas de planta baja y tiendas que cortaba a la mitad la hoy avenida. Muy recordada es la panadería donde vendían colines, que literalmente volaban de las manos por hambrientos chavales. También se habilitó la avenida de París, que hasta entonces ocupaba una vieja serrería donde en los años noventa todavía era posible ver cientos de troncos junto a casas abandonadas.
Al tiempo que se acometía la modernización del barrio se le iba dotando de los correspondientes equipamientos de ocio. El 7 de diciembre de 1974 se inauguraba el Parque de Garrido, el pulmón verde del barrio construido sobre huertas, que ha sido testigo de la evolución urbanística y social de la ciudad tras sucesivas reformas. En los años ochenta llegaba la plaza de Barcelona, construida sobre un solar que hacía las veces de campo de fútbol en verano y pista de patinaje improvisada cuando nevaba en invierno. Inauguración con anécdota, pues acudió el alcalde de la ciudad condal, Pascual Maragall, agradeciendo la invitación del alcalde de Málaga (se confundió con el apellido del primer edil charro y fue la comidilla de la semana).
Y después el parque Würzburg tras el hermanamiento con la ciudad alemana, uno de los espacios verdes de mayor superficie en Salamanca, repleto de zonas de ocio (muy recordado es el circuito para bicicletas y monopatines, también por los chicones con tanta caída haciendo el cabra), pero repleto de hormigón. Un lugar que se fue convirtiendo en una especie de Bronx donde los vándalos campaban a sus anchas, hasta que se acometió su reforma en los albores del siglo XXI para revitalizar un parque que ahora es una especie de gimnasio al aire libre.
El rápido crecimiento de Garrido lo convirtió en el barrio más poblado (hasta hubo que desdoblar la parroquia de San Mateo con una nueva, La Anunciación del Señor). Y en el más joven. La necesidad de escolarizar a miles de niños propició la apertura del Colegio Filiberto Villalobos (con su histórico portero Limorti) y el Colegio San Mateo (hoy escuela municipal de música Santa Cecilia), posteriormente ampliado en un nuevo edificio en la avenida de Los Cipreses. También llegarían los institutos Mateo Hernández y Francisco Salinas (originariamente número 7, porque fue construido sin nombre). Para los primeros años estaba la guardería de la Caja de Ahorros, un edificio al final de la avenida de Los Cedros que ahora ha reabierto Asprodes para reconvertirlo en centro de formación y empleo para personas con discapacidad.
Al mismo tiempo, fueron surgiendo lugares para el aprendizaje extraescolar, como la biblioteca de la Caja de Ahorros en Alfonso IX, cerrada tras la fusión de las cajas al predominar más los beneficios económicos que los servicios a la comunidad. O la moderna Biblioteca Torrente Ballester, ubicada en el barrio Chinchibarra, pero que da servicio a todo Garrido. El gran impulso para las infraestructuras llegó con motivo de la Capitalidad Cultural Europea de Salamanca en 2002, cuando se construyó el Multiusos Sánchez Paraíso sobre el antiguo campo de fútbol de tierra de la escuela de Navega, donde entrenaban los equipos de Tonino, añorado entrenador que formó a cientos de chavales (paramos, miramos y pegamos). Y el complejo deportivo Vicente del Bosque sobre las tierras donde los chavales hacían sus casetas con cartones y palés de madera.
Después llegaría el nuevo centro de mayores Tierra Charra para atender a una envejecida población. Porque con el paso de las décadas los niños fueron creciendo y buscando cobijo en el extrarradio de Salamanca y municipios del alfoz. Quienes tenían la suerte de trabajar en la capital charra, pues muchos emigraron a otras provincias e incluso el extranjero tras concluir sus estudios. Así, ahora muchas viviendas están ocupadas por jubilados, solos o en pareja, y otras tantas vacías. El resto se han ido alquilando a emigrantes, principalmente procedentes de Marruecos y Sudamérica, que han convertido a Garrido en un crisol de culturas. De hecho, en el barrio trabajan los colectivos Salamanca Acoge y Garrido Se Mueve para favorecer su integración en la comunidad. Incluso hay una mezquita en el barrio, en la plaza García Lorca, ocupando el inmueble que antaño fuera una tienda con todo tipo de productos, ‘El Manolo’.
Porque Garrido siempre ha sido un barrio en constante evolución. Prueba de ello es su vida comercial. La estructura de los edificios, sin apenas garajes y reservando la planta baja para locales comerciales, propició la apertura de múltiples tiendas. Negocios familiares de todo tipo que poco a poco fueron sucumbiendo al cambio en los hábitos de consumo y sobre todo a la llegada de las grandes superficies. La primera fue Aldi, una nave aislada en la avenida de Los Cipreses (donde hoy está La Gaceta). Después, el Merca 80 (hoy reconvertido en Gadis), toda una revolución para la época. En la misma zona estaba el mercado de mayoristas Mercasalamanca, el gran almacén de la capital charra, desaparecido recientemente tras el traslado a las nuevas instalaciones junto a Doñinos. Decenas de hectáreas han quedado vacías tras el derribo de las naves, un solar de hormigón y granito sobre el que se proyectaron miles de viviendas y hasta una nueva estación de ferrocarril para el AVE. Ideas que se evaporaron con la crisis económica.
Lo que sí ha sobrevivido a la recesión son los bares, porque Garrido goza de una rica gastronomía en sus negocios hosteleros. Y sobre todo una rica tradición de pinchear los domingos. Los había que hasta hacían empanadillas de flan, como el Pifi junto a la calle El Trébol, o la chanfaina, que todavía se come en el Leyma. Eran lugares de reunión para las familias, donde compartir confidencias tras una semana de duro trabajo, donde juntarse con los amigos. Porque en Garrido todos conocían a todos, antes de que el individualismo y el carpe diem se apoderaran de la sociedad.
Por ejemplo, durante décadas las calles estaban llenas de niños que daban rienda a su imaginación para jugar. Al escondite, a coger, a burro, a la segadora, hasta béisbol en los descampados, o las canicas, la peonza y el clavo en los parques, cuando predominaba más la arena y el césped que las baldosas y el hormigón. Niños que ya adolescentes vivieron el nacimiento y apogeo de los vídeojuegos. Cientos de ellos se congregaban en las múltiples salas de máquinas del barrio más tecnológico en los ochenta y noventa (Mediterráneo, Simpson, Luymar, Superdíver, España). Hasta los quioscos estaban a todas horas repletos de pipiolos en busca de las últimas chuches que se habían creado, troncos, flases, pepinillos y cebolletas. Tras años de plazas y parques semivacíos, vuelven a estar ocupados, disfrutando de sus castillos infantiles y fuentes. Porque Garrido es un barrio que constantemente se reinventa y regenera.