Leyenda del huidizo Cristo de Valvanera de Sorihuela
La religiosidad popular se nutre de historias que venían a cubrir el vacío que la razón no lograba llenar. No es de extrañar, por tanto, que cada cristo o virgen de una determinada localidad atesore su propio relato para justificar un origen fantástico. Un milagro con que dar rienda suelta al fervor popular, pero sobre todo con que ensalzar la peculiaridad del entorno en que la talla fue encontrada. Árboles, peñas y ríos son los principales cobijos de imágenes que fueron halladas un día por los lugareños para ser veneradas de generación en generación. Y con ellas, a la par, una historia que transmitir para perpetuar hasta la eternidad. Así ocurre con el Cristo de Sorihuela.
Cuenta la leyenda que en una ocasión se encontraba un grupo de pastores en un paraje a tres kilómetros de la localidad conocido como Valvanera. Se acercaba el otoño y las hojas ya caían de los árboles a mediados de septiembre. Pero el calor arreciaba aún con fuerza al mediodía. De ahí que los rehaleros procedieron a abastecerse de abundante comida y bebida con las que reponer fuerzas para la tarde. Aquella mañana hacía más calor de lo normal, por lo que el botijo de agua se vació con celeridad y los pastores no querían gastar el vino que reservaban para la comida. El más joven fue enviado para rellenar el cántaro mientras los demás disponían a preparar el manjar.
Cuando había avanzado un par de minutos se detuvo en seco. Entre unos arbustos sobresalía lo que parecía ser la talla de un Cristo. Retiró la maleza y efectivamente, era una singular imagen del crucificado, bien conservada pese a las señales de haber permanecido largo tiempo a la intemperie. Palmó la madera para comprobar que era real y regresó por donde había llegado para avisar a sus compañeros, eso sí, sin apartar la mirada del Cristo para cerciorarse de que no era una suposición. Tras comunicar a los demás pastores lo acontecido, todos acudieron al lugar y allí estaba la talla, con mirada fija, como si les estuviera esperando. Gozosos por el hallazgo, decidieron llevarlo a la parroquia, donde quedó custodiado.
A la mañana siguiente, antes de partir con los rebaños hacia el monte, los pastores se acercaron hasta la iglesia para rezar ante el Cristo. Tal era el ansia que le copaba las entrañas que llegaron antes de que el párroco abriera las puertas del templo. Una vez ya en el interior, no dieron crédito a lo que veían. Más bien, a lo que no veían. La talla no estaba. Había desaparecido. ¿Quién la había arrebatado? Tras unos instantes de desconfianza entre ellos, llegaron a la conclusión de que todos decían la verdad y nadie la había cogido. Sospecharon de varios convecinos e incluso dedicaron parte de la mañana para verificar quién era el ladrón. Pero nada. El resultado fue nulo. Así, apesadumbrados, los pastores acudieron un día más a cumplir su labor.
Sin embargo, al llegar al monte se encontraron allí al Cristo, en el mismo lugar donde fue hallado el día anterior. ¿Cómo era posible? Y de nuevo recelosos entre ellos volvieron a cargar la imagen hasta la iglesia, donde quedó guardada, esta vez no sólo bajo llave, sino ante la vigilancia del párroco. A la mañana siguiente, los pastores descubrieron al párroco dormido y el atril sin el Cristo. Sin dudarlo, corrieron raudos hacia el lugar del hallazgo y allí estaba de nuevo. ¿Acaso alguien les estaba gastando una broma de mal gusto? Pero no. Aquella noche permanecieron ellos en el interior de la iglesia para vigilar la talla y, al igual que le ocurriera al cura, cayeron presas de un profundo sueño y al despertar el Cristo ya no estaba. Había regresado al monte. Entonces comprendieron que la imagen quería permanecer allí y se decidió construir una ermita donde venerarle. Lo llamaron el Cristo de Valvanera, en recuerdo del lugar del hallazgo. Desde entonces, cada 14 de septiembre baja en procesión ante la devoción de todos los vecinos de Sorihuela.