Plaza de Anaya, el secarral del colegio viejo
En un mundo tan célere y alocado como el actual apenas sobreviven los recuerdos que van más allá de un lustro. Ésa es la barrera que marca la pervivencia de la información en internet, pero hay otra mucho más valiosa que aún se atesora en álbumes de fotos escondidos en recónditos cajones, esos que ya apenas casi se ven en familia, y sobre todo, una información guardada a fuego en la memoria de quienes vivieron cada momento. NOTICIASCYL tiene en marcha una serie dominical que repasa la evolución de los barrios de Salamanca.
Tras abordar todas las zonas más allá del casco histórico, sólo falta el corazón de Salamanca, el entorno de su Plaza Mayor, pero son tantos los cambios que se han producido en algunas zonas que hasta final de año vamos a repasarlas de forma más exhaustiva. Hoy es el turno para la plaza de Anaya, que debe su nombre al palacio que fue Colegio Mayor de San Bartolomé y actualmente es la Facultad de Filología.
Aunque pueda parecer lo contrario, esta ágora anexa a la Catedral Nueva apenas tiene dos siglos de historia. Hasta entonces estuvo ocupada por viviendas propiedad del Cabildo, formando las calles de San Sebastián y Las Cadenas. ¿Qué sucedió para un cambio tan drástico? Fue en 1811 cuando el jefe militar francés Paul Thiébault, hospedado en el palacio de Anaya, ordenó el derribo de la manzana de casas que tenía delante. ¿Le molestaba su vista y quería tener libre la visión de la Catedral? Lo cierto es que la plaza se convirtió rápidamente en un solar.
El proyecto que los invasores franceses tuvieran quedó inacabado con su expulsión durante la Guerra de la Independencia. Así la plaza del colegio viejo, como así se la denominaba a mediados del siglo XIX, fue alternando secarral y árboles según las décadas y las intenciones de cada gobernante. A finales de ese siglo incluso ganó espacio al derribarse unas viviendas al inicio de la Rúa.
Los edificios de la Universidad que forman el perímetro de la plaza fueron pasando por manos del Obispado, generales y gobernadores franceses, hasta llegar al Estado tras el conflicto bélico con el vecino invasor. En el palacio de Anaya se instaló un Colegio Científico, el Museo Provincial, el Gobierno Civil, Hacienda y Telégrafos, utilizando incluso la abandonada iglesia de San Sebastián como almacén.
No es hasta ya entrado el siglo XX, en la década de los años treinta, cuando se acomete un proyecto serio para la plaza de Anaya. El atrio de la Catedral se modificó para facilitar la creación de un jardín rectangular en torno a la estatua del Padre Cámara colocada años antes en el centro del ágora. Así sobrevivió a la Guerra Civil y la posguerra, con los únicos cambios que el propio progreso propiciaba, como el paso de vehículos por la zona, incluso autobuses.
En los últimos años del franquismo, ya en la década de los setenta, se produjo la reforma por la cual tiene su aspecto actual. Cambio sobre todo aprovechando el derribo de las casas y el colegio de religiosas al inicio de la calle Tostado, lo que hoy es el Teatro Juan del Enzina y el edificio Anayita. Más tarde se abriría una nueva calle para poder así rodear todo el perímetro de las catedrales, antiguamente con numerosas viviendas anexas.
Fueron tres años de obras que cambiaron la escalinata del atrio de la Catedral desde la esquina en ángulo al centro, junto a la Puerta de Ramos, se establecieron varios niveles de rasantes y desapareció del centro la estatua del Padre Cámara, trasladada a la plaza de Juan XXIII, junto a la torre de la Catedral Nueva. Durante los últimos años la plaza de Anaya ha sufrido leves lavados de cara, principalmente para reducir los tramos de escaleras y adaptar así la accesibilidad a las personas con discapacidad. Uno de los pocos espacios ajardinados que mantienen su estructura desde hace décadas debido a su especial ubicación dentro del casco histórico de Salamanca declarado Patrimonio de la Humanidad.