Investigadores de la Universidad de Valladolid (UVa), el Hospital Clínico Universitario de Valladolid y el Instituto de Investigación de Biomedicina de Salamanca (IBSAL) analizan imágenes cerebrales que podrían mejorar el estudio de la migraña, un tipo de dolor de cabeza que suele acompañarse de otros síntomas como náuseas, vómitos o sensibilidad a la luz y al sonido. Al procesarlas y compararlas, los científicos han detectado diferencias en la sustancia blanca entre la migraña episódica y la migraña crónica que podrían ser muy útiles para anticipar el pronóstico de un paciente o para desarrollar tratamientos.
“Utilizamos imágenes de resonancia magnética, las procesamos y obtenemos parámetros cuantitativos que podemos medir objetivamente”, explica a DiCYT Álvaro Planchuelo Gómez, ingeniero del Laboratorio de Procesado de Imagen de la UVa que trabaja junto con los neurólogos de la Unidad de Cefaleas del Hospital Clínico de Valladolid y del IBSAL. “Con esta información comparamos grupos de pacientes y controles sanos sin cefaleas de tipo migraña”, añade.
La migraña episódica ocurre cuando la frecuencia de ataques es menor, mientras que se considera crónica si la cefalea tiene lugar 15 o más días al mes y existe una fase de transición en la que algunos pacientes pasan de la primera a la segunda. Los expertos que han participado en esta investigación han detectado diferencias que comienzan a marcarse, precisamente, en esa fase intermedia. En concreto, han hallado un deterioro global de los axones (prolongación del cuerpo de las neuronas) en la transición de episódica a crónica.
Asimismo, “en los pacientes con migraña, tanto episódica como crónica, hemos encontrado diferencias en la conectividad estructural del cerebro, es decir, que tienen conexiones más reforzadas con respecto a las personas que no las sufren”, explica Planchuelo. “En estas conexiones participan regiones cerebrales relacionadas con el procesamiento del dolor, como puede ser la ínsula, y alguna otra región subcortical, como el tálamo o el hipocampo”, añade.
En cambio, en el caso de otras conexiones estructurales ocurre lo contrario. Es decir, los pacientes que sufren migrañas presentan una peor conectividad con respecto al grupo de control en otras regiones cerebrales, como algunas zonas del lóbulo temporal.
“Ha habido estudios que han comparado resonancias de sustancia blanca entre pacientes con migraña de los dos tipos y controles, pero no se habían encontrado diferencias significativas. Nosotros hemos sido los primeros en encontrar diferencias entre migraña episódica y crónica”, destaca el investigador de la UVa.
La información que aportan estos resultados no se desprende de la visualización de las imágenes en sí, sino de su procesado posterior. En el análisis de la conectividad estructural, este equipo también ha sido pionero en aplicar al estudio de la migraña la técnica conocida como tractografía, que permite investigar los tractos de sustancia blanca o fibras que discurren por el sistema nervioso, para analizar directamente las conexiones entre regiones de sustancia gris.
“Delimitamos la zona de la sustancia blanca con respecto al resto del cerebro y realizamos cálculos matemáticos comparando parámetros cuantitativos de los diferentes grupos de pacientes”, señala Planchuelo, “así el análisis estadístico nos permite ver claras diferencias”. Previamente, realizan un “preprocesado” para reducir los errores procedentes de la resonancia de difusión, que es la técnica específica que emplean. Adicionalmente, se hace una resonancia convencional y la mezcla de todos los datos aporta mucha información de todo el cerebro, incluyendo las zonas de sustancia gris.
Utilidad de los datos
Los resultados obtenidos tienen una clara utilidad: ver cómo puede evolucionar la migraña. “Hemos planteado la hipótesis de que la migraña crónica puede ser un proceso de mala adaptación plástica, es decir, que el cerebro no sufre el deterioro que ocurre en otras enfermedades, como la enfermedad de Alzheimer, sino que es más bien lo contrario, que se refuerza. A largo plazo, en un estudio longitudinal, podríamos ver cómo evoluciona, si esa hipótesis es cierta o no”, comenta el experto.
Desde el punto de vista clínico, estos datos también podrían servir para desarrollar terapias. En futuros ensayos clínicos, los investigadores podrían analizar si los diferentes parámetros observados influyen en que los pacientes respondan bien o no a los tratamientos.
Por ejemplo, “vemos que los pacientes con migraña tienen zonas más conectadas entre sí y es probable que eso explique la hipersensibilidad que tienen a determinados estímulos, como la luz. Así que quizá los medicamentos puedan enfocarse, precisamente, a esas zonas hiperconectadas”.