Salamanca y 31 de octubre son sinónimo de El Mariquelo. Este sábado, un año más en la víspera de Todos los Santos, Ángel Rufino de Haro volvió a 'encarmarse' a la Catedral para cumplir con la tradición y, en esta ocasión, honrar a las víctimas del coronavirus. La ascensión, tal y como había advertido el propio tamborilero, en su edición número 34 fue más sobria que nunca y se dedicó a dar aliento a los enfermos, familiares de los fallecidos y sanitarios. Con el tamboril al hombro y la dulzaina a punto, Rufino de Haro fue puntual a la cita y dedicó sus oraciones y cánticos a los salmantinos.
Los vecinos y visitantes estaban más lejos que nunca de la acción, puesto que la Policía Local se encargó de cortar la plaza de Anaya y las calles aledañas desde una hora antes del comienzo del acto. El Mariquelo tampoco pudo entrar a caballo en la plaza, como era costumbre, ni estuvo acompañado por más tamborileros y caballistas. Nada de fotos ante la seo salmantina. Apenas un par de decenas de acompañantes y los medios de comunicación estuvieron con él este 2020 en lo alto del templo.
Más allá del cordón policial, eso sí, un par de centenares de personas se repartieron por la Rúa Mayor para seguir el evento. Los más madrugadores tuvieron acceso a las terrazas de la plaza y pudieron contemplar el acto desde una perspectiva privilegiada mientras disfrutaban de un refrigerio.
Una pancarta con crespón negro fue desplegada desde la balaustrada del balcón catedralicio recordando a las víctimas del coronavirus y se hizo visible desde cualquier punto del casco histórico. Por ahí fue también el discurso de un Rufino de Haro comprometido con la situación que atraviesa el mundo. A las 11.45 horas El Mariquelo tocó las primeras charradas y recordó el por qué de su desafío a las alturas. Algo que repitió en el pasado en lugares tan variopintos como el Cristo del Corcovado o las Cataratas del Niágara. Cabe recordar que desde hace unos años tiene prohibido alcanzar la bola de la veleta y ha de conformarse con la campana de 'María de la O'.
Tal y como reza su lema, “con poderío, el límite es el cielo”, El Mariquelo saludó desde el reloj antes de alcanzar la campana para leer su discurso. Unas palabras que resultaron inaudibles en el suelo porque le obligaron a retirar la megafonía al estar restringido el acceso al público. Sombrero al viento, y tras soltar un trío de palomas blancas, el tamborilero charro se despidió reclamando que la gente siga los consejos de los sanitarios para frenar los contagios. Además quiso lanzar un mensaje de confianza para la ciencia en su búsqueda de una vacuna. “Fe, esperanza y caridad”, fueron sus últimas palabras antes rezar un Padre Nuestro y tocar otra charrada.
El Mariquelo recuperó hace 34 años esta tradición que se remonta a 1755 cuando un terremoto con epicentro en Lisboa sacudió la capital del Tormes y obligó a los salmantinos a refugiarse en la Catedral. El templo aguantó el envite pero la torre sufrió una leve inclinación. Es por eso que El Cabildo catedralicio reclamó que cada año alguien subiera a comprobar su estado y, de paso, lanzar unas plegarias en agradecimiento a Dios por haber preservado la integridad de los fieles durante el seísmo.