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El padre Antonio Romo es una persona ejemplar, humilde, valiente y llena de solidaridad. Siempre preocupado por las personas con necesidades, sobre todos los pequeños y los emigrantes, y ahora por los enfermos. Ha sido reconocido con galardones como la Medalla de Oro de la Ciudad de Salamanca 2001, Premio Castilla y León de Valores Humanos 2015, y Medalla de Oro de la Provincia de Salamanca 2016. Nació hace 82 años en Aldealengua, un pueblecito cercano a Salamanca, un 24 de diciembre, "el día de la buena nueva", y fue ordenado sacerdote en 1964. En la actualidad, continúa ejerciendo acciones solidarias de forma más silenciosa, y su obra sigue dando fruto, sobre todo en el barrio Puente Ladrillo de Salamanca, donde es todo un icono de convivencia y solidaridad.

"He ido cumpliendo con mi deber, consecuente con la vocación a la que me he enfrentado. Es una cosa muy sencilla que hace mucha gente en todas partes", afirma, mientras saborea un café solo, quien durante más de treinta años desempeñó su ministerio en la parroquia de la Santa María de la Asunción, en el barrio de Puente Ladrillo. En esta barriada periférica, de tradición obrera, vinculada a los talleres ferroviarios de Salamanca -situada entre el municipio de Cabrerizos y el Alto del Rollo-, ha dedicado su vida a los más desfavorecidos, logrando dar respuesta a aquellos problemas que iban surgiendo paralelamente a la evolución de la sociedad contemporánea.

Actualmente, con una salud delicada, se plantea una nueva forma de vida, como no puede trabajar, acude al Hospital de Salamanca donde ayuda a los capellanes y, de paso, visita a los enfermos. Es otra faceta. Ahora, sobre todo, vive la tranquilidad del 'misionero' en Aldealengua, rodeado de naturaleza y una huerta, donde lo cuida su hermana pequeña, Carmina, y recibe la visita de los muchos amigos, para los que siempre tiene una sonrisa. Antonio Romo, un testimonio de vida en Salamanca, del que hace partícipe a EL ESPAÑOL - Noticias de Castilla y León.

P.- ¿Antonio, cómo se encuentra?

R.- Pues no sé cómo definirte. He tenido muchísima actividad, aunque todavía la tengo. Pero es como la última etapa de una vida. Feliz por lo que he vivido. Y con una fe también más viva.

P.- ¿Aún tiene fuerzas para seguir adelante?

R.- Sí, pero de otra forma. Es decir, hemos sido, digo nosotros porque ha sido un grupo, un poco locos. No sé cómo llamarlo, intrépidos, pero muy llenos de una gran honradez, de una entrega gozosa en tener dificultades. Las dificultades eran muy pequeñas porque había mucho coraje y mucha fortaleza.

P.- A estas alturas de su vida, y una existencia tan plena como la suya. ¿Antonio, qué es cumplir el deber cristiano?

R.- Mira, yo creo que lo que leíamos en el Evangelio del domingo, "ama al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente y con todo tu ser, y al prójimo amarle como nos ha amado Dios. Amaos como yo os he amado". Así de simple. Después se cometen los errores que, aparentemente, se pueden permitir. Pero aquí estoy, con mucha cantidad de personas que tienen un corazón grande y, eso, es parte de los resultados. Por eso soy feliz.

En la comunidad hemos sido un poco locos. Quizás intrépidos, pero muy llenos de una gran honradez, de una entrega gozosa en tener dificultades

P.- ¿Cuáles han sido sus modelos a seguir?

R.- Ha habido muchos y demasiada la gente que sería modelo a seguir. Por tanto, no han sido unos modelos como decir que siempre hay algún santo, al que quieres imitar o que te da a luz para portarte y tal. Han sido muchas personas. No ha sido una. Muchas personas sí, y gente sencilla en las que ves el Evangelio. Eso para mí es un modelo que, puede ser, esté en relación directa con la sabiduría, con la ciencia, pero también puede ser que no. Pero todas son personas sencillas, que aman. Que no desaparecen, pero que se animan.

P.- Cuéntenos su experiencia en las cárceles de Salamanca.

R.- Cuando estaba en la cárcel de Salamanca, también todo era una familia. Yo iba a ver qué imagen podía dar a los gitanos y a decir misa. Me pasaba ratos muy buenos. Y algunas veces tenía que cortar la misa porque los gitanos empezaban a cantar. Y yo me preguntaba, cómo continúo y meto aquí ahora el 'Padrenuestro', cuando son felices cantando (risas). El funcionario nos decía, se acabó la misa, y volvía a recoger a los presos y llevarlos a la celda. Muchas anécdotas me vienen de la ingenuidad, de lo que te brota del corazón y lo haces, y no sabes cómo va a resultar. Es como me acontece ahora en el Hospital de Salamanca, en la capilla. Estoy acostumbrado a rezar en cuclillas, como los indios. Y entran unas señoras en el templo y yo vi que hablaban muy bajito. Al rato, vienen todos los de seguridad a por mí y me rodean y dice uno, ¡pero si es el cura!

P.- ¿Qué ha sido de las ovejas que tenía la comunidad?

R.- Pues mira, lo que hace tener las ovejas es la leche, y lo que hemos vivido Paco Buitrago (presente en la entrevista y párroco por diversos pueblos de Las Villas) y yo con ellas, ha sido una alegría, porque hemos recibido todo desde la vida y la gratitud humana. Quisimos dar gratis lo que habíamos recibido gratis, y se lo dijimos al obispo. Nos dio permiso para hacerlo, y le hemos dejado todo al proyecto Santiago Uno. Disponen de más gente, y creo que tiene futuro.

Con el rebaño de ovejas, ha sido una alegría vivir. Hemos querido dar gratis al proyecto Santiago Uno, lo que habíamos recibido gratis

P.- ¿Qué hace en este momento, ya retirado de la frenética actividad, el padre Antonio Romo?

R.-Ahora acudo al Hospital de Salamanca a ayudar al capellán y a visitar a los enfermos. Voy buscando su bien. A estas alturas de mi vida ya, solamente con ver que un enfermo sonríe, ya vale por todo, y merece la pena. Soy feliz viendo sonreír a los enfermos.

P.- Como párroco de Puente Ladrillo ha tenido una larga experiencia con los jóvenes y con la emigración. ¿Qué es para usted una frontera?

R.- ¿La frontera? Hay muchos tipos de fronteras. No sé a qué fronteras nos podemos referir, porque siempre que ponemos una barrera hay una frontera. ¿Las fronteras? Depende cómo lo tomes, meterte en una frontera es correr riesgos, tener fe y ser creativo.

P.-¿Qué opina de los 'menas', esos menores inmigrantes no acompañados?

R.- Mira, te voy a contar una pequeñita experiencia, que a mí me marcó antes de tener todo el trajín de acogida en el barrio Puente Ladrillo. Para mí, en ese momento, fue un modelo. Un niño de 11 años viene un domingo, después de ir al Rastro, y me dice, Antonio, quería pedirte un favor, puedes acoger a uno de fuera, de Angola, que he estado hablando con él y no tiene ni casa ni nada, solo una mochila, y anda por el Rastgro y el río, y habla el español también. Y le dije, bueno, dile que venga. Me choca los cinco el chavalín y me dice, gracias. Fue como un apóstol.

Y a Sting lo acogimos, trabajó, luchó, encontró un trabajo enseguida. Venía muy castigado por la droga, pero gracias a Dios las terapias lo consiguieron. El niño fue como intermediario para que lo acogiera. Rehizo su vida. Tiene familia con un hijo. Sí, luchó mucho y fue un niño el que lo pidió. Un niño que lo vio en el rastro, cerca del río. El viejo Antonio conocía al niño, porque fue bautizado en la parroquia. Es hijo de un gitano.

P.- ¿Antonio, las pateras son la vergüenza de Europa?

R.- Es verdad. Nosotros éramos un pequeñito río, como una gota en medio de un océano. Pero ante esas gentes, nuestra comida, nuestras camas, en fin, nuestra casa estaba abierta para todos. Porque estaba abierto nuestro corazón. Historias preciosas las que vivimos allí. Pero cometí el error de pedir, sabiendo que los bancos daban crédito, no sabía de su usura, porque yo solo conocía el amor, y pedí ochocientas mil pesetas. Para nosotros era una burrada, tanto, que el banco cuando se pasó el tiempo, dijo hay que pagar. Y con lo que había aquí, que no era nada, imagínate.

Nuestra casa era como nuestro pequeño río, como una gota en medio del océano, que estaba abierta, como nuestra comida, para todos

P.-¿Qué ha supuesto la pandemia para esta sociedad?

R.- Yo solo pienso en la persona que sufre, es decir, el sufrimiento lo haces tuyo. Es lo que une. Te hace ver, rezar y ser caritativo. Y siempre hemos salido bien. Bueno, Dios nos ayuda.

P.- Atrás queda ya la parroquia y el barrio Puente Ladrillo.

R.- Sí, pero llevamos en el corazón momentos felices, libres, con gente sencilla, que no saben lo que es ser fariseo. Si había que hacer una estancia allí, no había problema, solo había que ver a la gente feliz, y me contagiaban a mí la alegría, el entusiasmo. La fe que supuso todo aquello. Acoger a todos esos menores, que los pobres no tenían dónde dormir, ni dónde comer. Es que es tremendo. Solamente pensarlo... pensar en todos esos niños. Cuando estuve allí eran tan solo unos niños, y ahora ya son mayores y con sus vidas propias.

Quisiera contarte el caso de Monday Ajayi, que llegó procedente de Nigeria, sin nada, después de caminar cuatro días por el desierto del Sáhara y, además, dejando allí su familia... Cuando lo acogimos y se hizo uno más entre nosotros, el barrio se organizó muy bien, los jóvenes le prepararon una casa para que viviera con su familia, porque conseguimos traerla desde su país. Y se convirtió en un gran trabajador, y una familia muy querida en Puente Ladrillo. Tiene seis hijos, todos bien estructurados, y vive junto a su mujer, Cristina, en Bélgica, con uno de ellos, que es futbolista.

Resumiendo, lo que supone para un niño poder jugar, poder comer y poder dormir, que es como tener una familia. Eso fue la comunidad de Puente Ladrillo.

P.- El padre Antonio Romo, por lo que estamos escuchando, ha arriesgado mucho también.

R.- Creo que me he dejado guiar del buen corazón de las personas y de la fe. Estoy seguro de que ello me ha hecho feliz. Pues no sé si he arriesgado. Solo que he sido feliz como un niño. Antes hablabas de los niños, yo he ido actuando como un niño. Soñaba, creía, confiaba. Y para adelante, Dios dirá.

P.- ¿Qué opina de la sociedad actual?

R.- Existen muchos interrogantes, en sentido bueno y humano. Yo ya estoy sumido en mi día a día. Como dije al principio, son los últimos años de la vida. Pero estoy seguro de que Dios no nos abandona. Y aunque parezca que las dificultades están ahí, aún existe, y hay que pedir generosidad, entrega y compañerismo.

P.- ¿Hacia dónde caminamos?

R.- Caminamos hacia el caos, o hacia una luz de compañerismo.

P.- Finalmente, ¿existen dos iglesias?

R.- Es posible. Pero hay una humanidad que nos une, nos engloba, nos hace hermanos, nos hace hogar, familia. Como dicen ahora con esto del Sínodo, caminar juntos. Nos ayuda a caminar juntos.

Puente Ladrillo, el barrio de los ferroviarios y la solidaridad

 

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