Una de las esculturas de la ciudad de Salamanca que más levanta la curiosidad de los visitantes se encuentra en la plaza del Corrillo. Novedad por el hecho de que muy pocos son los que conocen al personaje que representa. La estatua de Agustín Casillas, inaugurada en 2017, agradece en esta ciudad de cultura y saberes que un poeta ocupe tan céntrico lugar de paso, no muy lejos del que ocupa fray Luis en el Patio de Escuelas, y cerca del que dispone el escritor gallego Torrente Ballester, sentado en el café Novelty. De esta forma, se recuperaba la presencia de quien desde décadas había ocupado ese céntrico y concurrido rincón de la ciudad del Tormes como un espacio dedicado a la poesía.
El hombre, ya entrado en edad, con dos metros de altura y casi un metro de ancho, esta obra, fundida en bronce, representa al poeta salmantino caminando en recuerdo a su habitual recorrido por la calle San Justo hacia la plaza del Corrillo, donde permanecía durante horas acompañado de sus poesías, al abrigo de la iglesia de San Martín. Casillas modeló a Adares con su característica barba, gorra visera a la cabeza, bufanda y el zurrón en el que guardaba sus poemas.
¿Y quién era el poeta Adares?
A ciencia cierta, no recuerdo los años que el poeta Adares estuvo en la plaza del Corrillo de Salamanca vendiendo sus pequeños libros de versos, pero debieron ser muchos, hiciera frío o calor. Teniendo en cuenta que nació en Anaya de Alba en 1923, yo lo conocí con algo más de cincuenta, cuando en mis años de bachiller vivía en una pensión para estudiantes, bien cerca, en la calle Meléndez, y desde entonces hasta su fallecimiento, hace 21 años, pocas veces faltó a su cita con las escaleras, los libros y El Corrillo.
Remigio González Martín, que así se llamaba, un emigrante retornado, tras años de duro trabajo en Francia, se sentaba en las escaleras del Corrillo, cercana a la Plaza Mayor, y de vez en cuando intercambiábamos algunas frases. Recuerdo que el primer encuentro con Adares fue durante una visita del paisano y amigo José-Miguel Ullán a Salamanca, allá por 1978, acompañados por Aníbal Núñez, cuando comíamos donde también paisano restaurante Venecia. Eran tiempos de bohemia poética, de tiempos de libertad, de incipientes movimientos y de respirar aire. Adares reposa en el cementerio de su pueblo natal, tras morir de manera repentina un frío 4 de febrero, donde da nombre al colegio público, no sabemos si con niños o no, lo cierto es que el nombre de Adares, en la blancuzca pared, aún persiste al tiempo.
Antes en vida, como ahora en bronce, siempre levantó la curiosidad de miles de turistas que pasaban por la plaza del Corrillo, en su camino desde la Plaza Mayor al conjunto catedralicio. Incluso, su imagen se hizo icónica en todo reportaje que se hiciera sobre la ciudad, sea de Japón, Francia, Argentina o México. No es menos cierto que vendía muchos libros, no sabemos si luego eran leídos, o se compraban como una cosa curiosa de la culta ciudad del Lazarillo y La Celestina. Fueron unos veinte libros, que editaba según se vendía la primera edición. Llegaba, instalaba su mesa, extendía sus libros y colocaba un cartel, 'POESÍA'. Fue, lo que él mismo calificó como 'cátedra de poesía'. Porque hablaba de poemas, pero también daba su particular visión de la vida. Con voz queda, fluía la conversación.
Era la imagen de la bohemia más castiza de la Salamanca 'eterna', hecha entre la ruralidad de su origen, la emigración y la 'cátedra de poesía' en uno de los rincones más emblemáticos de la ciudad universitaria.
Una ligera biografía
Remigio González Martín nació en 1923 en tierras del duque de Alba, concretamente en el ambiente rural de Anaya de Alba. La Guerra Civil española de 1936 le sorprendió con trece años en terreno nacional, de donde emigró en 1962, buscando mejores expectativas para su familia a Francia, donde su pasión por la poesía rompió y le cautivó definitivamente. La experiencia de la muerte y la miseria marcaría su obra dándole un tono "surrealista de hogaza", como lo definió una vez el poeta Aníbal Núñez en su prólogo a 'La Barrila'.
En los años 70 regresó a España, donde publicó su primer poemario 'Sangre Talada' (Málaga, 1977). Más tarde, asentado ya en la ciudad de Salamanca, empezó a editar y vender sus libros en la Plaza del Corrillo, a lo que dedicó con todo empeño y tesón el resto de su vida hasta el mismo día de su muerte.
A edad avanzada empezó Adares a padecer de Párkinson. Esta enfermedad no le impidió, sin embargo, asistir a su cita con la poesía. Ayudado por su esposa y por estudiantes que conoció desde su "Cátedra" pudo seguir publicando sus poemarios. Después de haber publicado más de treinta poemarios en solitario se interesaron varias editoriales por sus textos, entre los que destaca la antología poética 'Me atrevo a ser palabra' (1977-1996) Salamanca: Amarú, 1997. 109 p.) y varios libros sacados a la luz por la editorial J.M.Bernal (Col.Alba) de Madrid.
'Las coplas del cura de Galisancho'
Si alguna obra levantó mi curiosidad, más que otras sin desmerecer las más, fue 'Las coplas del cura de Galisancho', publicadas en 1980. Pueblo cercano a su natal Anaya de Alba. En las mimas detallaba de manera poética, bella, musical el crimen del cura y el ajusticiamiento de sus autores. Es que llamaba la atención la forma cómo las difundió. Con un toque de instrumento de música tradicional charra, recorría la ciudad recitándolas a ritmo de jota charra.
En este pueblo que cuento
pueblo de liebres carnívoras
acaeció que estos hechos
tienen ya fechas antiguas.
Y finalizaba:
Y aquí remato lo dicho
dicho así para el más majo
que el que la hace la paga
como ocurrió en Galisancho.