Solsticio de verano y San Juan: noche mágica y de brujas con rancio sabor a pueblo
La noche de San Juan, que coincide con el solsticio de verano, se viven historias mágicas, de 'ajumeos' y fuego. La hoguera purificadora que aún humea en muchos pueblos
23 junio, 2022 07:00Noticias relacionadas
A rondar hijos míos ahora que hay luna. Tiene la noche de San Juan, también el solsticio de verano, un carácter mágico, sobrenatural, con rancio sabor a épocas remotas que, a lo largo de los tiempos, ha originado una multiplicidad de ritos relacionados principalmente con el agua, el sol y el fuego, algunos de los cuales todavía perviven. La Iglesia cristianiza los ritos de los celtas en honor al sol. Por ejemplo, en la provincia de Salamanca, la tradición llega desde los celtas, de las tribus vetonas y vacceas que poblaron estas tierras y adoraban al sol hasta honrar al Bautista.
Llega el solsticio de verano. La noche en que los pueblos se disponen a rendir culto a la divinidad solar, el astro fundamental en el desarrollo de la vida, representado por el fuego. Cuando el resplandor de las hogueras ilumina la noche más corta del año ahuyentando los espíritus, cuando todo puede suceder. Es el homenaje oculto de una fiesta pagana que se remonta a miles de años atrás, cuando los hombres primitivos, adoradores de la naturaleza, se inclinaban ante el incomprensible para ellos poder del astro solar, que es fuente de vida.
Posteriormente, la Iglesia intenta su cristianización y pone tan señalada fecha del calendario bajo los auspicios de San Juan Bautista, que no es un Santo cualquiera, sino un personaje fundamental en la historia cristiana, ya que reconoció a Cristo y procede a su Bautismo. Como dice Julio Caro Baroja, "decir las fiestas del solsticio de verano, en vez de las de San Juan, es proceder un poco de ligero, puesto que el Bautista y el bautismo han dado al conjunto de todos aquellos ritos un hondo significado cristiano popular". De la misma forma que con la festividad de San Juan, seis meses atrás, el 24 de diciembre, coincide con el solsticio de invierno, fija la fecha del nacimiento de Jesús en Belén. Pero el 24 de junio es la noche en que arden las hogueras purificadoras, cuando la magia y los encantamientos se suceden en un pueblo y otro, acompañados de multitud de tradiciones de índole salutífera y variadas supersticiones que pueblan la vida cotidiana de los hombres y que recuerdan como historias de antaño los mayores de los pueblos.
En Castilla y León, el fuego, sin embargo, presenta una mayor carga simbólica, tradicionalmente relacionada con el seguro del alimento y la salud: hogueras, rescoldos y cenizas regeneraban cosechas y protegían de enfermedades. Por ello y por la antigua vinculación establecida entre el fuego y San Juan, muchas costumbres purificadoras y curativas se han mantenido en la noche que precede a su festividad.
Numerosas poblaciones de Castilla y León mantienen hogueras y luminarias en dicha noche, salen a los campos cercanos a recoger plantas de olor o medicinales para sus ‘zajumerios’ (sahumerios) y enramadas, y realizan fiestas musicales llamadas ‘verbenas’, nombre de una de las hierbas más buscadas para hacer infusiones o bebedizos. Probablemente por haber vivido en contacto con la naturaleza, a San Juan no sólo se le relacionó con el fuego, sino también con el agua, el aire y la tierra, es decir, con los cuatro elementos del universo. Vayamos por provincias recogiendo, a modo de síntesis por su amplitud, sus principales ritos y costumbres.
El ‘ajumeo’ y la enramada por la noche se pierden con los nuevos tiempos
En la provincia de Salamanca, la tradición llega desde los celtas, de las tribus vetonas y vacceas que poblaron estas tierras y adoraban al sol. Hay que tener presente que la cristianización de la provincia de Salamanca se remonta a los siglos XII y XIII, cuando llegaron los repobladores leoneses al amparo de la Reconquista. Cabeza de Framontanos, anexo a Villarino de los Aires, como algunos otros tales como Zafrón, otra pedanía de Ledesma, aún guardan en su rincón de la historia y el recuerdo la celebración de hogueras la noche de San Juan que, por suerte, vuelve a extenderse por muchos otros pueblos como Villamayor, San Esteban de la Sierra o la propia capital charra. También son fiestas, con diversas características, en Navasfrías, Robleda e Hinojosa de Duero -donde se ‘echa’ la bandera el día del Santo en un acto único e histórico que debe declararse Fiesta de Interés Turístico Regional-.
En las ciudades de Burgos y Segovia se celebran las fiestas de San Juan, San Pedro y San Pablo, las fiestas mayores. También se encienden varias hogueras de San Juan. En la provincia leonesa está muy arraigada a la leyenda de la Encantada, en León también conocida como la Xana, especialmente en las zonas de su montaña. En multitud de poblaciones de su provincia la noche rinde honor a esta y otras leyendas, como la Noche Mágica de Balboa.
En Zamora, donde se celebran las Fiestas de San Pedro con la Feria del Ajo y la Feria de la Cerámica y Alfarería Popular y diversas actividades en la capital, merece destacarse la Enramada de Toro, que muy bien nos ha explicado, para su recuperación definitiva, Mario González. La enramada es una antigua tradición de galanes que consiste en que los mozos del pueblo rondaban a las mozas que les gustaban o aquellas a las que le tenían simpatía, y colocaban ramas de cerezo, o guindo, con diferentes significados en los balcones, ventanas, puertas y muros de sus casas. Nos cuenta Mario que si entre la enramada se incluían ramas de olivo “la quiero pero no la olvido”, si la rama era de chopo de río “te quiero pero te quiero poco”, si era de castaño "te quiero pero te engaño', si por el contrario era de laurel “te quiero para volver”. Si el mozo colgaba una calabaza, cardos o cencerros, es que la moza prefería a otro y “le daba calabazas”. Además, estas enramadas iban adornadas también con cintas o ramos de flores, que si permanecían en las ventanas desde el día de San Juan hasta San Pedro (dice la copla, de San Juan a San Pedro van cinco días, que los pasan los mozos con alegría), es que la relación era bien vista por la familia de la moza. Por la noche se recorrían las calles del pueblo acompañados por la rondalla. Entre jotas, coplas, exquisitos dulces y licores elaborados de forma artesana por los habitantes, se pasaba el rato hasta el amanecer cuando se cantaba el estribillo (a coger el trébol, el trébol, el trébol, a coger el trébol en la noche de San Juan).
En Valladolid tiene gran tradición la noche de San Juan, siendo celebrada en su mayoría en la playa de las Moreras, donde se reúne la gente en torno a las hogueras y arrojan a ellas sus deseos anotados en un papel. La celebración se ameniza con conciertos y casetas gastronómicas.
Paso del Fuego y Fiesta de Las Móndidas
San Pedro Manrique (Soria) mantiene viva la tradición del Paso de Fuego, la cual es difícil de ubicar en la historia pues los primeros escritos están fechados a comienzos del siglo XX. Los lugareños atraviesan descalzos las brasas originadas por una gran hoguera en honor de las promesas realizadas a la Virgen de la Peña. El rito se celebra la noche de San Juan y tiene lugar en la plaza anexa a la ermita de la Virgen. La hoguera es una pira cuadrada de madera de roble, que se prende sobre las diez de la noche, una hora y media más tarde las ascuas se esparcen formando una alfombra sobre la que pasarán los nativos, porque son los únicos que no se queman, solos o con alguien a cuestas, como lo hacen cada año desde tiempo inmemorial. Esta fiesta está declarada de Interés Turístico Nacional. Con el sonido del clarín los pasadores atraviesan las brasas, tantos como quieran siempre y cuando hayan nacido en el pueblo. Los tres primeros pasan el fuego con las móndidas a la espalda, algo que podrá hacer el resto con otras mujeres, niños u hombres.
A la mañana siguiente, Día de las Móndidas, las tres jóvenes se engalanan con elegantes vestidos blancos, mantones de Manila, joyas y amuletos y un curioso sombrero, el cestaño, que no es más que un cesto adornado con flores, una torta de pan y unas varitas de harina bañadas con azafrán conocidas como ‘arbujuelos’. Mientras ellas se visten, un jinete montado a caballo y con traje de gala recorrerá las murallas y las calles del municipio simulando expulsar de la villa a judíos y forasteros. Cuando las móndidas han recogido el cestaño se dirigirán en compañía de los vecinos y autoridades a la Plaza de la Cosa para contemplar la Caballeda. Una carrera de caballos en la que se monta a pelo y donde el vencedor será premiado con roscas idénticas a las que llevan las móndidas dentro de sus cestaños. A media mañana se celebra la misa en honor de la Virgen de la Peña a la que las móndidas entregan los arbujuelos. Luego todos se dirigen a la plaza para tomar el remojón, vino tinto con azúcar y pan, a la par que los quintos levantan el mayo. Frente al Ayuntamiento, las móndidas lanzarán unos versos para, tras el baile de las jotas y otras danzas, dar por concluida la fiesta.
A rondar hijos míos ahora que hay luna
A eso de la medianoche, la Plaza se llena de vecinos que son convocados con el toque del reloj y el sonido de la gaita y el tamboril que recorre las calles del pueblo. El viajero, que ha repuesto fuerzas con una fuerte cena donde Encarna la Posá –sopas de ajo, un buen trozo de tocino, costillas adobadas, un pieza de manzana, hogaza y un recio vino–, observa en el centro de la Plaza una montonera de arbustos, algunos de los cuales desconoce –cañas de San Juan y senserina–, alrededor de la que decenas de vecinos esperan el momento en que el alcalde encienda la hoguera.
Cuando el reloj del Ayuntamiento da las doce de la noche, el humo que provocan las cañas comienza a invadir todos los rincones. El olor a tomillo impregna los cuerpos y el aire. Es el momento preciso para conjurar los espíritus y ahuyentar a las brujas que, no muy lejos de allí, celebran su particular fiesta. Los primeros en saltar estos zajumerios, envueltos en un humo espeso, son los mozos, a los que siguen los más pequeños y, así, hasta que llega el turno a las mujeres que levantándose las sayas y dejando al aire las enaguas, también intentan evitar el conjuro. Y al saltar sobre la hoguera, como es de rigor, los vecinos recitan una cantinela a modo de fórmula mágica:
Por aquí pasó San Juan, yo no lo vi, sarna en ti, salú en mí.
Las notas de la gaita y el tamboril arrecian su ritmo de pasacalles. En este momento, se abren las casas para que en ellas penetre la virtud benefactora del humo. En la Plaza, todos los presentes danzan, brincan y cantan al juego del corro asidos de la mano alrededor de las brasas de la hoguera.
Mozos y mozas, hombres y mujeres, abuelos y abuelas, niños y jóvenes, forman un inmenso grupo que integra la ronda. El tío Chicharro, Juan del Corral, Gabino y Camarolo abren la marcha con sus gaitas y tamboriles; tras ellos, Félix Roquito redobla sus castañuelas, Juanjo saca dulces notas de su acordeón, la Marchena y las Cherivas marcan pautas musicales con el almirez, y detrás el gran grupo que rasca botellas de anís, repica en sartenes, melodía con tapaderas, toca panderos y panderetas, bate palmas y canta la ronda de San Juan que levanta de sus camas a los enfermos, provoca una sonrisa en las viudas y rememora dulces recuerdos en Zacarías, que pasa bajo sábanas blancas su primera noche de miel.
De San Juan a San Pedro van cinco días, que los pasan los mozos con alegría, con alegría.
La ronda sigue su marcha hasta que, llegados a la calle Valladrones, las hermanas Inés y Agustina ofrecen a los rondadores dulces, chochos y un exquisito vino blanco con cierto saborcillo dulzón que enerva la alegría del caminante, integrado en el grupo, y en muchos pasajes absortos de una peculiar diversión popular y entrañable, donde la amistad y el respeto reinan sobre otros decires. La moza que asoma al balcón muestra una tímida sonrisa que desciende hasta la vista de su pretendiente.
Me pusiste el ramo, Dios te lo pague. Me rompiste más tejas que el ramo vale.
El cortejo sigue por el barrio de Las Flores hasta que llega a la plaza del Castillo, donde Asun ofrece perrunillas, aceitunas y un trago de aguardiente. Cuando el grupo llega a la Plaza, muchos vecinos han abandonado la ronda. Los más jóvenes siguen su particular fiesta.
A coger el trébole, el trébole, el trébole. A coger el trébole los mis amores van.
En el momento en que entonan esta coplilla, los mozos se difuminan por los diversos rincones del pueblo para poner el ramo a la moza de sus amores que, en vela, observa entre visillos la llegada de su querido galán. Y se finaliza la noche con el conjuro local:
Sin Dios y sin Santa María/ Por la chimenea arriba/, Por entre nogales/ Por baju de zarzales/ A los arenales de Sevilla.
Llega la gran cantidad de fiestas que conforman el estío
Aunque todo el ritual festivo recula empujado por los nuevos tiempos y las nuevas costumbres, no está de más recordar aquellas noches del solsticio de verano, esa fecha, 23 de junio, en que arden las hogueras. Porque el año, con sus estaciones marcadas por el sol y la luna, sirve para establecer un orden natural de las cosas. Es el inicio de una etapa de alegría que fija el comienzo de los meses estivales, de honda significación, de indudable simbolismo y de unión, pero también de transformación, como indica Juan Francisco Blanco. Es la noche que abre la puerta a la recolección y a la vida.
Llega el solsticio de verano y de la mano también la gran cantidad de fiestas que conforman el estío. Siguiendo el hilo de María Ángeles Sánchez, "el fuego (por San Juan), el mar (San Pedro y la Virgen del Carmen, patronos de marineros y pescadores), y la noche (a su sombra, cualquier gesto adquiere una nueva dimensión) son algunos de sus ritos y escenarios". Raro es el pueblo, por pequeño que sea, que no organice en este tiempo una celebración. Se festeja al Santo Patrón, a la Virgen, a Cristo, a la finalización de los trabajos de la siega, a la buena cosecha y a otros varios motivos para dar paso al tiempo festivo.
Llega el verano, en la mañana luminosa suena un cohete en el cielo que rompe el silencio. A lo lejos se oye el sonido de la gaita, el tamboril o la dulzaina, que abren el cortejo de las viejas tradiciones, del recuerdo por aquellas que no existen y por estas otras que siguen entre nosotros, que se transfiguran en fuego, luz, música, color, alegría y las calles son tomadas por cabezudos, carrozas, danzantes, toros y procesiones floreadas. Es el sabor inconfundible de la raíz más ancestral, es el tacto con la vida, el aroma de la placidez y la dulzura del descanso más merecido.