Julio Robles, el mito que nunca terminó de marcharse
Aficionados, políticos y público en general recuerdan esta jornada de enero, como hacen todos los años, el fallecimiento del matador de toros Julio Robles, el 14 de enero de 2001
14 enero, 2023 07:00Noticias relacionadas
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Cada mediados de enero, Salamanca recuerda al torero de la personalidad, mucha personalidad, y del pellizco, al amigo -gracias a Paco Cañamero que fue quien me introdujo en su mundo- del que pudimos disfrutar, hasta aquel fatídico domingo de invierno, allá a media tarde, del 14 de enero de 2001. Hace ya 22 años que se marchó Julio Robles, el hombre, pero no el mito, que nunca se fue.
Cada mediados de enero -como hoy-, políticos de un color y otro, aficionados, amigos, compañeros y otras gentes que van a ver qué hay por allí, se acercan a su Glorieta para recordar a una figura del toreo, que era de verdad lo que todo el mundo veía en Robles. Todos los aficionados sabían quién era ese maestro charro, nacido en las tierras santas de Fontiveros, pero amamantado, hecho, curtido y venerado en La Fuente de San Esteban, por donde paseaba su amistad con otro matador ejemplar, ya ido también, Juan José, y compartía con amigos sus ratos de ocio: Paco Pallarés y Paco Cañamero, con quien tuve la desgracia y el privilegio, a la vez, de vivir y llorar los últimos momentos del hombre en la tierra, hasta que, allá por Ahigal de los Aceiteros, donde fue alcalde en tiempos de UCD, recibió sepultura. "Despacio, hombre, que el maestro toreaba muy despacio y con mucho temple", se escuchó decir a Ortega Cano, que llegó del brazo de su Rocío Jurado, cuando el ataúd entraba en la tumba.
Aunque Julio Robles sea un mito en las lides del toro, nunca fue ni es un personaje ficticio. Fue, y es ante todo, un mítico artista que aglutinaba variadas personalidades de un profundo calado de emociones y pasiones. Fue, en el buen sentido de la palabra, un entrañable vividor, que vivía y dejaba vivir. Amigo de sus amigos, con sus manías y verdades. Sincero y recto. Era un personaje siempre estimado al que se le atribuyen grandes cualidades desarrolladas en los ruedos, y a las que otros compañeros de su época nunca llegaron.
Si como torero ofreció inmensas clases de tauromaquia, desarrolladas en las primeras plazas de España, Francia y América, también lo hizo de hombre, de hombría ya postrado en su inseparable silla de ruedas, "el carrito" gustaba llamar, sus guantes abiertos y su mantita, con Limo de conductor de vida y alma y Lisardo Tabernero, el que cuidaba de su finca. Porque Julio, ya quebrado cazó y también toreó y, en cada ocasión, daba bocanadas de vida.
Si la caza, otra de sus grandes pasiones, la hizo atado el brazo izquierdo a una tablilla que lo extendía para sujetar el rifle, apretando el gatillo con el dedo pulgar de la mano derecha, que era el que mejor movía, logró matar dos venados. Y torear, toreó porque siempre fue torero. Y eso lo consiguió en la casa de Enrique Ponce, yerno de su eterno apoderado y amigo y hermano Victoriano Valencia, en una fiesta de fin de temporada. Ponce le cortó una muleta, para que pesara menos, y le ataron el estaquillador al brazo. Limo empujaba la silla, citó a la vaca y Julio le dio un muletazo. Al momento, Julio, lanzado, le dijo a Limo: "¡Venga Limo, crúzate con la vaca hombre! echa más para acá el carrito que la tengo que provocar". La vaca se arrancó y le pegó un natural, le dejó la muleta en la cara y como no se venía, se incorporó un poco en la silla y le dio un pase de pecho. Aplausos, llantos de alegría y emoción y, ¡cómo no! vuelta al ruedo de la plaza de tientas. La última no, que fue en la Plaza Mayor de Salamanca en cuerpo presente.
Eso era Julio Robles
Eso era Julio Robles. El hombre del buen consejo siempre, ¿verdad Paquito?, que lo mismo te felicitaba que te echaba una bronca. Un hombre bueno cuyo infortunio en Béziers truncó el camino al altar de la consagración como uno de los grandes. Estaba en plena madurez, porque Julio se fue madurando como una obra de arte en manos del artista, con 37 años que alcanzaba su plenitud.
No vamos a hacer biografía de sus grandes éxitos en las plazas, eso ya está en las estadísticas de las hemerotecas y la historia del toreo. Sí recordar, aún con pena, aquella tarde negra y triste del 13 de agosto de 1990, en la plaza francesa de Béziers, cuando toreaba de capote -la figura perfecta, el pincel-, al toro 'Timador', de Cayetano Muñoz, cuando vino la voltereta de la que salió roto el hombre y nació el mito. El toro nos timó al torero, al maestro, al artista, pero nos dejó al hombre, a la hombría y al ejemplo de tirar para adelante y, ante todo, ser feliz con lo que el destino nos depare.
Porque Julio volvió al mundo, tras el suplicio de la recuperación, y encontró motivos para vivir, para tirar para adelante, y volvió a los toros en su silla de ruedas. Regresó al campo, a su ganadería, a los tentaderos disfrutando con los torerillos de la Escuela de Salamanca que tan bien dirigía su amigo Juan José. Porque Julio fue torero en los ruedos mientras toreó, pero vivió como torero hasta que la Parca se lo llevó una fría tarde de domingo de mediados de enero.
El final, desde una redacción
Recuerda fehacientemente Paco Cañamero en su libro 'Julio Robles ¡Torero!' cómo fueron, periodísticamente, los días finales de la vida de Robles. Recuerda Paco que semanas anteriores a su fallecimiento, el torero había estado ingresado en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, debido a unos problemas respiratorios.
La tarde del sábado 13 de enero de 2001, soleada y de agradable temperatura, Cañamero recibe una llamada a su móvil, se encontraba de tentadero con Luguillano en la finca del Puerto de San Lorenzo en Cáceres, de Limo: "Julio se encuentra muy grave... El doctor Angoso lo va a operar de urgencia en la Santísima Trinidad, porque tiene perforación de colon. La cornada es muy seria Paquito".
Paco se pone en contacto conmigo, que estoy en la redacción de Tribuna de Salamanca, para que llamara a Limo y pudiéramos ofrecer al día siguiente una infomación cercana, veraz y objetiva. Como así sucedió.
Ese domingo, ya por la tarde, y todo el equipo preparado y con la información también lista, ante lo que pudiera ocurrir, como así aconteció, a las cinco y diez de la tarde. A esa fatídica hora, Cañamero recibe la llamada del inseparable Limo que anunciaba el fallecimiento de Julio Robles. Fue una tarde dura, muy dura, "un trabajo que nunca me hubiera gustado hacer, donde hubo que hincar el codo y llorar", recuerda Paco.
Al finalizar el trabajo, y cerrada la edición del lunes, con la portada de luto por la muerte de Robles, Cañamero y quien escribe nos fuimos al Salón de Recepciones del Ayuntamiento de Salamanca, dada su condición de Medalla de Oro de la Ciudad de Salamanca desde 1992, donde reposaba el féretro de Julio Robles por orden del alcalde de entonces, Julián Lanzarote, cubierto por su capote de paseo. Se daba la circunstancia de que era la primera vez que este insigne salón acogía una capilla ardiente... Desfile de vecinos, amigos, toreros, gentes del toro, ganaderos, políticos... y al mediodía, en los Dominicos, la iglesia de los toreros, tuvo lugar el funeral y el último adiós hasta Ahigal de los Aceiteros.
Como epílogo, aunque no es serio soñar que sueñas, como escribía Eugenio de Ávila en el epílogo del libro, con otros que no son nada. "Si alguien me sueña, que me sueñe ciprés mañana, árbol que otorgue sombra a un querubín de grana y oro que nos hizo creer cuando no creíamos en nada". Es la emoción, que aún nos queda, de los grandes momentos vividos, ay!