La vida en la sociedad actual, con todo tipo de adelantos, nada tiene que ver con la subsistencia de los ancestros. Es el caso de la conservación de los alimentos. Hoy, es suficiente abrir un frigorífico en pleno calor veraniego o, incluso, encender el horno en pleno invierno. Antaño, la naturaleza, tal como venía, obligaba a los humanos a hacer uso de la imaginación para subsistir y, en esa subsistencia, la conservación de los alimentos durante todo el año. Y, de esta manera, surgieron los pozos de nieve. Es que, hasta hace bien poco, la nieve se almacenaba en depósitos subterráneos, al abrigo del sol y de las calores, para almacenar los alimentos e, incluso, con fines medicinales. Algunos de esos monumentos subterráneos han llegado hasta nuestros días, como ha sido en la ciudad de Salamanca, y en municipios como Alba de Tormes, que conserva el único vestigio en pie, pero también hubo en Cantalapiedra, Peñaranda de Bracamonte, Ledesma, la Peña de Francia, El Payo y fincas privadas del Campo Charro.
Remontándonos en el tiempo, la nieve siempre ha sido una herramienta caída del cielo para la conservación de alimentos perecederos. Pero fueron los árabes quienes implantaron en Iberia la conservación de los alimentos durante todo el año gracias a la nieve acumulada en lo que se comenzó a llamar pozos de la nieve. No son más que excavaciones en la roca o en el suelo, en buena parte construidas con adobes o ladrillos, de forma circular. Además, contaban con un desaguadero donde se evacuaba el agua procedente de la fusión de la nieve.
Se aprovechaba todo. Tanto es así que alrededor se fabricaban balsas artificiales que recogieran el carámbano de las heladas. Y es que a partir del siglo XVI la nieve se convierte en elemento de lujo que proporcionaba suculentos ingresos a la Hacienda Real con la recaudación de impuestos. Estaban construidas en las zonas con mayor sombra de cada lugar, adosados a los muros de emitas, conventos y colegios o en su interior.
Ya en el siglo XIX, los pozos de la nieve comienzan a transformarse en fábricas de hielo, dejando en el abandono las antiguas construcciones de ladrillo. De hecho, en la provincia charra ya sólo se conserva el de Alba de Tormes, construido en el siglo XVIII y perteneciente a la Cofradía de las Benditas Ánimas de la parroquia de San Juan.
Cabe preguntarse cómo funcionan estos pozos de nieve. El proceso era sencillo. En primer lugar, los llamados neveros o boleros recogían el material durante el invierno, aprovechando las nevadas, o trayéndola en cántaros de barro protegidos por helechos desde la sierra. Una vez en el pozo, se aislaban las paredes con paja, alternándola con capas de nieve que se apelmazaban con mazos o se pisaban con sacos. Cuando se precisaba su venta, se iba aprovechando cada una de las capas de nieve entrelazadas con paja y tablas que la aislaban del calor hasta el verano.
Lugar de visita en la ciudad de Salamanca
Salamanca es una de las ciudades de turismo de interior más importante de España. Debido a ello, las visitas a la ciudad del Tormes ofrecen una variedad de monumentos como Patrimonio de la Humanidad y, ello, implica descubrir una oferta oculta y, en este caso, en el subsuelo.
De esta oferta oculta destaca el conocido Pozo de las Nieves de Salamanca, que fue construido en el siglo XVIII, convirtiéndose en una construcción histórica de indudable atractivo y centro de unas visitas cada vez mayores, tanto por su estado de conservación como por las historias que encierra en sud más de 400 años de existencia. Es llamado el 'Escorial Salmantino', con sus más de siete metros de profundidad se convierte en toda un asombrosa estructura excavada en la tierra.
La principal característica es que se asienta sobre una bóveda de pizarra, en la que antiguamente, en tiempos de calor, se almacenaba y conservaba la nieve que llegaba de las Sierras de Salamanca para convertirla en hielo, que era aprovechado para conservar alimentos, confeccionar helados y como remedio terapéutico. Además, este hielo también estaba a la venta para los salmantinos hasta que se construyó la fábrica de hielo, que se ubicaba donde tiene su sede la Filmoteca de Castilla y León.
Este viaje por las entrañas de la ciudad, que comienza con una visita a un pozo de siete metros de profundidad que está cubierto por la cubierta pizarrosa, se puede conocer parte de la muralla medieval, o las caballerizas y tenadas del convento que allí se ubicaba, y, además, las galerías subterráneas que son todo un misterio. Los misterios de la ciudad de Salamanca.