Después de un año en España, Mohamma habla un tímido español. Tímido, como reconoce ser su forma de ser, pero más que suficiente para trasladar todo lo que piensa, aunque todavía alguna palabra se atasque en el tintero. Para su mujer, Atefeh, por el contrario, el idioma aún es una barrera algo más alta por derribar. Aunque recibe con una sonrisa, mientras desacomoda a su hija, Esther, del carrito en el que descansaba para ponerse delante del objetivo y hacerse un retrato de familia.
Mohamma y Atefeh pertenecían a la minoría religiosa del cristianismo en Irán, su país natal. En el caso del primero, lo hacía en el seno de una familia musulmana, mientras que la familia de ella sí que era de tradición cristiana. Costumbres diferentes, pero en un mismo país donde la política y la religión hacen de su realidad social un lugar complicado para vivir fuera de los límites impuestos.
El matrimonio abandonó su país en 2015, tras sufrir presión policial y rechazo de su familia. Mohamma recuerda a Ical como cuando tenía 20 años, una edad que para su país es “ser un niño”, su familia le echó de casa. “Mi madre me dijo que estaba sucio, que no querían vivir conmigo porque soy cristiano”, explica, lo que le hizo comenzar una vida él solo hasta que se casó. Con entereza, reconoce “estar más fuerte que la gente normal”, ante una situación que, tras los años, para él no se ha hecho difícil, decidiendo imponer su fe a la vida en su país.
Sin embargo, la situación de su mujer es totalmente contraria. “Para mí no es difícil, para ella sí. Le encanta su padre, cada noche que puede habla con su familia”, señala con cierto pesar un hombre que hace 15 años que no habla con su madre, cuyo padre falleció, y que tiene un hermano y una hermana con los que tampoco guardan relación.
En un país donde las minorías religiosas no comulgan con el régimen de los ayatolás, la persecución es continua hacia ellos. Es el caso de la familia de Atefeh, donde las trabas hacia su hermana son constantes la hora de intentar conseguir un título universitario. Ella misma corrió menos suerte, al ser una de las ciudadanas que sufrió la represión del régimen durante dos semanas en prisión. Un reclutamiento donde, su marido explica el maltrato que sufrió por parte de los guardias. “Durante ese tiempo le daban patadas y se caía al suelo”, narra, hablando de unas lesiones que le han causado problemas permanentes en la espalda y también en un oído.
Turquía fue el primer destino de esta familia tras cruzar la frontera de su país. Sin permisos ni seguridad social, Mohamma echa la vista atrás y recuerda que “fue muy difícil” y que sobrevivieron gracias a trabajos en cadena “de lo que podía”: pintor, soldador, fontanero… Pero fue allí, después de ocho años, donde una organización de refugiados les abrió las puertas a venir a España, y convirtió a Salamanca en su nuevo hogar y en el lugar donde nació su hija, Esther.
Programa de atención a refugiados
El matrimonio de Mohamma y Atefeh es uno de los casos de refugiados atendidos desde el programa de acogida de Cruz Roja, financiado por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y migraciones. Durante este año, 161 personas pudieron beneficiarse de estas ayudas en Salamanca, un total de 72 unidades familiares, mayoritariamente procedentes de Ucrania, Venezuela y Colombia, según los datos trasladados por la responsable del proyecto de atención a inmigrantes y refugiados, Montserrat Hernández. Además, continúan atendiendo a familias de Oriente Medio, Irán, Siria u otras nacionalidades como la India, El Salvador, Honduras, Senegal o Marruecos, “casos que ya no tienen que ver tanto con una situación global a nivel de casos particulares de persecución”.
Desde Cruz Roja articulan con estas familias solicitantes de protección internacional “itinerarios de inserción social y laboral”. Unas labores que van desde la cobertura de necesidades básicas desde el primer momento de atención hasta la situación emocional, con el objetivo de “intentar fortalecer el bienestar personal”.
“No olvidemos que, sobre todo, en el caso de las familias refugiadas o solicitantes de protección internacional vienen de historias de persecución, donde su vida ha estado en peligro”, explica Hernández. Situaciones que han afectado “a nivel emocional”, y que desde Cruz Roja atienden “de manera inmediata”, después del asesoramiento jurídico que implica la solicitud de protección internacional en España y el seguimiento del expediente hasta que, finalmente, obtengan una resolución en cualquiera de las posibilidades que ofrece el sistema.
El desarrollo de las competencias, desarrollar sus vidas con plenitud “o al menos como lo hacían en sus países de origen antes de que esas situaciones les forzaran a huir” es otro de los objetivos principales que trabajan en el programa. Desde el aprendizaje del idioma, la escolarización de los niños o los itinerarios de orientación y formación orientadas al empleo, hasta la vida en comunidad o en sociedad o la participación ciudadana. “Entendemos que nuestra presencia es importante, sobre todo en las primeras etapas”, continúa Hernández, quien explica dos etapas distinguidas en el desarrollo: la primera, de acogida temporal, y la segunda de autonomía. En definitiva, lo que pretenden desde la organización es “de alguna manera, normalizar el hecho de que son personas, y como personas tienen necesidades similares a las tuyas o las mías”.
Mohamma y Atefeh posan junto a su hija delante de la iniciativa simbólica que ha llevado a cabo Cruz Roja en Salamanca con motivo del Día del Refugiado, celebrado el pasado 20 de junio. Un mural en el que reflejan “las dificultades a las que las familias se enfrentan cuando su vida se rompe, que son diferentes en cada caso porque cada historia es única”, detalla Hernández. Caminos que se unen hasta recuperar “la vida normal” en otro país, saltando obstáculos, interferencias, en un recorrido “largo en el que a veces te falla la esperanza o que, a veces, sientes que no hay salida”.
“Lo que intentamos transmitirles es que siempre la hay, que lo importante es ir a un ritmo que puedas mantenerte avanzando, tratar de escuchar toda la información que hay en el ambiente para que puedas tener las referencias que te permitan saber por dónde seguir”, matiza. Un camino en el que la familia de Mohamma y Atefeh se encuentra en pleno proceso. Ahora, él lleva mes y medio trabajando en una empresa de paneles, mientras ella se encarga del peso de la crianza de su hija de nueve meses, en un lugar lejos de casa donde no cuentan con la ayuda de ningún familiar.
La familia eligió profesar su fe en libertad. En Salamanca han encontrado un lugar para hacerlo, y practican el cristianismo evangélico en una iglesia de Santa Marta. También se sorprenden con la ayuda recibida. “Es muy diferente para nosotros, una cultura diferente, en Turquía no nos ayudaban nada. Hay mucha gente aquí que no ve estas pequeñas cosas, pero estas pequeñas cosas para nosotros son muy grandes”, agradece Mohamma, en un nuevo camino en el que, mirando en perspectiva, solo se plantea volver a su país para viajar, no para vivir, y únicamente cuando su gobierno sea diferente.