Mujeres casadas con Cristo, con una entrega total y absoluta hacia él, y que siguen los pasos de las primeras féminas que caminaron junto a Jesús, pero con una vida totalmente integrada en la sociedad. Son las vírgenes consagradas, el Ordo Virginum, una de las primeras formas de la vida consagrada femenina en la Iglesia y cuyo origen se remonta a los inicios del cristianismo.
Alrededor de 250 mujeres forman parte de este orden en España, cuya cifra asciende hasta 5.000 en el resto del mundo. Un modo de vida desconocido, tanto dentro como fuera de la Iglesia católica, pero que está en auge y cada año cuenta con más adeptas que abarcan un rango de edad muy amplio y que, en esencia, buscan ser ellas mismas, con entrega y vocación hacia su fe y los demás en un camino que les permite vivir una vida independiente pero muy ligada a su religión.
Durante esta semana y hasta el domingo 20 de agosto, 61 de estas vírgenes consagradas procedentes de casi una veintena de diócesis de España se dan cita en Salamanca para compartir sus creencias en la XXXI edición de este Encuentro Nacional que repiten cada año en una sede diferente.
Las vírgenes consagradas son mujeres que ni son monjas ni pertenecen a ninguna comunidad religiosa, aunque vivan completamente al servicio de Dios, pero de manera individual. Para poder formar parte de este orden, se requiere la castidad y no haber contraído nupcias, además de cierta madurez y poder ser autónoma económicamente, ya que no dependen de la Iglesia. Y, más allá de la virginidad física, también es fundamental el concepto de “corazón indiviso”.
“Este concepto de virginidad es más difícil de evaluar que el otro, pero a la larga tú sabes cuándo has entregado tu corazón o no, y el que está acompañando también”, explica a la Agencia Ical Almudena Pérez, profesora de educación especial y virgen consagrada perteneciente a la Diócesis de Alcalá de Henares. Pérez acude a este encuentro anual consciente de que “nosotras somos independientes, pero no autistas, y nos necesitamos las unas a las otras” en este momento de fraternidad y de compartir vocación, dentro de un orden que pasa desapercibido ante los ojos de la sociedad en la que se encuentran plenamente integradas.
A diferencia de las religiosas, las vírgenes seglares no hacen votos. Su camino a seguir es muy parecido, pero a la vez diferentes, pues es el obispo quien las ofrece a la Iglesia y las sacraliza para ser “mujeres santas en el medio del mundo”.
Un camino difícil
Elisa Heredia tiene 35 años, es educadora infantil y fue consagrada hace poco más de un año. “Desde mi adolescencia me sentí llamada a la virginidad consagrada, pero no conocía ninguna forma de vida que coincidiera exactamente con lo que yo deseaba realizar”, señala. Esta dificultad de encontrar un camino en el que compaginar su fe con la vida diaria se plantea en muchas de las pertenecientes a este orden. En el caso de Heredia, se suma el haber nacido en el seno de una familia no creyente pero donde la han “respetado y acompañado” en todo el proceso. Fue durante el tiempo de confinamiento cuando pudo pasar muchas horas encerrada en su parroquia y su “enamoramiento llegó al punto más alto de mis posibilidades humanas, y fue cuando un impulso del Espíritu Santo me hizo ir a hablar con mi pastor”. Y él dedujo que su lugar estaba dentro del Ordo Virginum.
Los párrocos o los obispos son, en muchas ocasiones, quienes guían a estas vírgenes hacia su consagración. En otras, como María Pérez, profesora perteneciente a la Diócesis de Navarra, conoció la existencia del orden en el catecismo, mientras que Margarita Martín, la primera virgen seglar de Salamanca que trabaja en el Secretariado Trinitario, tuvo que abrir camino tras tres años de recorrido ante el desconocimiento de esta figura hasta conseguir su consagración en 1998. Ahora, Salamanca cuenta con tres mujeres en este orden, además de una aspirante, Mary Muschami, de 38 años y estudiante de auxiliar de enfermería, quien, tras pertenecer a otra congregación, ha encontrado aquí su camino para servir a los demás.
“La virginidad consagrada es vivir la radicalidad del Evangelio, es dejarlo todo por Cristo para seguirle”, narra Heredia al tratar de definir su modo de vida. Son mujeres, según Margarita Martín, con “mucha pasión en el corazón y búsqueda verdadera del Señor”. “Entonces es Él el que sale a tu encuentro, con tu pequeñez y su ansia de Él con su misericordia”, continúa, hasta llegar al momento en el que se produce “el abrazo de los dos, porque esa consagración es el te quiero de Dios”, relata con pasión. Hasta llegar a este momento, señala, “se sufre mucho”. En muchas ocasiones, debido a la falta de apoyo por el desconocimiento de la figura de estas vírgenes seglares.
Esponsalidad con Cristo en una vida integrada en la sociedad
“Lo característico de nuestra vocación es la esponsalidad con Cristo”, incide Almudena Pérez. “Al no ser una institución sino un ordo virgen, que va un poco más allá, nuestro primer lugar de evangelización es nuestro trabajo, porque nosotras estamos insertas en el mundo”, afirma. Después, si sus capacidades, actitud y disponibilidad lo permiten, pueden delegar en ellas una misión pastoral. Algo que considera “secundario”, ya que su esencia reside “en ser nosotras mismas”, en una entrega y vocación hacia los demás. “Vivimos lo que estamos llamadas todas a vivir y a la vez es una luz en el mundo”, argumenta.
El Ordo Virginum tiene una relación muy estrecha con los obispos de cada diócesis, aunque no en todas existen mujeres pertenecientes a esta congregación. Las que sí lo tienen, cuentan con personas decididas a participar en su iglesia, su parroquia y a servir a la sociedad y a Dios dentro del mundo en el que vivimos. “Tenemos la expresión de la madre Iglesia, tenemos que ser la esencia de una madre, esposa e imagen de la Virgen María, lo que nos permite una disponibilidad muy grande porque nos permite evangelizar en cualquier ambiente”, señala Pérez.
Conscientes del desconocimiento de su forma de vida, estas mujeres abogan por “no hacer propaganda, sino ser nosotras mismas”, formando parte de su “peculiaridad”. Más allá de la castidad, indicada en este Ordo Virginum, las vírgenes consagradas reivindican una vida normal, donde poder dedicarse a sus pasiones y crecer laboralmente, mientras que, a su vez, sirven a su diócesis, casadas con Cristo, como reflejan las alianzas en su dedo índice.