Con el paso del tiempo, la comarca de Ciudad Rodrigo ha sufrido una progresiva desaparición –completa en muchos de los casos– de determinados oficios artesanos, como los relacionados con el lino, la lana y los tejidos, la piel, el cuero –bordadoras y boteros–, así como los trabajos de orfebrería, herrero, hojalatero, cencerrero, calero, cantero, picapedrero, alfarero, cordeleros o alpargateros.
El paso de los años, la industrialización e incluso el fenómeno de la emigración, son algunos de los factores que han provocado que los trabajos artesanos, los modos de vida propios de la comarca salmantina de Ciudad Rodrigo, hayan ido desapareciendo de los pueblos.
"Estos son los razonamientos lógicos de por qué la mayor parte de estos oficios han desaparecido, hasta extinguirse muchos de ellos de una forma irreversible", explicaba Carlos García Medina, un folclorista mirobrigense, quien osaba añadir que "la rentabilidad económica no sería el principal problema".
Algunos de estos antiguos oficios de carácter artesanal, ahora inexistentes, tenían que ver con el lino, la lana y los tejidos. El lino se sembraba en todos los campos de Ciudad Rodrigo, pero principalmente en el Campo de Agadones y en la comarca del Rebollar. Así, indicaba García Medina, "si retrocediéramos en el tiempo, alrededor de treinta o cuarenta años, y visitáramos cualquiera de estos pueblos, veríamos que sus huertas estaban teñídas de un color azulado en la primavera: eran los llamados linares". En Peñaparda, con su museo del lino, aún se puede observar esta labor.
Recordar que el lino es una de las fibras textiles más antiguas del mundo, ya que tiene ventajas como su gran ligereza, que conduce el calor, aislante, higroscópica y termorregulable. Su uso para la fabricación de prendas data del 7000 a.C. en Çatalhöyük, actual Turquía, y su cultivo también se remonta hasta el siglo IV a.C. en Egipto, donde se usaba el lino para envolver a las momias.
De regreso a los tiempos pasados en los pueblos de la comarca de Ciudad Rodrigo, el proceso comenzaba por los meses de abril y mayo, cuando la linaza o semilla, era llevada en sacos para sembrarla en los campos. Cuando comenzaba a verdear y el lino alcanzaba unos diez centímetros, se pisoteaba, que era hacer "cama" para dejar el terreno liso para que entrara el agua entre los surcos. Con el riego, la planta alcanzaba unos sesenta centímetros, que es cuando echaba la flor azul clara por San Juan, 'flor de un día', que desprende sus pétales para dar lugar a la 'vaga' o semilla y, así, vuelta a empezar con la siembra del próximo año. Decía el refrán. "El lino temprano o tardío por San Juan florío". Y, ya en verano, comienza a secarse.
Una vez la planta seca, comienza a arrancarse por los meses de septiembre y octubre, dejándolo sobre el terreno, atado en 'manás', un día o dos para que se seque bien. Es cuando las mozas cantaban: "Las señoritas de Cía Rodrigo/ en el rodete suelen llevar/ catorce sillas, catorce bancos/ siete butacas y un gran sofá.// Yo tengo un duro y un medio duro,/ una peseta medio real,/ ando buscando una chiquilla/ que tenga garbo, salero y sal".
Después de un largo y lento proceso, como el 'esvague' -quitarle la semilla-, y se lleva al río -donde lo había- y se introduce en el agua en 'enreaeros' -montones de tres manás- con tal de que quede sumergido, quizás poniéndole arriba unas piedras. Al cabo de siete días se saca y se tiende al sol en forma de chozos para que se seque, así cinco o seis días y, luego, ya se machaca sobre las peñas con la maza de madera.
Y comienza una de las faenas más espectaculares, antes de convertirse en hilo. Las mujeres hacían un corro y clavaban delante de cada una el 'cervejón', una especia de palo que acababa en filo, los dedales de cuero en la mano izquierda, que es con la que sujetan los manojos, y con la derecha comienzan a dar golpes con la 'espaílla', una especie de espada, hasta que se forman las cornejas tras rastrillar las cabelleras del lino que caen tras el golpeo. Y así comienzan a hilar el lino.
La rueca y la madeja
Una labor muy conocida, porque también servía para la lana. Las mujeres colocaban en la mano izquierda la rueca y en el mismo costado, apoyándose en la cintura, y con la mano derecha hacen girar el huso sin cesar, mientras va bajando en copos el lino que se retuerce para hacer hebras. Cuando se tienen hilados tre husos, se juntan en un 'aspaor' de madera con forma de aspa, uniendo la terminación de uno con el prinicipio del otro para formar la madeja.
Finalmente, cuando se tienen hechas las madejas, se 'aporrean' contra una piedra y se sumergen en un caldero con jabón y ceniza para blanquearlas. En esta vasija cuecen durante algunos días, se sacan y se llevan al río para quitarles la ceniza, labor que llamaban 'esbarral', y lavarlas. Se repite este lavado bastantes veces y se meten las madejas en un cesto para colarlas, donde se les echa calderos de agua hirviendo con jabón durante seis u ocho días. Cuando blanquean se tienden al sol para su secado y se devanan con el argaillo, haciéndose los ovillos para entregárselos al 'terceor' o tejedor.
Este tejido era con el que las mujeres confeccionaban toda suerte de prendas. Carlos apuntaba que "mención aparte merecen las bordadoras, sobre todo las especializadas en el bordado charro o serrano de las que todavía hay alguna que mantiene esta gran tradición".
Finalmente, recordar que el lino es una fibra natural de gran resistencia y versatilidad. La tela de lino es un tejido ideal para confeccionar cortinas, manteles, camisas, pantalones y vestidos. Es la tela a la que recorremos para las prendas en verano. Pantalones de lino estampados, pantalones de lino para primavera, mochilas y bolsos de lino, telas de lino estampadas con flores, rayas, telas de lino con bordados de hilo, un sin fín de prendas que hacen de este tejido, ya en decadenica, una fibra especial.
La piel y el cuero también marcaron la profesión de muchos hombres años atrás en las tierras de Ciudad Rodrigo. Hasta no hace mucho existían los boteros, que aprovechaban ciertas pieles de los animales, sobre todo de toros y vacas, pero también de cabra, y las convertían en pellejos y botas destinados a guardar el vino y el aceite.