Los ciclos de la naturaleza y la religión cristiana con sus fiestas, que coinciden en lo fundamental con los primeros, marcan el calendario español. En este ciclo festivo anual destacan las festividades, celebraciones o costumbres que comienzan en Navidad y Epifanía y se extienden hasta febrero, con santos como san Antón, san Sebastián, san Valerio, Las Candelas, san Blas y santa Águeda. Que, en su conjunto, aderezadas con otras celebraciones rituales y sociales, como las festividades de quintos, se prolongan hasta la llegada del Carnaval que abre la puerta a la Cuaresma.
Pero ateniéndonos al título, hablaremos, principalmente, de los 'santiños de gorra', que son San Antonio Abad, san Sebastián y san Blas. Sin conocer muy bien, y eso que hemos preguntado a los mayores de Villavieja de Yeltes, el por qué del adjetivo 'de gorra'. Aunque de estas celebraciones, san Antón y san Sebastián conforman el epicentro de las festividades de invierno y, este año, viene frío. Estos santorales envuelven todo un compendio de costumbres y fitos cuando menos fascinantes por su compendio de ritos ancestrales que pasan de generación en generación, aunque, en nuestros días y, de por medio, la despoblación de los pueblos, están perdiendo toda su integridad. Aún recuerdo aquellos refranes de mi abuela que pasaron a mi madre de los que san Antón y el tostón eran palabras fijas: "Por san Antón, el buen tostón".
San Antón en Villavieja de Yeltes, un caso particular
Como era tradicional en todas las festividades que se preciaran, siempre había unas vísperas. En las mismas, el principal protagonista era el tamborilero, como el tío Santiago -muy conocido por las gentes de aquellos tiempos de mediados del siglo XX-. Siempre con sus dos toques, la alborada y los pasacalles. De por medio, la visita a la casa de los mayordomos, el trago de la que fuera -vino o aguardiente por el frío- y los mayordomos, cuya casa visitaba. También tenía antaño un protagonismo especial las torres o campanarios de las iglesias, donde, al margen de tocar las campanas, se realizaban diversas acciones de fiesta, broma o tradición. Como era, en este municipio, encender 'luminarias', que se lanzaban a la plaza, consistiendo en cuencos donde, haciendo uso de pez, virutas o ramos de escoba, hacían arder. Todo ello al 'ton' de las 'luminarias' del tamborilero.
El día de la fiesta, de san Antón o de san Sebastián, era otro cantar que, a su vez, sirve para describir la cabalgata del resto de los 'santiños de gorra'. Todo se iniciaba cuando salía el sol, los horarios de vida eran distintos a estos días, y el tamborilero tocaba su alborada para, al finalizar, dirigirse a casa de los mayordomos para 'echar el aguardiente'. A continuación el mayordomo menor, sobre un bonito corcel, recorría las calles del pueblo con su espadín en la mano, para avisar de la obligación de los cofrades -que antaño había muchos- de presentarse en la plaza al toque de misa.
Era cuando salía la procesión desde la iglesia hasta la ermita de san Sebastián, donde se celebraba la misa, incluido sermón que, por aquellos tiempos, era quien daba la importancia del oficio, de la fiesta o de la persona cuando moría. Además, ya perdida, se cantaba la tradicional misa de los 'santiños de gorra'.
Una vez finalizada la misa en la ermita, vuelta a la iglesia en procesión con el acompañamiento de los mayordomos y cofrades, en perfecta cabalgata, y el resto de los vecinos. Además, una procesión a caballo, en la que destacaba el mayordomo menor que llevaba el pendón de la cofradía. Todo animado con el 'ton' del tamborilero en alegre pasacalles para, al final, tener lugar el convite.
Una buena comida para, por la tarde, a la llamada de un cohete acudían los cofrades para, junto a los mayordomos, dirigirse al lugar llamado 'la cruz del torreón' donde se corrían los gallos. Inverosímil este acto en los días que corren. Después del cambio de varas entre los mayordomos entrantes y salientes, llegaba el turno para las mozas.
Estas se reunían en las puertas de los mayordomos, donde eran recogidas por el tamborilero, quien las acompañaba hasta la plaza donde tenía lugar el baile, charro, es claro. Estas danzas duraban hasta que se tocaba a oración. Después de cenar se reanudaban en un salón de baile.
Destacable es que para estos bailes, las mozas portaban saya estampada, mandil de pana negra lisa y mantón de ramo. Un porte distinto al usado para la fiesta religiosa, que llevaba mantilla redonda y mantón de ramo sobre vestido negro de volantes.
Ritos y costumbres en la provincia salmantina
Comenzamos con la 'bufa de San Antón' en Aldeadávila de la Ribera, la víspera del Santo, cuando los muchachos del pueblo recorren las calles del municipio tocando todos los cacharros disponibles. Y, cómo no, participar en el sorteo de 'las patas de cerdo o la lotería de los pies". Dejamos atrás el corazón de Las Arribes y llegamos a Saucelle, donde, tras un cortejo procesional, se quema 'el capazo'. Sin abandonar esta comarca, hacemos un alto en Vitigudino para disfrutar de la cabalgada de cintas en honor de la batalla de San Antón.
Cruzamos el Campo Charro, no sin antes desviarnos a Pitiegua, para adentramos en la Sierra de Francia hasta llegar a La Alberca. Si la India tiene sus vacas sagradas, en La Alberca, reputada por sus suculentos jamones, el privilegio lo tiene un cerdo que pasea libremente sobre los adoquines hasta su sacrificio, programado para el 17 de enero, como manda la tradición, es el 'Marrano de San Antón'. "¡Buenos días, cerdo!", saludan los habitantes de manera amistosa al animal cuando se les cruza por las callejuelas del municipio medieval. "Se les pide que lo alimenten, que cuiden de él y los automovilistas le ceden el paso", explican desde el municipio albercano.
Nos trasladamos de la Sierra de Francia hasta las Quilamas para descender a los confines de las sierras para honrar a San Valerio, en Valero, que se celebra el 28 de enero. El microclima templado que acompaña a Valero en invierno hace que sean más llevaderas y en ninguna ocasión (que se sepa) se ha estropeado su gran corrida de toros, con fama en toda la sierra. Después de los toros se va por las bodegas tomando y cantando. Los lugareños ofrecen embutidos y dulces (mantecados y perronillas para los forasteros, que siempre son bien acogidos).
De los mártires de enero, San Sebastián, el primero
Este santo, primer capitán de la guardia de Diocleciano, es honrado en muchos municipios salmantinos. Comenzamos nuestro recorrido en Ahigal de los Aceiteros, donde se erige como Patrón de los quintos, también Arapiles, La Bastida, Carrascal del Obispo, Cipérez, Ciudad Rodrigo -su patrón con solemne ceremonia y procesión-, Hinojosa de Duero, Mieza, Peñaparda, Pereña de la Ribera, Puerto Seguro, Rollán, Sobradillo -donde le llaman 'Patrón de los borrachos' y se quema el jumbrío para ajumar a los vecinos-, Sorihuela, Tremedal de Tormes, El Tornadizo, Valdelosa, Vilvestre, Villavieja de Yeltes, Villoruela, y hasta Yecla de Yeltes, honran a San Sebastián.
Un alto imprescindible lo haremos en Villavieja de Yeltes para observar una ancestral ceremonia, que conserva las tradiciones con la Cofradía de San Sebastián, que se remonta a 1812. Una procesión en la que los hombres visten la capa charra y van tocados con el sombrero negro que confiere identidad a esta celebración.
Toda un compendio de celebraciones, costumbres y ritos interesantes y no menos fascinantes que, alegremente, dan paso a Don Carnal. Pero eso ya es harina para otro costal.